JOSÉ MANUEL PONTE En algunos medios desde los que se jaleó el supuesto progresismo de don Alberto Ruiz-Gallardón dentro de un PP con también supuestas, y dominantes, tendencias reaccionarias, han causado alarma, y no poco enojo, las reformas propuestas por el nuevo ministro de Justicia sobre el aborto, la cadena perpetua revisable y los sistemas de renovación del Consejo del Poder Judicial y del Tribunal Constitucional. En este último caso, con magistrados prácticamente vitalicios, tal y como sucede en los Estados Unidos de Norteamérica, inevitable modelo de referencia de nuestra derecha neodemocrática. A estas novedades, ha venido a sumarse la posible atribución a los notarios de las competencias que ahora detentan los juzgados y los ayuntamientos en materia de matrimonio, separaciones y divorcios, so pretexto de que agilizará los tramites y descargará a los juzgados de trabajo. La propuesta de reforma ha sido bien acogida por el Consejo General del Notariado (toda ampliación de las posibilidades de negocio es saludada siempre con entusiasmo), pero ha levantado recelos en otros ámbitos jurídicos que ven peligrosa la eliminación (o el relajo) de la tutela de jueces y fiscales respecto de los hijos menores de edad. La polémica va para largo y ni siquiera la mayoría absoluta del PP en el Parlamento nos evitará un apasionado, pero no por ello menos necesario, debate social. La furia reformadora de Gallardón habrá sorprendido en los medios que lo jalearon como esperanza blanca de esa utópica «derecha civilizada» cuyo advenimiento estamos esperando desde los felices años de la transición. Pero era esperable, dado el perfil político del nuevo ministro. Justicia (y no por falta de contenido) ha sido siempre una cartera de compensación y todos los gobiernos de la democracia la han utilizado para premiar a quienes no podían colocar al frente de otros destinos. Con decir que hasta don Enrique Múgica fue ministro de Justicia ya está todo aclarado. En cierto modo, podría afirmarse que el Ministerio de Justicia vino a ser algo así como la «revolución pendiente» de la que hablaba Girón de Velasco durante la dictadura. Pero ese papel subalterno con Gallardón no casa.http://www.lne.es/opinion/2012/02/04/casarse-notaria/1194303.html?utm_source=rss
Gallardón es un hombre al que le gusta dejarse ver y oír, pese a su voz de falsete. Es lo que hizo al frente de la Comunidad de Madrid, y es lo que hizo al frente del Ayuntamiento de la capital de España, que ha dejado en la ruina después de sus faraónicas actuaciones y de sus esperanzas frustradas de convertirla en sede de unas olimpiadas. En cuanto a lo de las bodas, las separaciones y los divorcios en las notarías, el asunto da para mucho comentario. Hace años le hablé a un amigo notario de Oviedo sobre esa posibilidad y no la veía mal dado que el matrimonio no deja de ser un contrato. Lo que le parecía más complicado era adaptar la tradicional austeridad de la sede notarial a los ritos nupciales que la moda ha ido imponiendo con los años. Imaginar una notaría llena de pamelas, chaqués, perifollos, gasas, niños portando arras, fotógrafos, invitados lanzando arroz sobre los novios y automóviles de época a la puerta le daba algo de vértigo. «Tendríamos que ampliar el local -me dijo-, hacer un salón a propósito e instalar megafonía para la música. Yo mismo y los oficiales tendríamos que renovar el vestuario, ponernos corbatas de colores detonantes. No sé qué decirte. Gente discreta, que se case como quien viene a firmar un acta, no abunda». Creo que tenía razón.
Reunión de los lunes
martes, 7 de febrero de 2012
Casarse en la notaría
Martes, 7 de Febrero, 2012
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