La pasada semana saltó a las primeras planas de los periódicos la noticia de que un hombre divorciado había recurrido al Defensor Andaluz del Menor para interponer una denuncia, después de esperar durante más de tres semanas a que la tutora de su hija, que tiene dieciséis años y cursa Primero de Bachillerato, tuviera a bien ponerse al teléfono –ni siquiera pretendía reunirse con ella personalmente– para informarle de sus calificaciones escolares
Jueves, 16 de Junio, 2011
MYRIAM Z. ALBÉNIZ El denunciante manifestó asimismo que su ex mujer había incumplido de manera sistemática el régimen de visitas durante los tres últimos años, hasta el punto de que la ya adolescente ni siquiera conocía a una nueva hermana de padre nacida durante este período. Este caso particular no deja de ser uno más de los que recalan en los despachos y que nos sirven a los abogados para reafirmarnos en la extrema importancia de garantizar el derecho fundamental de todo menor a relacionarse adecuadamente tanto con su padre como con su madre y de seguir manteniendo vivos todos sus vínculos afectivos, que también incluyen al resto de parientes. Sin embargo, con demasiada frecuencia somos testigos de la utilización de los niños como arma arrojadiza en los fracasos sentimentales. Bajo la muy controvertida denominación de Síndrome de Alienación Parental se esconde, sin ningún género de dudas, uno de los rostros más sutiles del maltrato infantil. Esta conducta, más habitual de lo que a simple vista pudiera parecer, produce daños irreparables en el bienestar emocional de las víctimas inocentes que la padecen, máxime porque la infancia es probablemente la etapa más hermosa en la evolución hacia la madurez y, en atención a su especial vulnerabilidad, debería ser protegida con un especial celo. Por ello, acordar el mantenimiento de la relación afectiva con ambos progenitores tendría que ser para éstos el principal punto a resolver cuando ya han resuelto zanjar sus vínculos, además de una oportunidad de oro para demostrar ante quienes más quieren que su felicidad es lo primero, manteniéndoles al margen de unas rencillas que les sobrepasan y de las que no son en absoluto responsables. Por regla general, el conflicto entre los cónyuges surge, no tanto por la decisión de poner punto final a la convivencia como por hacer partícipe de esa ruptura a su prole, que suele verse abocada a tomar partido en una guerra que le genera sentimientos de culpabilidad, impotencia e inseguridad, así como estados de ansiedad y depresión. En ocasiones, es triste comprobar que son los propios chiquillos quienes asumen un papel protector sobre el miembro de la pareja al que consideran más débil, desempeñando de este modo una función que no les corresponde bajo ningún concepto. Esta responsabilidad sobrevenida puede llevarles incluso a rechazar cualquier contacto con la otra parte implicada en el proceso y a justificar dicha postura ante cualquier instancia, jueces incluidos. Tanto hombres como mujeres implicados en causas de divorcio o separación deberían ser capaces de entender que esos regímenes de visitas cuyo incumplimiento llevan a cabo para perjudicar al otro miembro de la pareja, tienen su razón de ser y no son fruto de un capricho de nuestro sistema judicial. Su fin último es asegurar el derecho de todo vástago a conservar unos lazos afectivos insustituibles y a proporcionarle modelos de roles alternativos, además de contribuir a que quien ostenta la guarda y custodia pueda descansar de ese cometido en las fechas estipuladas. La paternidad ha de ser ejercida desde la madurez y el equilibrio, huyendo de la humana tentación de la venganza. Aunque requiera un sobre esfuerzo, hay que trazarse como meta no hacer extensiva la ruptura afectiva a la relación paternofilial. No se me ocurre una demostración más generosa del verdadero amor.
www.loquemuchospiensanperopocosdicen.blogspot.com
http://www.laopinion.es/opinion/2011/06/15/hijos-arma-arrojadiza-rupturas-sentimentales/351621.html
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