Cuando papá y mamá no se hablan hay que buscar un espacio neutral en el que puedan ver a los hijos o recogerlos cuando “les toca” pasar el fin de semana. Esos lugares se llaman puntos de encuentro familiar. En Galicia hay siete y el año pasado atendieron a más de ochocientas familias. A veces, las historias acaban bien
dice Antonio que a él no le gustan los puntos de encuentro, que está “en contra de que haya que acudir a ellos” pero, acto seguido, reconoce que es el mal menor cuando dos personas mayores no se entienden y tienen un hijo en común. “Es la única solución para que un padre, como yo, pueda ver a su hijo si éste, como suele ocurrir, vive con la madre.
El caso de Antonio es solo uno de los más de 800 que se atienden en Galicia al año. En concreto, y dando cifras, en el año 2008, entre los siete puntos de encuentro familiar que desarrollan su actividad en la comunidad gallega se atendieron 809 casos de familias desestructuradas con un total de 1.006 menores de edad usuarios de estos servicios .
Pero, ¿qué es exactamente un punto de encuentro familiar? ¿Qué lleva a un padre y a una madre a tener que acudir a un lugar para poder ver a sus hijos? ¿Todos los padres y las madres que acuden a un punto de encuentro lo hacen por orden judicial? Está claro que, cuando hablamos de situaciones conflictivas en el entorno familiar cada familia es un mundo y, además, un mundo muy complejo. Por eso no se puede generalizar. La red gallega de puntos de encuentro viene funcionando desde el año 2000 y en estos nueve años la demanda de servicios de mediación familiar se ha ido incrementando de forma exponencial.
Los puntos de encuentro son lugares donde los padres y los hijos con una situación familiar conflictiva y que no conviven juntos pueden llevar a cabo visitas en un ambiente neutral, en terreno de nadie, de forma relajada, distendida, confidencial y bajo la supervisión de personal especializado. Suelen ser psicólogos y mediadores familiares quienes tienen la responsabilidad de prestar apoyo a esos cientos de familias que acuden a los centros. “Los puntos de encuentro son sitios muy fríos en sí mismos, pero los profesionales que trabajan allí los hacen más cálidos”, asegura Antonio, padre que estuvo varios años acudiendo al centro Fonseca de A Coruña para poder ver a su hija, a la que conoció cuando tenía tres años en un lugar “extraño” tanto para el padre como para la niña. Esa “primera vez” para Antonio fue especial, pero no lo recuerda con una mala imagen, solo asegura que estaba “como en una nube” porque iba a estar un rato con su hija. Después, acudía al centro Fonseca con asiduidad, porque allí era donde, por orden judicial, podía ver a su niña.
“Los primeros días siempre había otra personas más con nosotros, un profesional del centro, y yo lo agradecía mucho. Entiendo que haya familias que prefieren que no haya nadie, pero para mí fue una gran ayuda. Siempre me decían que lo estaba haciendo muy bien con mi hija. Al poco tiempo de acudir al punto de encuentro, ya no hizo falta que vieniera ningún psicólogo conmigo y con mi hija porque se había convertido todo en lo más natural”, explica Antonio, que agradece infinitamente la labor de los profesionales del centro de Fonseca citando nombres y apellidos.
No es como una cafetería
Los padres separados que acuden a un punto de encuentro para recoger a los hijos que viven con la ex pareja lo hacen, en la mayoría de las ocasiones, por una orden judicial. Por eso, no es lo mismo hacer el “intercambio” en una cafetería. Cuando unos padres separados tienen que acudir a un centro de encuentro familiar es porque la comunicación entre ellos es nula, no tienen relación de ningún tipo.
Para Isabel Rincón, mediadora familiar y experta en el trato con parejas en situaciones conflictivas, “acudir a un punto de encuentro es la única opción que les queda a unos padres que están en situación límite, cuando ya no hay ninguna relación entre ellos. Es una situación extrema que no debería ocurrir si la mediación familiar, el paso previo a tener que acudir a un punto de encuentro, funciona bien”.
La red gallega está formada por siete puntos de encuentro, uno en cada una de las principales ciudades. Están gestionados por entidades colaboradoras de la administración autonómica que garantiza la utilización pública del servicio. Los centros tienen carácter multidisciplinar y están integrados, como mínimo, por dos expertos en intervención psicofamiliar, derecho de familia y mediación familiar. “Los psicólogos que trabajan en el punto de encuentro son gente muy cercana. Yo les debo mucho de mi relación con mi hijo”, dice uno de los padres que acude con frecuencia al centro.
¿Y el espacio?, ¿es acogedor? Antonio, padre y usuario de este servicio, describe el lugar con una frase muy clara: “Es una habitación en la que estás con tu hijo. Solo estás tú, él, y alrededor hay muchos juguetes, una pizarra para pintar, sillones y una mesa”. Nada que ver con una cafetería. A veces, es el ambiente lo que está enrarecido, porque se respira tensión. “Yo he visto de todo. Padres que no van a recoger a sus hijos, madres que no les llevan cuando les toca, niños que lloran porque no se quieren quedar allí... Se dan situaciones muy tristes. Afortunadamente, a mí nunca me ha pasado, pero hay casos muy traumáticos”, explica Antonio.
“También hay veces que ves cómo los hijos no quieren hablar con el padre o la madre. Llegan, se sientan de cara a la pared y dan la espalda al progenitor. No hablan porque tienen mil razones para no hacerlo, pero ver eso, como padre, o como madre, es muy duro. Es en esos casos cuando resulta imprescindible que haya una tercera persona, un psicólogo, para mediar entre las dos partes. Casos de estos hay más de dos y de tres, sobre todo con niños un poco más mayores, de unos doce años”, añade. Siete centros son pocos
Los siete puntos de encuentro que hay en Galicia atendieron en 2008, según explicaron fuentes de la Secretaría Xeral de Familia e Benestar, de la que dependen estos centros, a más de mil menores y unos ochocientos casos de familias desestructuradas. Cada uno de los centros está atendido por una asociación distinta. El punto de encuentro de A Coruña, en la calle Fonseca, lo lleva directamente la Compañía de Jesús. En Ferrol, los responsables son los miembros de la asociación A Carón. En Santiago, el centro depende de la agrupación Encontro. El punto de encuentro de Lugo lo gestiona directamente la asociación de mujeres separadas y divorciadas. En Ourense lo lleva la Asociación Punto Cero, y en Pontevedra y Vigo la asociación Aloumiño.
El presupuesto total dispuesto para estos centros para el periodo 2008-2009 es de 720.000 euros, a repartir entre los siete centros que son, a todas luces, insuficientes. ¿Qué pasa cuando una familia separada cuyos miembros viven cada uno en una punta de la comunidad, tiene que acudir a un punto de encuentro? Se tiene que desplazar hasta un punto intermedio.
Aunque hay cientos de historias, y cada una es distinta, también las hay que acaban bien, como dice Antonio, que conoce bien el mundo de los puntos de encuentro: “He visto como padres que no se relacionaban para nada, volvían a hablar en lugares como éste. He visto, incluso, reconciliaciones”. Porque no solo hay casos tristes, hay una puerta abierta a la esperanza.
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