Una feminista y el amor (y II) / El euskera, idioma distinguido.http://www.intereconomia.com/blog/presente-y-pasado/una-feminista-y-amor-ii-euskera-idioma-distinguido-20121107
Dificultades del amor a lo feminista / Para el euskera no vale cualquiera. Blog I: Ni tribunal ni constitucional: parodia de la justicia. www.piomoa.es
*****Les sonará a los vejetes: "Si recuerdas mi sueño": http://www.youtube.com/watch?v=yGeuhmBefI8
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El concepto del amor de Montseny podría caracterizarse como un exaltado romanticismo con un tinte algo retórico. El amor debe imponerse “al margen de toda moral”, pues “En el amor, como en el arte, la moral no puede existir ni existe”; y apela a “la pasión y sus locuras sobrehumanas”. También en este campo ofrecen los animales un modelo aprovechable: “Las bestias, mucho más sabias que los hombres, saben salvar al instinto de la saciedad, saben conservar la libertad mutua; tienen ya, en una palabra, individualizado el amor. En épocas determinadas, la pasión, que para ellos es instinto, que en los hombre puede y debe adquirir trascendencia y majestad de amor, los junta. La saciedad da la medida de la duración del amor. Luego se separan, continúan sus vidas individuales, sus vidas que ninguna moral, ninguna ley, ninguna religión regula y que no les impide ser solidarios entre ellos, respetarse mutuamente”. Montseny, que achaca la “debilidad milenaria” de la mujer a la ignorancia de la naturaleza y de la vida, no da impresión de poseer, a su vez, conocimientos especialmente profundos sobre ambas.
Y después de sus terminantes declaraciones, la moral, hasta la moralina, reaparece como una pretensión de elevación espiritual, por así llamarla. Denuncia, por ejemplo, unas formas de “amor libre” extendidas, con toda probabilidad, en medios anarquistas, consistentes en “catar mujeres, abandonándolas al cabo de dos meses con la insolencia triunfante del seductor”; o bien condena (moralmente, claro) “ese otro amor libre practicado por no pocas mujeres, que en nada se diferencia de la prostitución”. La mujer no debería “vivir un vida artificiosa, morbosa, de histérica obsesionada por el deseo sexual”. Resulta difícil entender por qué no, a partir de los principios antes enunciados, y el lector devoto del anarquismo pudiera quedar algo desconcertado: ¿Hay moral en el amor, o no? ¡Al final habla casi como los curas!
Ese moralismo contradictorio roza la cursilería cuando propone una “vida plena de la salud y el optimismo, la vida creadora y desbordante de la Naturaleza”, si bien no deja muy claro el modo de conseguirla, olvidando además las muchas penalidades, por no decir horrores, presentes en la naturaleza. Una mujer de ese triunfante estilo puede --¿por qué no?—encontrar un hombre a su nivel, y entonces “el amor, entre dos seres de tan espléndida naturaleza, habrá de ser una cosa nueva y exquisita, una floración perenne de ilusiones, un perpetuo descubrimiento de valores y matices nuevos”; “el amor entre ellos será capaz de ser fiel y hasta de prolongarse largos años, porque no dejarán crecer la flor venenosa del hastío”; “Lo que importa es que todo, la fidelidad o la multiplicidad, el hombre y la mujer de un solo amor o los hombres y las mujeres de múltiples amores, tengan la misma concepción profunda, emocionada, del amor y de los derechos individuales, el mismo respeto por los matices de los temperamentos; la misma concepción moral, que ha de ser idéntica y universal para los dos sexos”. “Los celos (…) han de ser implacablemente combatidos en nosotros”. Pero ¿son los celos naturales o no?
