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domingo, 11 de diciembre de 2011

Un padre mantiene cuatro hijos, un hijo no mantiene un padre

Domingo, 11 de Diciembre, 2011
Mi viejo no me dio la oportunidad de devolución. Se despidió joven y emprendió el camino de la eternidad. No es mi caso, ya que la vida me brindó la oportunidad de cumplir, holgadamente, mi función de padre dándole las oportunidades profesionales óptimas para que desarrollen su propia autonomía, circunstancias que me llenaron de orgullo y sensación de “misión cumplida”. La realidad está impregnada de padres frustrados, en su sano intento por ver realizados a sus herederos, en la continuidad evolutiva.

La función paterna

En la teoría psicoanalítica de orientación lacaniana se le da el nombre de función paterna a una función que limita el deseo de la madre escindiendo la unidad que inicialmente forman la madre y el infante, escisión positiva que logra la función paterna al transmitir la ley (las normativas) desde Otro (en este caso desde el padre). La función paterna es efectuada por un tercer sujeto (preferentemente el padre, o en su defecto quien le sea realmente sustituto/los tíos, etc.). El padre -lo sepa o no- provoca un quiebre y sirve de modelo identificatorio o de comparación.
Puede decirse que la Función Paterna es altamente ordenadora: si el deseo de la madre es una relación con una ambigüedad, una anfibología (que tiene más de un sentido), la función paterna añade un referente (el padre). Tal función (valgan los ejemplos tomados de la lingüística) provoca una desambiguación (marca/registro) en el psiquismo del infante que significará -en la niña o en el niño- un pensar coherente, el pensar coherente de todo sujeto integrado en la cultura. O sea, aunque no resulta ninguna novedad, el padre es un integrante importante en la relación familiar, más aún cuando la misión que cumple es instaurar una norma de separación del hijo con la madre, para que éste comience un camino de autonomía y crecimiento.

Lo cotidiano y recurrente

Hasta aquí la palabra sicoanalítica oficial/la ciencia; de ahora en más, pura sugestionabilidad, con el riesgo de caer en “inevitables generalizaciones”, propias del punto de vista individual, pero la preocupación que nos atañe no es el crecimiento en sí, sino por qué en la mayoría de los casos (en esta cultura), los hijos se despreocupan de sus padres o en su defecto, por qué cuando estos envejecen, no reciben una ayuda decorosa a sus fuerzas y necesidades. Por lo general, se mantiene el vínculo de verticalidad, de suministro y mantención, como si el envejecimiento no fuera un impedimento progresivo a sus posibilidades vitales, encontrándose situaciones de visible, indiferencia y desamparo, en aquellos extremos en que determinados hijos se sienten con derechos eternos.
Me refiero a aquellos casos (muy comunes hoy) en que la casa paterna sigue solventando los gastos diarios. No sólo, en los casos de hijos que no despegan de la casa “original”, sino también aquellos que (aún viviendo en casas separadas) recurren, permanentemente, a la ayuda económica de sus mayores, tanto como una necesidad, como una obligación, sin desmerecer los “separados/as” arrinconados (por razones de fuerza mayor) en la casa de Papá. La sorpresa, no es el fenómeno en sí, sino el sentimiento de obligación con que recurren a esta instancia: los padres tienen la obligación de esta protección extra y extemporánea.

La actualidad del pasado

Esto que menciono como “novedad” de la época, se hunde en las raíces bíblicas, demostrando que es un hecho habitual de todos los tiempos. Ya la Biblia nos da un referente en la Parábola del Hijo pródigo, mostrando a un generoso padre que recibe a su hijo del destierro con todos los honores y gratitud por su regreso, lo que pone a la realidad en su lugar común: los padres se sienten orgullosos e inmensamente felices al dar (lo poco o lo mucho) a cualquiera de sus hijos, disimulando la diferencia de fuerzas que puede significar las diferentes edades y posibilidades. Sobresale, sobre todas las cosas, el placer y la felicidad que les ocasiona a los padres, compartir con sus hijos para la alegría del grupo. Tema aparte, es la opinión de las pedagogías actuales que no comparten este desprendimiento sin límites, dando por sentado que esta modalidad está más cerca de un claro perjuicio al desarrollo normal de la personalidad.
Cualquiera fuera la especulación sicológica del fenómeno de esta “verticalidad”, concluyo con la categórica aseveración, también mítica, de origen judia: Cuando da el Padre, ríe el Padre y ríe el hijo. Cuando da el hijo, llora el Padre y llora el hijo; aunque a muchos le suene grosero y poco elegante.
http://noticias.iruya.com/opinion/contrubuciones/12614-un-padre-mantiene-cuatro-hijos-un-hijo-no-mantiene-un-padre.html

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