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viernes, 23 de diciembre de 2011

“La guerra de los botones”

Viernes, 23 de Diciembre, 2011
Por José Mª Arenzana
Aludía Herrera Carlos hace poco en XL Semanal a la boba e infame pretensión del Ministerio de Cultura de otorgar a las películas de cine una calificación de “recomendada para la igualdad de género”. “La censura de los cretinos”, la llamaba.
Con permiso, Licenciado, pero no es al Ministerio a quien en primera instancia cabe atribuirle semejante grado de cretinez, sino, in extenso, a una masa de dogmáticos y sectarios pánfilos (y pánfilas, si por esta vez me disculpan del masculino genérico) como no se recuerda desde los tiempos de las checas formidablemente descritas por ‘el abominable hombre de las nieves’ Agustín de Foxá.
Son esos círculos de feministas, que en los años del zapaterismo han apaleado los millones (de euros) a base de subvenciones destinadas a la propaganda, la persecución y el lavado de cerebros, los verdaderos ideólogos de tan ridícula ocurrencia.
También es cierto que la calificación de “especialmente recomendada” no se corresponde exactamente con una buena definición de “censura”, aunque resulta innegable que en apenas unos años tacharían de “peligrosos” los estrenos que no incluyesen, al menos, un chinito y una chinita, un negrito y una negrita, un rumanito y una rumanita, un héroe y una heroína (el clan tal vez prefiera decir “héroa”), y así entraríamos en la categoría estricta de censura para prohibir por ley todas las películas que no cumpliesen los dictados del comité transversal del género que mamó. Y es que ya conocemos las huellas de su pezuña y cómo aran esos bueyes, especialmente en una Comunidad cuyo presidente proclamó aquella bobería de “Llamadme presidenta” (sic) y se cascó a renglón seguido un discurso en primera persona del femenino singular.
Por lo tanto, cretinos, sí; censura, no del todo. Aunque, si alguien no lo evita, ese fantasma se nos viene encima, pues conozco personal licuado de esa clase por doquier, bendecidos con una manta de millones y pastoreados mediante ñoña bisoñez y un atajo de mentiras difíciles de superar.
Aun así, la situación es más grave de lo que aparenta, pues la censura más humillante y castradora es la que nos practicamos a nosotros mismos, es decir, la autocensura. Mucho peor, más cruel e intimidatoria que en los tiempos del franquismo, pues no precisa vigilancia y se inflige por el mero temor a ser aislado o señalado. Además, como bien indica Herrera, traspasa nuestras fronteras. No en vano, en EE.UU. han tachado de Tom Sawyer y de Las aventuras de Huckleberry Finn la palabra nigger de su vocabulario. ¡Que tiemble ese reaccionario de Don Quijote ante la Alianza de Civilizaciones!
Un ejemplo más reciente es la versión cinematográfica, que recomiendo encarecidamente, de “La guerra de los botones”. El relato original, lleno de ternura, una joya del neorrealismo francés en blanco y negro, dirigido en 1962 por Yves Rober, constituye un alegato contra la guerra y los nacionalismos y narra las aventuras de unos niños del mundo rural, cuando nuestros únicos juguetes éramos nosotros mismos.
El remake, en color, dirigido por Cristophe Barratier, copia a veces plano a plano la vieja versión, pero han eliminado, eso sí, escenas que a muchos les resultarían hoy escabrosas y de una incorrección abrumadora, tales como que los niños en aquellos años, ya ve usted, fumaban a escondidas, se cogían una cogorza en la cabaña construida en la maleza, algunos recibían correazos de su padre e, incluso, un crío conduce un tractor campo a través ante la mirada indiferente de unos parroquianos. Nada de esto aparece en la versión moderna, aunque, a cambio, la de ahora cuenta en el reparto con Laetitia Casta, esa muestra incontestable del alienante machismo que a usted, maese Herrera, y a mí, nos invade las entrañas.
He vuelto a ver en DVD la versión original, la de 1962. Por el doblaje he podido comprobar que la pacata censura de Franco le había realizado dos pequeños cortes. El primero, a propósito de un ingenuo y desquiciado discurso en el que uno de los niños asocia “igualdad” con “República” y “privilegios” con “Monarquía” (cosas de la incipiente Vª República de Charles De Gaulle), que al censor franquista debió sonarle a dinamita. Mas no se alarmen, pues en la versión actual tampoco figura el inocente y divertido alegato, sustituido ahora por la muy políticamente correcta historieta de una niña judía perseguida por el régimen de Vichy que ni viene al caso, pues supone, además, trasladar el relato a casi veinte años antes sin razón alguna que lo justifique.
En el otro tajo habrían coincidido el censor franquista y estos pánfilos del ‘zapatetismo’ con su estrecha moralidad de “socialismo en pololos” (Carlos Colón dixit), pues los niños curiosean por saber si los “edemas pulmonares” (sic) de la niña de la pandilla son tan abultados, ¡anatema!, como los de la chica que aparece en la portada de una revista.
Así pues, Licenciado Herrera, más tarea para Rajoy, antes de que la estupidez de los cretinos nos mande a la época de los cucharros de aceite o de una onza de chocolate y un mendrugo para merendar.
http://plataformaporlaigualdad.es/?p=6039

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