En fin, marca una línea de acción un tanto retórica: “Ayudemos a crear una fuerte, una vigorosa personalidad femenina, en la que haya todas las garantías deseables para asegurar una progenitura de élite. Una mujer sana, moralmente emancipada, mujer libre y madre consciente, sabrá salvaguardar siempre el amor de toda deformación y de todo envilecimiento. Ayudémosla a asegurar su vida económica y pongamos bajo la salvaguardia colectiva los hijos, todos los hijos, para que ellos no sean la base de ninguna sumisión y de ningún sacrificio”. En pocas palabras: “La primera condición en que ha de basarse la nueva personalidad femenina es la salud del alma y la del cuerpo”. Cabría vacilar, con todo, ante la duda de si tales recetas prácticas, no demasiado coherentes, facilitarían o no la salud, al menos la mental.
¿Cuál sería el modelo femenino del futuro? Ella se manifiesta contraria “al tipo americano, ridículo tipo de modernidad que (…) quiere decir lo que Nettlau llamaba hombre y mujer intercambiables. Es decir, tipo único, uniformidad insoportable”.
Federica da la impresión de creer en la existencia de diferencias notables entre el varón y la mujer, y en la conveniencia de que esta cultive sus propias cualidades: “Si todos estamos de acuerdo en que no ha de ser el hombre el que moldee a su gusto la personalidad femenina; si todos reconocemos cuán difícil es juzgar a un sexo desde el otro; si nos rebelamos contra la milenaria intromisión masculina en nuestra intimidad mental…”, entonces propone la resolución del problema femenino mediante discusiones entre las mujeres mismas.
Y a continuación, en una nueva muestra de coherencia dudosa, el modelo de mujer por ella propuesto recuerda al varón, y precisamente al varón guerrero, como una gota de agua a otra. En sus comentarios y novelas encomia un tipo femenino algo amazoniano, a “esos ejemplares extraordinarios de mujer” que “aún da la raza”, desde “la Monja Alférez (…) a La Pastora”. (La Monja Alférez era un modelo de virago, y La Pastora se llamaba Teresa Pla Messeguer, y “acaudilló una partida de forajidos”, según los franquistas, o un grupo de guerrilleros libertadores, según los promotores del maquis. En realidad se trataba de un hombre con una malformación genital). En una novela, Heroínas, sobre la insurrección de 1934 en Asturias, que estuvo a punto de destruir la república, Montseny canta con ardor a una llamada La Libertaria, dama “en busca de almas que modelar, de existencias que dirigir, de conciencias que formar”. Ella y otras “manejaban las armas con tanta precisión y tanta soltura como los hombres”, afirma Montseny, la cual expresa un vivo deseo de que “todas las mujeres de Asturias, las mujeres de España, se sientan honradas y representadas en las siluetas femeninas que desfilan por esta obrita”. Hablando de la Resistencia francesa durante la II Guerra Mundial, nos asegura: “De las acciones más arriesgadas fueron casi siempre las mujeres las heroínas y protagonistas”. Caramba.
Siempre en busca, como sus heroínas, de “almas que modelar, existencias que dirigir”, Monseny se expone a sí misma, implícita y casi explícitamente, como el modelo de esa mujer ideal del futuro: “Consciente y libre”. Lo hace en sus memorias y en relatos y novelas como La indomable, un autorretrato vital y psicológico, harto idealizado o altisonante. La protagonista tiene alguna relación con un capitalista que la admira, y cuya vida describe ella con rasgos muy tópicos: “Ganar dinero, explotando a los que no lo tienen. Gozar de la vida sin zozobras. Carecer de todo escrúpulo, de toda ilusión, de todo ideal. Engordar luego, casarse más tarde, llevar cuernos por último. Perfecta vida del burgués”. El así retratado muestra más o menos su acuerdo con el triste diagnóstico que le hace la chica, pero no puede evitar ser arrastrado por la inercia burguesa. Ve en la protagonista una mujer de agallas, la cual necesitaría a su lado “un león”, tarea incumplible para él, que no pasaba de ser “solo un gato”.
