“¿Por qué quieres que tu hija se de prisa? ¿Porque tú ya estás lista y a ella le falta todavía mucho para terminar? ¿Porque tienes algo mejor que hacer? Si es así, ¿puede esperar para poder darle a tu hijo el tiempo que necesita? ¿Porque te has comprometido a estar en algún lugar?… Si siempre estás corriendo de un lado para otro (cita con el médico, peluquería, grupo de juego, clases de música) ¿quizás pretendes hacer demasiadas cosas? ¿Deberías planificar más tiempo muerto en tu agenda para así tener más tiempo para ser paciente? ¿Más tiempo para juegos y mimos?” – phdinparentinghttp://mdematernidadymujer.es/2014/01/14/11-formas-en-las-que-perjudicas-a-tu-hijo-cuando-le-metes-prisa/
Ahora que los niños ya han vuelto al colegio y a sus actividades extraescolares, ¿notas que la vida es estresante? Muchos de nosotros damos por sentado que la vida es ir corriendo de un lado a otro, haciendo una cosa y otra. Tenemos una lista inacabable de tareas pendientes que nos impide tomar aire, ni qué decir de ver una puesta de sol en familia.
Pero todo esto tiene un precio. Y es un precio mucho más elevado para nuestros hijos. Nuestra sociedad se ha vuelto tan adicta a la adrenalina, que no nos damos cuenta del precio que tienen que pagar nuestros hijos a consecuencia de nuestro estilo de vida. Meterle prisa a nuestros hijos conlleva ciertas consecuencias negativas:
1. Condiciona el desarrollo del cerebro en formación. El cerebro de tu hijo se está desarrollando día a día, y la forma que toma depende de sus experiencias diarias. Algunos neurólogos creen en la hipótesis de que reforzar las conexiones neuronales en un contexto lleno de hiperestimulación estresante, crea un cerebro con tendencia a la ansiedad, de por vida.
2. Aumenta el nivel de hormonas del estrés en el cuerpo de los niños, lo que contribuye a que sean enfermizos, dificulta la conciliación del sueño, problemas de peso y debilita el sistema inmunitario.
3. Les hace sentir presionados y controlados, lo que desencadena luchas de poder. Hay estudios que afirman que esta sensación -en adultos que trabajan en lugares donde están sometidos a alguien más- dispara el nivel de las hormonas de estrés.
4. Los hiperestimula, de tal manera que no pueden procesar todo lo que experimentan, lo que socava el proceso de aprendizaje.
5. Se habitúan a estar siempre ocupados, lo que provoca que se aburran fácilmente y busquen más estimulación electrónica.
6. No les permite descubrir y perseguir sus propias pasiones, a las que deben llegan necesariamente a través de un lento proceso de experimentación y pruebas, donde no hay atajos.
7. Crea una sensación crónica de sentirse incompletos, que roba la alegría que confiere la plenitud.
8. Priva a los niños de prestar atención a sus emociones a lo largo del día, de forma que al llegar la tarde, tienen una gran cantidad de emociones acumuladas pugnando por salir en un estallido. Esto provoca colapsos y, eventualmente, puede conducir a desórdenes alimenticios o adicciones que les distrae y les hace huir de su mochila emocional.
9. Interrumpe constantemente su trabajo de explorar el mundo, por lo que pierden su curiosidad innata.
10. Les obliga a alejarse de vivir plenamente el momento presente, y se ven arrastrados por el agobio de estar al día, de llegar a todo, lo que mina su autenticidad y conexión con su yo interior.
11. Anula su inclinación natural a “hacerlo yo mismo”, lo que sabotea el desarrollo de sus aptitudes.
Por no hablar de que tener siempre prisa nos hace a nosotros, los padres, menos pacientes y menos comprensivos con nuestros hijos, por lo que es imposible criar de forma adecuada y respetuosa. Una madre me escribió (a la autora del texto) el otro día que se había dado cuenta de que su hijo no se vestía solo en parte porque ella siempre estaba tan apresurada, que acababa siempre por vestirlo a él de prisa y corriendo, en vez de ayudarle a aprender a vestirse solo. Otra madre escribió que, después de discutir con su hija, descubrió que había estado demasiado distraída y demasiado ocupada para relajarse y simplemente ser amable con su hija.
Esta semana, fíjate cuántas veces te metes prisa a ti misma y a tu hija. Dáte cuenta del precio que pagáis ambos.
- ¿Qué puedes hacer para frenar tu ritmo de vida?
- ¿Cómo puedes incluir más tiempo entre actividades de forma que no sientas que llegas siempre tarde?
- ¿Qué pequeños rituales puede instaurar tu familia para que cada uno pueda conectar consigo mismo, y no solo presionarse cada día? Pueden ser respiraciones profundas, dar las gracias por las pequeñas cosas de cada día, tener momentos tranquilos de mimos y abrazos.
Incluso también pararse a ver una puesta de sol.
Reunión de los lunes
domingo, 19 de enero de 2014
11 formas en las que perjudicas a tu hijo cuando le metes prisa
Domingo, 19 de Enero, 2014
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