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jueves, 13 de enero de 2011

¿SOY VIOLENTA?

Fecha: 2005-11-24 (año-mes-día)
Objetivo: Reconocer que la violencia puede ser ejercida por la mujer y proponer alternativas para erradicarla.
Investigadora(s): Erika Zamora
Sinopsis del programa:
Generalmente, el tema de la violencia doméstica se centra en su principal protagonista: el hombre, ya que por tradición ha sido él quién asume estas conductas en función de una posición de dominio del “sexo fuerte” sobre el más “débil”. Sin embargo, pocas veces se considera que la mujer puede asumir conductas violentas con el mismo objetivo: conseguir y conservar el poder a cualquier precio.
Debido a que los estereotipos femeninos consideran a la mujer como un ser bondadoso e incapaz de provocar algún daño es difícil aceptar que sea la protagonista de la violencia, cuando en realidad este mismo estereotipo es frecuentemente utilizado para ejercer algún tipo de agresión con sus parejas.
Aunque este tipo de violencia puede darse de forma abierta o encubierta mediante el abuso físico, emocional, sexual, económico, por abandono o a través del silencio; generalmente, la agresión suele manejarse con mayor frecuencia de forma emocional, velada y sutil a través de la manipulación o chantaje, por lo que es poco reconocible.
Las principales razones por las que se ejercen algún tipo de violencia femenina son:
a) Revancha ante situaciones de violencia acumulada.
La mujer que durante mucho tiempo ha sido violentada por su compañero va acumulando una fuerte carga de frustración, coraje, humillación y dolor que tarde o temprano suele explotar de forma intempestiva, a veces, a través del mismo patrón: una reacción violenta ya sea para cobrar revancha, poner un alto o comportarse precisamente como ha sido aleccionada. El miedo, la ira y la sensación de sentirse atrapada puede llevar a una mujer a ser violenta con su agresor simplemente para sobrevivir y defenderse.
En otros casos, la violencia se da cuando el abuso del hombre ha cesado por arrepentimiento o por su edad, y es cuando algunas mujeres sienten que ahora sí pueden asumir posturas de control, aunque esto es poco frecuente ya que en muchas de estas mujeres, aún cuando ya no vivan la violencia, continúan con sentimientos culpa y temor; con miedo al abandono o a una posible reacción explosiva de la pareja, por lo que se mantienen “pasivas”.
Algunas mujeres llegan a abandonar a sus parejas de manera emocional: están con ellos pero como si no estuvieran, empiezan a no tomar en cuenta sus opiniones, a no atenderlos, a minimizarlos. En medio de esta actitud puede haber una confusión de sentimientos de la mujer: por un lado siente desprecio por su pareja, pero por el otro, puede haber un lazo fuerte de dependencia que le impide romper definitivamente con la relación.
Ante ello, el hombre puede reaccionar intentando recobrar nuevamente su poder; al incrementarse su furia es posible que agreda nuevamente. En otros casos, al no poder ser reconocido en su papel de mando y control, siente miedo de su pareja y de sí mismo. Ante el abandono emocional, algunos se refugian en el trabajo, bebida o en aventuras sexuales ocasionales.
b) Abuso del “poder” femenino.
La mujer está llena de poder sobre todo en el ámbito doméstico y en relación a sus hijos(as), ya que tiene muchas funciones que desempeñar y se encuentra rodeada de numerosas relaciones afectivas que la dotan de ello. Su coto de poder es tan grande que fácilmente puede abusar de él, porque para muchas es su primer y único lugar de pertenencia.
Se dan casos de mujeres que prácticamente se adueñan de sus hijos(as) y no permiten que su pareja tenga acceso a ellos: no le permite acariciarlos, opinar sobre su educación o cumplir con otras tareas. La relación puede convertirse en un campo de batalla silenciado. La maternidad confiere poderes inigualables que algunas mujeres utilizan erróneamente debido a sus problemas emocionales y a las expectativas sociales que recaen sobre ellas. Este tipo de violencia se da por medio de la descalificación abierta con la intención de deteriorar la imagen del hombre, humillarlo y hacer que los chicos le pierdan el respeto.
También, hay mujeres que pese a la insatisfacción que viven, evitan renunciar a la “abnegación” debido a las ganancias secundarias que se desprenden de este papel. Muchas consideran que si dejan de sacrificarse por su pareja pierden el “privilegio de sentirse necesitadas” y baja su poder en el terreno emocional, por lo que se agarran de su “debilidad” para conseguir lo que desean. Esta creencia suele avalarse de acuerdo al permiso social que tiene la mujer para expresar sus emociones y la falsa creencia de que si se sacrifican para satisfacer sus parejas, ellos les devolverán el favor y en caso contrario cobrarse mediante la violencia lo que no han obtenido por otros medios.
b) Falta de apoyo masculino ante situaciones apremiantes.
Un detonante común es cuando la mujer obtiene alguna oportunidad o asume una nueva forma de vida que requiere cierto ajuste y mayor apoyo de su compañero, como la llegada de un hijo, un nuevo trabajo fuera de casa, el incremento de actividades, etc. En estos momentos de cambio, la violencia puede sobrevenir si no hay una respuesta favorable del varón como una forma de demostrar su frustración y desacuerdo. Sin embargo, muchos hombres no comprenden porque su compañera reacciona así y argumentan “pues yo no he hecho nada” y precisamente ese es el problema, no hay un respaldo a lo que ella espera. Algunas pueden sentirse lastimadas y, ante esto, evitan callar sus sentimientos y reaccionan con agresión, indiferencia o abuso, con esto no se quiere decir que el hombre sea el responsable de esta situación, ni que se justifique esta proceder femenino, sino se pretende exponer otra causa poco reconocida sobre la violencia en la mujer.