La protagonista resalta a menudo, con intenso romanticismo, su propio carácter excepcional: “Me limito a satisfacer las voces de mi conciencia, a ponerme de acuerdo conmigo misma, a acallar las necesidades de una moral superior, individual y libérrima”. Sobre la finalidad de la vida considera: “Hay un fin común al que nadie escapa, del que solo se salvan, en esencia, aquellos seres que tienen una vida superior que solo consigue el genio. El triunfo o el fracaso de mi existencia se sabrán al día siguiente de mi muerte. Si muero conmigo misma, habré fracasado. Si sobrevivo a mi muerte, habré logrado un triunfo trabajoso que solo se alcanza después de una larga lucha contra el mundo y contra nosotros”. Naturalmente, acepta el precio a pagar por esa “falta imborrable, el fatal estigma de la individualidad, la sentencia milenaria caída sobre las cabezas que sobresalen de los rebaños”. Algunas ideas de corte fascista dejan un eco similar.
En sus memorias destaca constantemente ese carácter. Volcada en el mundo de la política –aunque el anarquismo excluía esa palabra—admite: “Es bastante común en los que luchan por la libertad del mundo, que no pocas veces tengan que sacrificar a los suyos”. Consigna su “carácter resuelto”, su “amor a la aventura y al riesgo”, resalta “mi alma animosa, mi indomable voluntad, la energía de mi carácter combativo”, su serenidad en medio del pánico de los demás, y otras expresiones, que sonarían algo llamativas si un hombre se las atribuyera. Recuerda cómo ya desde adolescente reveló ese carácter indómito: “¡Cuántas veces tuve que defenderme a patadas de los carreteros que paraban el carro y se metían conmigo!”. Estaba agraciada, además, por una “naturaleza resistente”, capaz de “sobrevivir a muchas pruebas que hubieran arruinado la salud, los nervios o el más robusto de los corazones de otras personas”. Inútil es decir que esta opinión que tenía de sí misma no la compartía todo el mundo, como veremos, empezando por su correligionario García Oliver.
Durante la república realizó una pequeña proeza cuando el golpe de Sanjurjo. Se encontraba en Granada, en una gira de mítines y, según escribe, los facciosos se parapetaron en un edificio, a las órdenes de una señora, y ella misma arengaba a los antifascistas para reducir la resistencia de aquellos: “No estaba mal la cosa. Que en la tierra de Mariana Pineda dos mujeres se batieran cada una en un campo diferente, encabezando acciones y manifestaciones, era de lo más pintoresco”. Sin duda lo era.
Cuando, ya durante la guerra, se planteó la entrada de los anarquistas en los ministerios, las dudas y titubeos fueron muy grandes, pero un argumento que sin duda caló en ella fue el ofrecido por Horacio Prieto, otro líder ácrata partidario de la colaboración gubernamental: “Daríamos un gran golpe nombrando a una mujer”.
Este triunfo debió de halagarle mucho, pues en ella se observa una constante ansia de competir o rivalizar con el varón. Según escribe, de joven veía al hombre como “un enemigo cuya importancia y cuyas fuerzas agrandaba mi propia imaginación y mi propia ignorancia”. Afortunadamente, al envejecer llegó a adoptar “un sentimiento más sereno de compasión; quizá también esa superioridad de corazón que da a la mujer la maternidad. El hombre no es ya para mí el opresor, el enigma, la potencia misteriosa y milenaria con que se aprestaban a luchar mis jóvenes fuerzas de amazona” (según la famosa interpretación de Paul Diel sobre los mitos grtiegos, la amazona simboliza la “mujer histérica”, que mata al hombre, rechazando su carácter complementario y mutilando su propia feminidad --cortándose un pecho para tirar mejor con arco-- en su afán de rivalizar con él). Hoy es un ser cuyas íntimas indefensiones conozco, cuyo inmenso desamparo me apiada, cuya fuerza me hace sonreír, sobre cuya tragedia moral y física me inclino con la constante indulgencia de las madres. No lucho ya con él, dispuesta a vencer o a no ser vencida, quiero simplemente ayudarle a salvarse de sí mismo”.
