La violencia de género nunca empieza con una paliza ni con un
puñetazo. Ni tan siquiera con una bofetada. La violencia de género asoma sus
garras mucho antes con
los primeros celos, las incipientes
amenazas o los insultos constantes. Sin embargo, la mayoría de las víctimas no
se atreve a denunciar hasta que llegan las palizas, uno de los últimos peldaños
de esa escalada de tensión. Y, en muchos casos, ya es tarde.
La receta para combatir los malos tratos no tiene una fórmula mágica. Si se
conociesen los ingredientes exactos, los agresores no habrían arrancado de cuajo
la vida
a 45 mujeres a lo largo de todo 2014, una víctima más
si se contabiliza a
Adolfina Puello, la joven dominicana
asesinada presuntamente en el mes de junio por su pareja, cuyo cadáver fue
encontrado ayer en un pozo de Zamora.
Si se trata de hallar algún remedio, Jorge Pérez, subinspector de policía de
la Unidades de Prevención, Asistencia y Protección (UPAP) especializadas en
violencia de género, prescribiría unas dosis de prevención, buenas raciones de
educación y
denunciar lo antes posible.
En su despacho de la comisaría de la localidad madrileña de Móstoles, Pérez
muestra orgulloso el gráfico que él mismo ha realizado para concienciar a los
chavales ante el repunte de los malos tratos entre los adolescentes. "Mirad,
mirad.
Ésta es la escalada de la violencia", les advierte
cuando acude a darles charlas a los institutos.
Aunque
es algo que se ha contado en muchas ocasiones, el gráfico de este subinspector
de policía es de lo más contundente. En él se observa la progresión que va del
insulto a la paliza y cómo cada episodio violento va siempre acompañado de un
arrepentimiento y de una época de luna de miel, que es la que
retiene a la víctima con la esperanza de que su pareja va a cambiar. A medida
que aumentan los malos tratos, el periodo de luna de miel se va a acortando.
"Los maltratadores casi nunca cambian y las agresiones van a ir en aumento.
Cuanto antes se denuncie,
el porcentaje de salvación es más
elevado. El no denunciar mata", asegura Pérez, junto a sus dos
compañeras de la unidad, Aroa Jiménez y Maite Sevilla. Y pone un ejemplo muy
gráfico: "Esto es como un cáncer. Cuando es chiquitito, todavía puedes hacer
algo. Pero si es grande, ya es muy tarde para cogerlo a tiempo".
Su análisis de la situación es claro: pese a que España cuenta con
una de las leyes de violencia de género más avanzadas de
Europa, que proporciona numerosas herramientas, las mujeres maltratadas
"denuncian poco y casi siempre tarde". De hecho, apenas se denuncia el maltrato
psicológico cuando es dónde debería cortarse de lleno la relación para evitar
males mayores. El policía pone como ejemplo Finlandia y Dinamarca, los países
que más denuncias tienen en la UE: "Eso no significa que allí tengan más casos
de violencia de género, sino que las mujeres están mucho más concienciadas a la
hora de denunciar y el número de fallecidas es muy reducido", argumenta.
Falta de medios económicos
Según las estadísticas del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e
Igualdad,
de las 45 víctimas mortales que se han
producido a lo largo de 2014,
tan sólo 14 habían denunciado, lo
que representa tan sólo el 31% del total y sólo tres de ellas tenían las medidas
de protección en vigor.
¿Qué es lo que está fallando? ¿Por qué pese a que 31.699 mujeres denunciaron
violencia de género en el segundo trimestre del año, 4.188 acabaron retirándola?
El miedo a las represalias y
la falta de medios económicos
son algunos de los factores que echan para atrás a las mujeres maltratadas. Los
policías nacionales insisten en la escasez de recursos como un freno importante
a la hora de denunciar. Muchas mujeres se encuentran en paro o dejaron de
trabajar para atender a su pareja y apenas tienen medios para sobrevivir por su
cuenta o para pagar a un abogado.
Vencer el miedo a denunciar es una de los principales retos que tienen que
afrontar las víctimas cuando se producen las agresiones. Rara vez son ellas las
que llaman a la Policía, sino que suelen ser
los hijos, los vecinos o
los testigos quienes se atreven a marcar el 016 o el 112. A veces, en
el trayecto que va desde la vivienda hasta la comisaría, muchas ya se
arrepienten de ir a formalizar los trámites.
Mar García, policía del servicio de atención a las familias (SAF) en la
comisaría de Móstoles, es la primera en dar la cara y atenderlas cuando ponen la
denuncia. "Lo primero que percibo en ellas es la vergüenza a denunciar y el
miedo al día después. Muchas no trabajan y
no tienen medios
económicos".
Las paredes de la comisaría de Móstoles esconden las historias de cientos de
mujeres. Adolescentes amedrentadas tras haber sufrido agresiones sexuales,
víctimas con la autoestima por los suelos que tienen
hasta cuatro
maltratadores distintos, mujeres adineradas que no se consideran
víctimas de la violencia de género pese a a haber recibido amenazas de muerte.
Aunque en muchas ocasiones fallen los mecanismos, los policías insisten: "Hay
que denunciar siempre. Funciona", concluye el subinspector Pérez.
Policías convertidos en profesores
El aumento de los malos tratos entre los más jóvenes está obligando a los
agentes nacionales a vestirse el traje de educadores y psicólogos y acudir a dar
charlas a los institutos madrileños. Seis de cada 10 chicas de entre 14 y 19
años reciben mensajes a través del teléfono móvil con insultos por parte de sus
novios y amigos de la pandilla, según datos de la Policía Nacional. Las
muchachas no perciben el peligro y tan sólo el 10% de ellas confiesa que esos
mensajes les han provocado miedo en algunas ocasiones. Los agentes están
detectando actitudes preocupantes entre los adolescentes: chicas que no se ven
amenazadas con los insultos y vejaciones y novios cada vez más controladores que
ahora cuentan con una herramienta de lo más eficaz: las redes sociales. "Estamos
yendo hacia atrás con los menores. Ellas se enamoran del malote de la clase, que
es el que mola. Al principio, les gusta que las controle, se sienten
importantes, 'fíjate cómo me quiere'... Luego, empiezan los insultos, las
coacciones y los malos tratos", afirma Aroa Jiménez, policía de la comisaría de
Móstoles. A su juicio, es alarmante cómo las chicas de hoy en día permiten
actitudes que las generaciones anteriores no consentían. "Muchos no son
conscientes de la gravedad de los hechos. No piensan que son maltratadores y
ellas tampoco se consideran víctimas de la violencia de género",
añade.
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