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lunes, 3 de septiembre de 2012

Cómo puede un padre acabar con la vida de sus hijos

EN LA ÚLTIMA DÉCADA HAN MUERTO 62 MENORES EN ESPAÑA A MANOS DE SUS PADRES
Lunes, 3 de Septiembre, 2012
Concentración en Córdoba en recuerdo de Ruth y José el pasado 27 de agosto
La desaparición de Ruth y José, los niños cordobeses en paradero desconocido desde el pasado 8 de octubre, parece haberse resuelto en el peor de los desenlaces. La filtración de un segundo informe sobre los restos óseos encontrados en una finca familiar –que afirma que son humanos y no de animales– y el tercer análisis policial revelado por el ministro del Interior –que llega a la misma conclusión– dejan poco espacio a la esperanza. A falta de que finalice la instrucción del caso, el padre de los niños, José Bretón, es el principal sospechoso de su desaparición y el único detenido. Pocos dudan de que a los delitos que le imputa el juez, de detención ilegal y de simulación de delito, vaya a sumarse pronto una nueva acusación: la de homicidio.
El caso ha conmocionado a una opinión pública que desde hace once meses se deshace en muestras de apoyo a la familia y se vuelca en la búsqueda de los niños. Y las cifras no son para menos. De confirmarse que Ruth y José murieron a manos de su padre, ya serían cinco los niños asesinados en 2012 en España por sus progenitores. La triste cifra se eleva hasta los 62 niños y niñas en la última década, según las estadísticas que recoge la Federación de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas. El peor año de este trágico cómputo fue 2004, cuando 14 menores murieron fruto de la violencia doméstica, 11 de ellos a manos de sus padres.
Unos episodios que no por tristemente frecuentes dejan de sacudir a una sociedad que con cada uno expresa su indignación y se pregunta, una y otra vez, qué pasa por la cabeza de esos padres que deciden acabar con las vidas de sus hijos.
Afán de venganza
"La pulsión más reconocible en estos casos es el afán de venganza", explica Emiliano de la Cruz, psicólogo forense. "Se trata de hacer daño a la pareja o la expareja utilizando aquello que más quiere, que son los hijos en común". Una conducta, explica, que puede practicarse "sin sufrir ningún tipo de patología", aunque matiza que quien incurre en ella "no goza, desde luego, de un gran equilibrio".
Un dramático ejemplo de este comportamiento se vivió en julio de este mismo año, cuando un padre apuñaló a su hijo menor y urdió una macabra puesta en escena para hacer ver a su exmujer que lo asesinaba ante sus ojos. "Asómate a la ventana para que veas lo que te mereces", le dijo por teléfono justo antes de estrellar su coche en llamas, en el que iba el cuerpo de su hijo, frente al domicilio de ella. Al progenitor, sobre el que había pesado una orden de alejamiento y que murió en el siniestro, no se le atribuye ningún trastorno mental.
De hecho, y pese a la atrocidad de la que son capaces, De la Cruz anima a no valorar a los protagonistas este tipo de episodios "como si se tratase automáticamente de enfermos mentales" y advierte contra una visión demasiado visceral de estas personas que, en ocasiones, nos lleva a caer en "mitos". El sentimiento de injusticia y el deseo de venganza son pulsiones "que todos sentimos", explica, "aunque normalmente sabemos enfrentarnos a ellas" y resolverlas sin tener que practicar la violencia.
Complejo de Medea
Por desgracia, el filicidio –el asesinato del hijo o hija– no es nuevo en nuestro mundo y en consecuencia, tampoco lo es en psicología. Las antiguas teorías psicoanalistas acuñaron incluso un término para designar el trastorno que conduce al asesinato de los hijos recurriendo al mito griego de Medea.
En la historia que cuenta Eurípides, la esposa de Jasón le quita la vida a sus hijos por despecho hacia el héroe, que la había abandonado por otra mujer. En ocasiones se aplica este apelativo, el de complejo de Medea, al trastorno que conduce a un desenlace tan dramático, aunque en realidad es una categoría poco consistente que no incide en las causas, sino en las consecuencias.
Un triste ejemplo de este vago complejo de Medea lo encontramos en un municipio de Girona, donde una madre acabó con la vida de sus dos hijas, de 4 y 9 años, en diciembre de 2007, para después suicidarse. El detonante en esta ocasión no fue el despecho o el afán de venganza, sino lo que pareció ser depresión y el deseo de la mujer de quitarse la vida sin dejar atrás a sus dos hijas. La familia había perdido recientemente al padre en un accidente de tráfico.
