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domingo, 17 de marzo de 2013

¿Y si Cantó falla en las formas pero no en el fondo?

Domingo, 17 de Marzo, 2013
Escrito por Paula Ballesteros Santos
Por Paula Ballesteros Santos
Un preámbulo. Las palabras de Toni Cantó sobre la llamada violencia de género, son un acto de extrema irresponsabilidad frívola por su falta de rigor, precisión y credibilidad que han servido justo para lo contrario de lo que al parecer intentaban: no han logrado suscitar un debate razonable sobre la posibilidad de que, en la persecución de una lacra infame, alguien utilice la ley con fines alejados de su espíritu y, a cambio, se ha dado alas a quienes al calor de esa posibilidad cierta sostienen, con infinita desvergüenza, que todos los malos tratos son en realidad una falsedad.
Esto es, Cantó (brillante en su valiente defensa de la custodia compartida, otro tema espinoso que la política trata con cobardía para evitarse problemas que van en el sueldo) ha hecho un pan como unas tortas por afirmar con rotundidad agresiva lo que debía haber sido una pregunta educada, entregando tanto a los negacionistas del maltrato cuanto a los negacionistas del abuso en su nombre un debate que debieran librar todas las gentes de bien desde una premisa: se puede estar, con idéntica energía y compromiso, con las mujeres que soportan a monstruos; y con los hombres que no siéndolo son tratados de tales para facilitar a su pareja un litigio beneficioso.
Y si lamentable ha sido la manera de abordar el asunto por parte del diputado de UPyD, mucho más lo ha sido la respuesta recibida, no a sus palabras, sino al asunto de fondo que aparece tras el ruido torpe de las diatribas de Cantó: nadie se ha querido preguntar si puede ser cierto que haya uno, tres o cinco varones acusados falsamente; o si la ley añade al proteccionismo necesario de la mujer una indefensión sorprendente del hombre; o si en la propia lucha contra el maltrato se ha impuesto la retórica ideológica a la eficacia preventiva, pues las cifras de asesinatos apenas reculan y nadie parece hacerse responsable de ello.
No es una cuestión de números -¿Acaso es menos grave la pedofilia en la Iglesia si hay un solo caso?, ¿Hay que defender a 7.000 familias que quieren estudiar en español en Cataluña pero abandonarlas si son sólo 20?, ¿Depende el matrimonio gay de que lo practiquen muchos o de que lo puedan disfrutar los pocos que lo deseen?- pues los derechos, como los delitos, han de ser individuales y su valor en más cualitativo que cuantitativo.
Pero, no obstante, vayamos con los números. Según la memoria del Consejo General del Poder Judicial, que irrumpió con insólita rapidez en la bronca de verduleras suscitada, sólo hay constatadas 19 denuncias falsas sobre un total anual de 135.000. Esto es, sensu contrario, en España hay 134.981 casos de violencia machista al año que, con el código penal, debiera llevar a tan abrumador número de hombres a la cárcel, condena mediante: como desde que se mide esa estadística se mantiene firme cada año, España debiera estar repleta de centros penitenciarios exclusivos de este tipo de delincuentes. Pero no, aunque es difícil encontrar la cifra real de presos, parece que hay alrededor de 5.000: si cada año hay 135.000 denuncias y el periodo analizado por el CGPJ en de diez (2002-2012), podemos concluir que de las 1.350.000 denuncias en ese tiempo, un 0.37% han terminado en un fallo judicial privativo de libertad.
¿Significa, entonces, que el 99.63% de las denuncias son falsas? Claro que no. La propia memoria del CGPJ desmiente esa afirmación falaz -si alguien la sostuviera-, pero también desmonta la contraria: simplemente es imposible saberlo porque no se investiga y sólo se tildan de tales las muy evidentes.
Sólo podemos conocer que las condenas por delitos incluidos en la Ley de Violencia de Género son la mitad, grosso modo, de los denunciados: es imposible discernir la gravedad de los mismos (todos lo son, pero en un campo con tantos crímenes, meter en el mismo saco la agresión física, la psíquica y la bronca; devalúa la dimensión del asesinato al mezclarla estadísticamente con el resto de agresiones), como es imposible saber cuál es la razón de las absoluciones (aunque sólo hay dos: desgraciadamente no se pudo demostrar la culpabilidad y el monstruo está en la calle; o simplemente era mentira la acusación y a la monstrua le sale gratis) o de las denuncias retiradas (aunque sólo hay cuatro: pacto entre abogados, perdón, miedo al perjurio o miedo al agresor si no le meten entre rejas).

