Lunes, 19 de Mayo, 2014
En Estados Unidos, una cuarta parte de las esposas hoy día ganan más que sus cónyuges, pero lo que es aún más raro es que tales relaciones sentimentales funcionan.
Las mujeres de altos ingresos tienen dificultad en encontrar marido y, cuando lo encuentran, él es 5 veces más propenso a ser infiel, según un libro del periodista Farnoosh Torabi
Cuando leí la semana pasada que Angela Ahrendts iba a recibir hasta 68
millones de dólares de regalo de bienvenida por unirse a Apple, mi mente
saltó inmediatamente a su esposo. Esta última incorporación a su
vasto cache de dinero seguramente debe catapultar a su esposo Gregg a la
cima de la liga Mi-Mujer-Gana-Más-Que-Yo.
Es un verdadero
logro. No tengo la menor idea si se llevan bien, pero han estado juntos
por mucho tiempo. Se conocieron en la escuela y él abandonó su trabajo
para irse con ella al Reino Unido cuando ella fue nombrada directora de
Burberry; él parece haber dedicado los últimos ocho años a criar sus
tres hijos, modernizar el hogar y tener la cena lista para ella cuando
por fin llegaba cansada a casa en sus tacones de cinco pulgadas.
Me
imagino que el verdadero genio de Ahrendts yace menos en cómo convenció
a la gente a comprar gabardinas de 22 mil libras (38 mil 750 dólares)
con adornos de plumas de pavo real que en cómo convenció a Gregg a
casarse con ella –y a quedarse con ella desde entonces.
Ya no es
particularmente raro que las mujeres sean el principal sostén de la
familia –en EU una cuarta parte de las esposas hoy día ganan más que sus
esposos– pero lo que es aún más raro es que tales relaciones funcionen.
Un libro publicado la semana pasada por el periodista Farnoosh Torabi
reúne los datos que muestran cuán difícil es: las mujeres de altos
ingresos tienen dificultad en encontrar marido, y cuando lo encuentran,
él es cinco veces más propenso a ser infiel que otros maridos. La mujer
probablemente se encargará de más de su cuota de las tareas domésticas;
aunque en el caso extraordinario de que él comience a planchar y
cocinar, es probable que termine sintiéndose tan emasculado que deje el
sexo. De cualquier manera, el divorcio llama.
El libro,
“Cuando ella gana más”, es una lectura deprimente que suena como un
salto atrás a los años cincuenta. Sin embargo, presiento que su mensaje
central no está totalmente equivocado.
Si pienso en muchas de
mis amigas que han llegado a ganar más que sus maridos, un número
sospechosamente grande ha terminado divorciándose. Una amiga se quejaba
que ya no sabía para que servía su esposo, pues ni ganaba mucho dinero
ni mostraba ningún deseo de ayudar en la casa. Poco sorprendente, la
versión de los eventos según el esposo era diferente: ya que ella
insistía en dominar tanto profesionalmente como en el hogar, él se había
quedado sin hombría y sin papel que jugar.
Sólo conozco dos parejas de amigos donde la mujer gana más y el matrimonio parece sólido.
En uno no hay hijos, así que los dos pueden pasar todo el tiempo libre
siendo agradables el uno con el otro. En el segundo, el hombre es tan
capaz en la crianza de niños y la cocina y la mujer es tan inútil en la
casa, que todo el mundo parece estar feliz.
Tengo que admitir que
mis amigos son una muestra mínima y poco diversa, compuesta de
cincuentones sobre privilegiados y sobre educados. Para obtener un
cuadro más amplio, la semana pasada envié correos electrónicos a 500
periodistas del Financial Times cuyas edades iban desde los 20 a los 60
pidiéndoles ejemplos de matrimonios en los cuales la mujer era el sostén
principal. Las primeras respuestas no fueron alentadoras. Mi exesposa
ganaba más que yo, dijeron algunos. O mi exesposo ganaba menos.
La
mayoría de mis colegas, aun los más jóvenes, todavía están en
relaciones en que el hombre gana más. Un joven colega ferozmente
inteligente dice que su igualmente inteligente novia feminista le dijo
que nunca se podría casar con un hombre que ganara menos que ella porque
no le apetecía una vida dedicada al apuntalamiento de su ego.
Ella
puede estar en lo cierto. Me parece que estos matrimonios sólo
funcionan cuando no se necesita apuntalar egos. Esto puede realizarse de
dos maneras. La primera, a través de la personalidad.
Un colega
dice que la costumbre que tiene su esposa de ganar mucho fue una
bendición ya que él adora el dinero pero es demasiado perezoso para
ganárselo por su cuenta.
Lo más común es cuando el ego
profesional del hombre no se mide en términos de dinero. Varios hombres
en el FT tienen esposas que ganan una fortuna en la City of London,
dándoles la libertad de ser periodistas mal pagados. Dentro del
matrimonio existe el entendimiento de que su carrera importa tanto como
–si no más que– la de ella. De la misma manera, algunas periodistas
mantienen a hombres que son músicos o diseñadores, que aman lo que
hacen, y (en los mejores casos) también les place llevar la delantera en
la crianza de los hijos.
Los casos más interesantes son cuando
los dos comenzaron juntos en la misma industria pero con el pasar de los
años la mujer se fue por encima del hombre. La mayoría de estos parecen terminar mal.
Pero un periodista exitoso me explicó cómo pudo sobreponerse al
problema de tener una esposa aún más exitosa. “Es el debate del
economista francés Piketty, ¿No? ¿Qué importa más –la desigualdad o el
nivel de vida general?” En el interés de este último, él se ha negado
sabiamente a sentir resentimiento y en vez se declara muy orgulloso de
su esposa.
Enlace:
- "Cuando ella gana más que él", por Lucy Kellaway
http://www.elfinanciero.com.mx/financial-times/el-divorcio-es-un-riesgo-cuando-ella-gana-mas-que-el.html
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