Aunque se producen en ambos sexos, "este tipo de conductas abundan algo más entre las mujeres", explica De la Cruz. "Su tesis es: me voy y te llevo conmigo". Aunque el experto advierte de que lo que pasa por la mente de estas personas "es siempre una hipótesis", cree probable que en este tipo de casos el celo obsesivo por el bienestar de los hijos se convierta, ante la decisión de morir, en la determinación paradójica de acabar también con la vida de ellos. Una contradicción incomprensible para la mayoría de nosotros porque mantenemos "una relación muy interiorizada con las reglas", según De la Cruz, que nos impide recurrir a la violencia incluso cuando se piensa que es legítima.
"Parecía una persona normal"
No en vano, el sometimiento a las normas y las convenciones sociales es la cuestión clave de este problema. El infanticidio y el filicidio –con el agravante de la paternidad– son algunos de los delitos más censurados por las convenciones que rigen la convivencia, como las leyes, la costumbre o el código moral. Por esta razón, muchos expertos concluyen que la violación flagrante de este tipo de reglas básicas indica no sólo una desviación de la conducta, sino en muchas ocasiones un trastorno clínico.
"Detrás del asesinato del propio hijo suele estar la patología", explica Fernando Azor, perito psicólogo y director de Gabinete de Psicología. Según él, la ausencia de síntomas "demasiado evidentes" durante un examen preliminar del presunto autor no debe conducir necesariamente al descarte del trastorno mental, en particular cuando se trate de valorar conductas tan extremas como acabar con la vida de un hijo.
Una noción, advierte, que no sólo se aplica a las valoraciones profesionales. Desde el principio de la investigación del caso de los niños de Córdoba, la mayoría de vecinos y conocidos que han referido a los medios su relación con su padre, el principal sospechoso, han puesto de relieve la cordialidad de José Bretón en el trato cotidiano y su aparente normalidad. "Es un cacho de pan", llegó a manifestar una conocida de la familia al principio de la instrucción.
Sin embargo, Azor no encuentra contradicción entre la aparente normalidad de la personalidad a examen y su condición de principal sospechoso. Algunas patologías "que encajan con esta conducta", explica, "no tiene por qué ser muy notorias ni afectar en gran medida a la relación social con las personas del entorno". Aunque Azor llama a la cautela y se remite siempre "a las condiciones particulares de cada caso", sí adelanta algunos de los cuadros clínicos que pueden llevar a alguien aparentemente equilibrado al asesinato de sus hijos.
Posibles patologías
"Un posible diagnóstico es el trastorno delirante", explica Azor. "Podríamos hablar de trastornos de personalidad, como el trastorno antisocial. Es lo que antes se llamaba sociopatía". Los afectados pierden la noción de la importancia de las normas sociales y persiguen sus objetivos a costa de su violación e incluso de cometer delitos graves. "Aunque saben manejarse con las normas sociales, ellos tienen las suyas propias", sintetiza Azor.
El experto también apunta al trastorno delirante, ya que "aunque puede hacerse visible a ojos de los demás, no tiene por qué". Una persona con trastorno delirante –en otras ocasiones denominado paranoia– puede tener una conducta funcional, ya que no sufre alucinaciones ni padece esquizofrenia. Los afectados por esta enfermedad mental mantienen una o más ideas delirantes, en relación a las cuales pierden la noción de la realidad. "No tienden a mostrar un comportamiento extraño excepto como resultado directo de la idea delirante".
Un velo de intimidad
Los abusos por parte del progenitor que pueden llevar a una agresión fatal empiezan invariablemente en casa, y eso complica su detección a las instituciones involucradas en la protección del menor. "Hay que intentar diferenciar los casos en que hablamos de comportamientos familiares disfuncionales de aquellos en los que la vida del menor corre riesgo", explica Pedro Blanco, psicólogo especializado en integración social. "En el primer caso se procede a un trabajo con la familia o con alguno de sus miembros para intentar contribuir a que la situación evolucione. En el segundo se denuncia, porque lo más urgente es preservar la integridad del niño". Por desgracia, lamenta Blanco, no siempre es sencillo diferenciar una situación de la otra.
Aunque Blanco advierte de que no hay que caer en "el alarmismo", sí recomienda ponerse en contacto con la línea de atención al menor (900 20 20 10) o con el teléfono de urgencias 112 cuando detectemos en nuestro ambiente familiar o social una situación de este tipo. Especialmente, precisa, si creemos que un menor se ve expuesto a "un riesgo inmediato para su integridad, tanto física como psíquica".
http://www.elconfidencial.com/sociedad/2012/09/02/como-puede-un-padre-acabar-con-la-vida-de-sus-hijos-104575/

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