Noble intención redentora, pero un tanto penosa en la práctica: “La tarea es ardua y la labor lenta”. Ya en la desbordante energía de su juventud parece desmoralizada en ocasiones, y considera su misión “inútil, porque mi pobre pluma no obrará el milagro de despertar en la mujer esa personalidad, esa conciencia de su misión, que son condiciones previas y precisas para que ocupe en la vida el lugar que le pertenece. Pero con ello cumplo la misión mía; hago el descargo de mi conciencia, y al servicio de mis convicciones y de mi sexo pongo la pasión, la tenacidad y la voluntad que son norma de mi carácter”. Mucho más tarde, pese a su sobreabundancia de energía, y tras decenios de ímprobos esfuerzos por cambiar a la mujer y salvar al varón de sí mismo, se ve obligada a admitir la escasa brillantez de los resultados: “La mujer consciente y libre no existe, o existe raramente”. En todo caso la propia Montseny y cuatro más. Aunque un peculiar consuelo debía aportarle el constatar que “tan raro como ello es el hombre libre y consciente”.
Frutos tan pobres debieron de producirle algún desaliento, y más todavía al constatar en su propio hijo, criado según sus ideas redentoras, unas tendencias al parecer irreprimibles “en su incipiente orgullo de macho, en sus arrebatos, en sus violencias, en su gracioso sentido de superioridad, en su tonillo de protección, en todo lo que en él pone ya el eterno masculino. Y ante esta larva de hombre, cuyos defectos varoniles se acusan ya con vigoroso relieve, asisto al desarrollo de todo el imponderable masculino, percibo, con más claridad que nunca, cuánto hay de inconsciente y de determinado por la naturaleza en el drama del hombre”. También observa, en otra ocasión: “El hombre está sujeto a reacciones derivadas de secreciones internas. Las glándulas endocrinas juegan un papel muy importante en la historia de los pueblos”. Conclusiones no muy brillantes. Quizá la extirpación de esas glándulas ayudara a solucionar el problema.
(De Federica Montseny o las dificultades del anarquismo)
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Parece que la carta de Jaume Ripollet i Bohigas ha levantado ronchas en algunos, según la réplica que me envía mi atenta corresponsal de Reus:
“Hace tiempo que dejé de contestar a estos maketos, porque está claro, un maketo es un maketo, ya lo aclaró nuestro gran Maestro Sabin, y ¿qué se puede esperar de un maketo? Lo digo sobre todo por los catalufos esos tan engreídos, como el tal Jaume Nosekehostias i Nosékerrollos, que ya ha hecho que se me inflen los cojones y me obligue a darle la respuesta que se merece.
Pues en su carta al tal Bofarull carolingio ese de la Pompeu Fabra (¡qué risa!) dice el tal Jaume que en Grecia les dijo a unos baskos que pedirían al guía explicaciones en euskera, y que los baskos se le rieron en la jeta, y termina el tío: “Me di cuenta de que hay todavía mucho vasco absurdo y atrasado, desde luego están más atrasados que nosotros, lamentablemente: mucho tiro y mucha bomba, pero luego, nada”. Mire usted, tontolaba, claro que, si nosotros querríamos, el euskera se convertía en la lengua internacional, porque es la lengua más perfecta, lo cual es bien sabido y aceptado por todos los especialistas hoy día. Pero resulta, entérese usted bien, que el euskera no es un idioma para que lo hable cualquiera así como así, es el idioma más antiguo del mundo, probablemente ya lo hablaba Noé, eso lo han demostrado varios científicos del PNV, y, como comprenderéis, no vamos a andar divulgándolo de cualquier manera como un idioma más. Hablar euskera no lo habla el que kiere, sino el ke puede, y sin haber nacido en Euskadi… pues difícil va a ser. Incluso mutxos de nosotros mismos lo hablamos poco y en okasiones especiales, precisamente para no desgastarlo, porque es como una joya, que no hay por ké andar exhibiéndola por ahí a trotxe y motxe. “Si los maketos aprendieran el Euzkera, tendríamos que abandonar éste” ya lo dijo el Gran Arana. Se entiende, ¿verdad? No es como el catalán, que aparte de que no lo habla casi nadie, es que se ve enseguida que es como un dialecto del español, de tanto como se parecen, con un toque de franchute. Y le voy a decir una cosa a esos karolingios: traten de aprender euskera y ya verán como no lo consiguen ¿Y por qué? ¡Ah…! Contéstense ustedes mismos.