También, hay hombres que en realidad evitan apoyar a su pareja ya que no aceptan que ésta desatienda ciertas funciones para realizar otras o no participan en otras actividades que “no vayan de acuerdo a su sexo” y a su papel de proveedor, como el cuidado de los hijos(as) o las labores domésticas, ocasionando decepción y agresión en algunas mujeres. Esta dinámica es sumamente destructiva para ambos: mientras el hombre se niega la oportunidad de experimentar la satisfacción de la paternidad y la cercanía de su pareja que probablemente le retribuya en una mayor estabilidad emocional, al mismo tiempo experimenta los efectos de la violencia. En tanto, la mujer puede sentirse frustrada, dolida y sola; algunas comprueban que pese a su reacción violenta no pueden conseguir su colaboración.
La violencia de la mujer hacia el hombre también puede darse mediante algunas actitudes características que principalmente se basan en el “castigo disimulado”: aquél que no se dice pero que se actúa, como evitar hablarle a la pareja, no hacerle caso o criticarlo constantemente. Estas actitudes se ven claramente en distintos ámbitos, por ejemplo: el sexo se puede ver como una lucha de poder, donde ninguno de los dos expresa lo que siente y mucho menos la mujer; ella es quien tiene la idea de no expresar sus sentimientos o deseos, sino que utiliza al sexo como una de tantas batallas donde la violencia no se ve pero se transpira. Los celos pueden ser el detonante de actitudes de agresión, descalificación y acusaciones continuas de infidelidad. Unida a esta conducta están las actitudes posesivas y el hostigamiento como método de presión y que incluye: llamadas recurrentes, restricciones laborales y en las amistades y/o amenazas.
Muchas mujeres maltratan al hombre por tener un antecedente familiar en donde prevaleció en exceso el matriarcado o bien al tener la mujer un padre autoritario desea romper con este esquema y se torna violenta en sus relaciones afectivas. También los abusos sufridos durante la infancia son un factor de riesgo para ejercer la violencia en la vida adulta, independientemente si se es mujer u hombre.
En este contexto, son pocos los hombres que expresan su sentir cuando se trata de exponer cómo han sido objeto de violencia femenina, cuando la propia sociedad avala la superioridad y fortaleza del varón. Los hombres que son agredidos por mujeres podrían no reportar estos ataques por temor a la vergüenza y a la burla social. No obstante el hombre que es objeto de violencia también enfrenta consecuencias en su persona. Todas estas actitudes pueden repercutir en su estabilidad emocional, ocasionando a consecuencias como: baja autoestima, soledad asilamiento, dudas hacia su virilidad, miedo a las relaciones de pareja, autocompasión “he fracasado en la vida...soy un pobre diablo”.
¿Qué hacer?
Un primer paso es tomar conciencia sobre la actitud personal y aceptar que la violencia y la resolución de los conflictos a través de este medio genera dolor emocional no sólo para su persona sino para su compañero, y lo único que lleva es la insatisfacción mutua, la distancia, el abandono, el odio encubierto, la reincidencia de la frustración y la generación de mayor violencia. El responder nuevamente con agresión sólo da la pauta para que se rompan los pocos lazos afectivos y se de el terreno propicio para la violencia recíproca que muchas veces culmina hasta que sobreviene una lesión física o emocional irreversible.
Lo importante es no culpabilizar ni cuestionar sino ver el problema de forma objetiva y aceptar que ambos miembros de la pareja requieren de una revaloración sobre su forma de vida y la forma en cómo se relacionan. El apoyo terapéutico es una forma viable para entender cuáles son las circunstancias que han llevado a ambos a caer en estas conductas, haciendo una revisión que parte desde su historia personal y de pareja.
También, es importante reflexionar que:
· Para la mujer que se vale de su “poder femenino tradicional” y justifica su conducta en ello, es necesario que busque otras vías de enriquecimiento personal.
· El empoderamiento de la mujer no significa que sea el camino para cobrar revancha sino que su objetivo es reinvidicar su lugar como mujer y como pareja de una forma que tienda a la equidad y a la oportunidad de expresar por igual sentimientos y necesidades.
· El buscar otras formas de resolución del conflicto por vías no violentas por medio del diálogo es indispensable.
· Hombres y mujeres por igual tienen una identidad, pensamientos y sentimientos propios y que no es factible que el otro se maneje como uno quiere, mucho menos a través del sometimiento.
· Reemplazar la lucha de sexos por la lucha de un fin común.
· Tener conciencia de que toda relación demanda de estructuraciones por parte de ambos y que las necesidades de cada uno son cambiantes conforme avanza la convivencia para así evitar conflictos y actitudes violentas, de ahí que sea importante establecer acuerdos a lo largo de la relación.
Canalizaciones:
· APIS, Fundación para la Equidad, Grupo de autoayuda para Mujeres Violentas.
Tel: 56-59-05-48
· Espacio de cultura, terapia y salud sexual, CALEIDOSCOPÍA, A.C.
Tels: 56-01-28-92 y 56-01-41-77
Advertencia:
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