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viernes, 9 de diciembre de 2011

Hijos y feminismo

23 de Febrero, 2011
Es conocido que Clara Schumann (foto de la noticia) era una pianista con más talento que su famoso marido. 

  • El PSOE de Galicia ha tratado de oponerse a la concesión de apoyo y ayudas sociales a todas las mujeres embarazadas, cualquiera que sea su situación legal. Según la representante del grupo que se opuso, esta ayuda supone adoptar la misma postura que la Conferencia Episcopal, y condena a las mujeres a permanecer en casa para parir hijos.
    Al parecer, esta señora y su grupo parlamentario socialista siguen pensando que la única postura posible es la que defendió Betty Friedman en su libro La mística de la maternidad en el lejano año de 1963. Conviene recordar, por tanto, cuál es el origen de esta polémica, puesto que de una polémica se trata.
    Las primeras intelectuales que escribieron acerca de estos temas lo hicieron todavía en una sociedad en la que era frecuente dar a luz más de 10 hijos. Anna Magdalena Bach tuvo 12, Clara Schumann ocho y la propia reina y gobernadora María Teresa de Austria llegó hasta 13. Los métodos de control de natalidad eran prácticamente desconocidos y la defensa contra las infecciones escasa.
    Los partos prematuros y otras circunstancias, como las dificultades para alimentar y ocuparse de una prole tan numerosa y casi sin interrupción, convertían a las mujeres en ancianas prematuras antes de los 35 años.
    El colectivo femenino, en consecuencia, estaba obligado a pagar un alto precio para garantizar la supervivencia de unos cuantos individuos , ya que sólo muy pocos llegaban a la edad adulta en el caso de cada mujer. Algunas intelectuales no podían dejar de lamentar que se llegaran a malograr bastantes talentos a causa de esta carga excesiva. Es un hecho conocido que Clara Schumann era una pianista con más talento que su famoso marido, Robert, y que sacrificó su capacidad musical para ocuparse de su familia.
    La reina María Teresa, sin embargo, no debió renunciar a nada; su reinado representa uno de los momentos de máximo esplendor para el imperio austriaco, una circunstancia que indica con claridad que todo dependía de las circunstancias económicas y sociales en que se desenvolvía la vida de cada mujer, y no del número de hijos. Estas primeras feministas, por tanto, se referían a su propia situación como intelectuales o mujeres con talento de clase media que tropezaban con las dificultades de la sociedad de su tiempo para poder desarrollarlo, y no siempre a todo el colectivo femenino. Así lo interpretaron sus contemporáneas, que no se identificaban, por lo general, con esta postura. Resulta dudoso, sin embargo, que ellas mismas se propusieran renunciar completamente a la maternidad, y así Aurore Dupin –la audaz George Sand– tuvo hijos, mientras la muy conservadora Cecilia Böhl de Faber –Fernán Caballero– no tuvo ninguno a pesar de que se casó con un hombre 16 años más joven que ella.
    Sin duda, tanto las unas como las otras hubieran estado de acuerdo en el beneficio que hubiera podido significar la posibilidad de reclamar ayudas para las madres por parte del Estado, así como apoyo familiar y social para poder desarrollar su vida sin tener que renunciar a ninguna de sus dos facetas, la de madres y la de o intelectuales o trabajadoras.
    Pero la sociedad del siglo XIX y gran parte del XX no podía permitirse todavía estos lujos, y sólo cuando las mujeres empiezan a incorporarse mayoritariamente al mercado de trabajo a partir de los años sesenta se plantea definitivamente el problema, y surgen reivindicaciones en este sentido. En el momento actual, las mujeres ya no reclaman su derecho a trabajar para disponer de autonomía económica, casi todas lo hacen, no sólo por vocación, sino porque un segundo sueldo es imprescindible en cada casa.
    Las nuevas circunstancias exigen, por tanto, un planteamiento nuevo. En consecuencia, el proyecto para ayudar a cada mujer para que pueda realizarse también en su condición de madre se adecúa mejor a los problemas actuales de las mujeres que plantearles o exigirles la renuncia a su respetable y loable impulso maternal.
    El Estado moderno puede y debe proporcionar a cada una de ellas el marco social en el que ellas mismas puedan decir sin cortapisas ni limitaciones insuperables a su libertad para decidir si quieren se madres o no, de acuerdo con la igualdad de oportunidades que debe procurar toda sociedad democrática, y sin restringir la libre elección de los individuos un sistema político no dictatorial.
    Tan cruel como puede parecer en nuestros días la renuncia de Clara Schumann puede resultar la imposibilidad por falta de oportunidades la frustración de la maternidad.
    Y sólo la servidumbre de la disciplina de partido puede impedir a las partidarias del PSOE comprender y defender para sí mismas este derecho, del que depende al mismo tiempo nuestra propia supervivencia.
    *María Helena Sánchez Ortega es profesora titular de Historia Moderna y especialista en Historia de las Mujeres.

  • http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/opinion/hijos-y-feminismo-20110222

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