Y lo de los tiros y las bombas, se lo van a meter ustedes por donde les kepa, que los baskos como debe ser, los baskos nacionalistas, a esos me refiero, ya sé que hay algunos malos baskos que no merecen el título y que, lo decía muy bien nuestro Maestro “merecen ser arrastrados desde la cumbre del Gorbea hasta las peñas del Matxitxako”, pues los baskos de verdad somos de natural pacífico, y si se quiere, humanista y científico, por lo menos como ustedes y más, excepto que nos toquen mutxo los kojones, porque entonces nos defendemos, claro está. Ustedes los katalufos saben bastante de eso, porque ¿no se dicen ustedes carolingios? Pues los carolingios, según tengo entendido, eran francos, y bien para el pelo les dimos en Roncesvalles, así que espero que no les queden ganas a ustedes de volver a las andadas, ya saben lo que les espera si se pasan y se ponen demasiado tontos.
Pero ké hostias, ahora que lo pienso, ¡qué coño van a tener ustedes nada que ver con los francos, los carolingios y toda esa gente! Los francos se parecían más a los baskos, kiero decir, eran altos, rubios y guapos, y ustedes, bueno, yo es que me partía de risa cada vez que veía al Jordi Pujol ese, o al Carod, el Maragall y toda esa banda, con pinta de cacereños, tíos setas alimentados con tocino y bellotas. ¿Pues anda que no viven ustedes de ilusiones, como los tontos de los kojones! Si ya lo decía nuestro Maestro de los maketos, y recuerden que ustedes es lo que son, les guste o no les guste: “más que hombres parecen simios poco menos bestias que el gorila; no busquéis en sus rostros la expresión de la inteligencia humana ni de virtud alguna: su mirada sólo revela idiotismo y brutalidad”. Me doy cuenta de que es lamentable, pero es la realidad, y la realidad hay que conocerla y afrontarla, ké se le va a hacer. Fíjense en cambio en nuestro Arana, calificado con justicia en la prensa baska de “Bello Apolo euzkeldún con la hermosura corporal del crinado numen lírico, prototipo de la belleza viril”. Pues hay estas diferencias, señores carolingios de pega, ¿Que les fastidian? Pues les repito, ¡qué le vamos a hacer! Y no traten de impresionarnos con sus sabidurías de Sócrates, Homero Julio César y todos esos, porque no lo konsegirán, ¡a nosotros con esas murgas!
Y vuelvo a citarles al Maestro: “No es razonable la alianza de los catalanes y los bizkaínos; pues no son semejantes los sujetos Bizkaya y Cataluña, ni se parecen en su desgracia; ni tienen un enemigo común; ni son las mismas sus aspiraciones. Equiparar nuestro derecho a constituir nación aparte con el derecho que le sirviera de base al nacionalismo catalán, sería rebajar el nuestro. Nunca discutiremos si las regiones españolas como Cataluña tienen o no derecho al regionalismo que defienden, porque nos preocupan muy poco, nada por mejor decir, los asuntos internos de España”. No quiero parecer descortés ni herir sus sentimientos, pero más vale que se vayan enterando de unas cuantas verdades y dejen de vivir de ilusiones, señores “karolingios”.
Iñaki Eguaraz Hernandorena, sin otro título que el de Buen Basko.
Reunión de los lunes
miércoles, 7 de noviembre de 2012
Una feminista y el amor (y II)
Miércoles, 7 de Noviembre, 2012
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