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viernes, 21 de octubre de 2011

El «hombre malo» era inocente

«He pasado un infierno», dice el padre absuelto en Sevilla de los falsos abusos a su hija atribuidos por su ex pareja
13.12.09 - IRATXE GÓMEZ | BILBAO.
«Queda una cicatriz muy profunda. He pasado un infierno». La voz de Miguel Ángel Torres se resquebraja a medida que relata su calvario. En varias ocasiones rompe a llorar. Su estado anímico está muy debilitado tras una larga batalla judicial que comenzó hace seis años, cuando su ex mujer le acusó de abusar de su hija de 2 años. Entonces le retiraron la custodia de la menor y le impusieron una orden de alejamiento que aún sigue vigente. Su mayor pena. Apenas hace una semana que fue absuelto por la Audiencia de Sevilla, al demostrarse que las lesiones que la pequeña presentaba en los genitales se debían a las heridas que ella misma se produjo al rascarse por una infección de lombrices. «Me he tenido que frenar muchas veces. Prefiero morir yo que hacer daño a nadie. No sé cómo estoy vivo», se pregunta.
Todo comenzó el 28 de febrero de 2004, una fecha que Miguel Ángel difícilmente olvidará. Ese día recogió a su hija, cumpliendo con el régimen de visitas. «Al dejarla, su madre empezó a decir barbaridades. Y a los cuatro días, puso la denuncia». Ya había precedentes. Su ex pareja, con la que se casó en 1997 y se separó en 2001, era reacia a que el marido viera a la pequeña. «A veces le preguntaba a mi hija cosas extrañas, como que por qué llegaba tan triste, cuando conmigo estaba contenta», relata Miguel Ángel. La propia niña llegó a comentar un día, delante de él y de su nueva compañera, cómo su madre le decía: 'Tu padre te toca'. Lo que no esperaba este progenitor sevillano es que fuera tan lejos.
Ante la falta de pruebas contundentes, el propio fiscal retiró los cargos de abusos sexuales, por los que había pedido inicialmente tres años de cárcel. ¿Pero por qué el proceso se ha alargado seis años? «En primera instancia hubo problemas de competencias entre dos juzgados. Eso lo prorrogó mucho», explica el abogado de Miguel Ángel, Rafael Caballero. «Y también porque su ex mujer mantuvo la acusación -prosigue el letrado-. Incluso, cuando el juzgado penal falló a favor de él, ella apeló y el caso se llevó a la Audiencia».
En la sentencia se recoge que, durante el tiempo que Miguel Ángel permaneció con la niña, no consta que «llegase a tocar los genitales de la pequeña con la intención de satisfacer sus deseos libidinosos». Además, la madre -M.L.G- había sido denunciada con anterioridad por no dejarle llevarse a la pequeña, de modo que se entendió que sus manifestaciones eran «altamente interesadas y con una subjetividad negativa hacia el acusado». La Justicia, por fin, dio la razón al padre, que ahora sólo reclama una cosa: «Quiero la custodia. Pero tampoco quiero venganza. Yo lo que pido es igualdad y que el que cometa el fallo que lo pague».
Alienación parental
No es la única reclamación de este hombre. La denuncia de su ex mujer se acompañó del informe de un pediatra que ratificaba los abusos sexuales. Un fallo garrafal por el que Miguel Ángel Torres exige responsabilidades. «Voy a luchar porque a ese señor se le retire la titulación. No puede quedar impune», asegura. Pero lo que más le duele es sentirse repudiado por su hija, que ahora tiene ocho años.
La pequeña llegó a definir a su progenitor en la vista oral como «el hombre malo». Una declaración que éste asocia al Síndrome de Alienación Parental (SAP), un sentimiento presuntamente inducido por la madre para que le deteste. «Le ha metido veneno. A una niña se la manipula muy fácil. Mi familia está destrozada y mi hija no conoce a su padre. La relación con ella va a ser difícil. Me han dejado todo el trabajo. ¿Cómo le digo yo ahora: 'Soy tu papá'? Eso, ¿cómo se hace?».
El proceso judicial ha sido muy lento, y la salud de Miguel Ángel se ha visto resentida. Sufre cáncer de colon y de piel, está sumido en una depresión crónica y ha tratado de suicidarse dos veces. «Necesito tratamiento psicológico para siempre. No soy capaz de dormir más de una hora seguida. Ando con temblores. Y no puedo trabajar, así que recibo una pensión por enfermedad de sólo 301 euros», añade. Sin ningún tipo de ayuda. Con la casa embargada.
Ante este panorama desolador, su única esperanza es pensar en el reencuentro con su pequeña. «Estamos esperando la sentencia del divorcio», explica. «Confío en que se tomen pronto las medidas cautelares de visita. A ver si estas Navidades mi hija puede conocer a sus otros dos hermanos pequeños (de una relación posterior), de cuatro años y de 20 meses».
Cree que podrá ser feliz, «aunque me va a costar la vida que la niña vuelva a sonreír delante mío. Hay que ser más contundente en estos casos. Han privado a una menor de su padre durante seis años. Esto no puede durar tanto y hay que investigar a las dos partes», exige con dolor.
Durante todo este tiempo, Migue Ángel Torres ha tenido que soportar un juicio paralelo. El de la calle. «Estás condenado, sin saber por qué, de por vida. Vivo en un pueblo pequeño y aquí todo se habla. Además, me he sentido juzgado por muchos profesionales y gente que creía culta». De ahí que tenga una petición para la Justicia: «Los jueces y el ministerio deben echar cuentas de estas cosas. He sufrido años». Y para esto no hay indemnización millonaria -que su abogado solicitará- que mitigue el sufrimiento.

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