Recapitulemos, pues.
1.- Tenemos un problema muy grave de terrorismo machista: más de 400 mujeres han muerto asesinadas por su pareja. Casi la mitad de las que ETA mató durante cuarenta años: una cifra, en fin, insoportable.
2.- La política ha fracasado: camuflan su incompetencia en la protección de mujeres finalmente asesinadas con una miríada de declaraciones, leyes, campañas y medidas retóricas que diluyen la responsabilidad de los poderes públicos en una especie de corresponsabilidad de todos, mezclando la imprescindible solidaridad social con la exigible eficacia de quienes cobran por ello. Contra un ataque imprevisto de un bárbaro sin denuncias previas tal vez se pueda hacer poco; pero en los casos en que las mujeres sí advirtieron sus riesgos y no valió de nada, ¿quién responde?
3.- La Ley de Violencia de Género reduce las garantías del acusado por cualquier otro delito, avalando la detención preventiva de un hombre con una simple llamada de una mujer a la Guardia Civil.
4.- En torno a esta ley, han proliferado observatorios, institutos, concejalías, centros, delegaciones y todo tipo de organismos que, sin embargo, no han frenado la escalada de asesinatos. Sí han servido para consolidar una visión femenina de la vida que, si bien es muy respetable, parece tener poco o nada que ver con el objeto fundacional de todo este sistema: no es compatible considerar verosímil la existencia de hasta 135.000 maltratos al año y la promulgación de leyes excepcionales con un sexo y, a la vez, no cambiar por completo de herramientas ante el evidente fracaso de las existentes como respuesta a esa epidemia.
5.- Con el número de denuncias registradas al año, se evidencia que tenemos un problema de maltrato más allá de los crímenes, cruel colofón de este fenómeno imparable. Si entre 5 y 6 de cada 10 casos denunciados culminan en algún tipo de condena judicial; estamos sin duda ante el mayor desafío a la convivencia en nuestra sociedad: no es ni un problema ficticio ni tampoco menor, pues. Y aunque es osado sostener que los crímenes tienen una raíz educativa en lugar de pasional y por tanto más difícil de prever; no lo es reclamar que el resto de malos tratos se combatan con educación: en la escuela, mucho mejor que externalizando o privatizando esa labor en asociaciones, entidades y ramificaciones de partidos que, seguramente, combaten heroicamente el tipo de gestión que ellos disfrutan cuando lo hacen otros en áreas como la educación o la sanidad.
6.- Si de los maltratos reales podemos concluir que suben como la espuma y que sus víctimas son la base de un discurso ideológico, legislativo o político a menudo bien remunerado que, paradójicamente, no las ayuda a salir del infierno viendo el incesante incremento de las cifras; de los que no lo sean no podemos decir nada: simplemente, no se investigan.
7.- Sólo podemos preguntarnos, sin responderlo de manera rotunda como ha hecho Cantó con ligereza, varias cosas: ¿Por qué motivo exacto la mitad de las denuncias acaban en absolución?, ¿Cuántas denuncias se ponen en las vísperas o en pleno proceso de divorcio y cuántas en el seno de un matrimonio que ella querría feliz pero él ha transformado en un infierno?, ¿Por qué razones precisas –serán variadas, pero las desconocemos- se retiran denuncias y cuántos miles del total pertenecen a este epígrafe?
La verdad nunca puede ofender a nadie. Buscarla con honestidad no es un derecho, es una obligación tremendamente útil a todos los efectos: nada hay peor para una maltratada que una falsa maltratada; como no hay nada más estimulante para un maltratador que diluir su canalla desvergüenza en una duda general sobre el fenómeno por la resistencia a saber su auténtica dimensión.
Sólo quienes se sirven de las maltratadas para edificar una ideología de género que criminaliza preventivamente al hombre porque hay hombres repugnantes, incurriendo en ese vicio totalitario y anticonstitucional que señala a razas, sexos o religiones enteras por los comportamientos individuales de sujetos de uno de esos grupos; pueden considerar una afrenta que nos hagamos esas preguntas y exijamos respuestas.
Cada mujer tiene o ha tenido abuelos, padres, hermanos o hijos. Y cada hombre tiene o ha tenido abuelas, madres, hermanas o hijas. A todos nos repugna por igual la existencia cierta de maltratadores y nos inquieta la posibilidad de que se alguna se sirva de ese sentir colectivo para defender intereses bastardos. No hay por qué elegir, no hay por qué establecer comparaciones cuantitativas como si quisiera aminorarse la gravedad de un fenómeno e hinchar el otro: nos pueden preocupar ambos, en el orden adecuado y con la intensidad debida.
Pero algunos, y algunas, no están por la labor. Y si lo están, tienen un miedo atroz a que las iracundas trompetas de Jericó que se presentan a sí mismos como únicos adalides de esta lucha y exclusivos intérpretes de la manera de librarla les señalen con el dedo acusador y pese sobre ellos el duro estigma de la insensibilidad y el machismo:son los mismos, y las mismas, que durante el matrimonio dicen (con razón) que hombres y mujeres tienen las mismas obligaciones con los hijos; los mismos –y las mismas- que defienden (también con razón) que todos los modelos de familia son válidos si se cimentan en el amor y el respeto… pero se desdicen sectariamente de todo ello cuando llega la separación y simplemente algunos seguimos diciendo lo mismo: que los niños son de los dos y que las familias monoparentales, con divorciados, homosexuales o mediopensionistas siguen teniendo derecho y obligación a la custodia que antes se pedía, pero que ahora ha de llamarse compartida.
Algo, esto de la custodia compartida, que en estos momentos depende de que ella la conceda y no de tenerla concedida para ambos de antemano: sí, aquí como en el maltrato, muchos son culpables. Pero es increíble que, en lugar de tender que probarse la culpabilidad, deba demostrarse la inocencia; el punto de partida para todos (y para todas) que distingue una democracia de un engendro.

Cantó no siemre es tan frívlo e irresponsable. En esta intervención sobre la custdia compartida, está de diez.
http://www.eldigitaldemadrid.es/opinion/sos-hombre/item/3912-%C2%BFy-si-cant%C3%B3-falla-en-las-formas-pero-no-en-el-fondo

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