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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Ni contigo ni sin mí. La custodia de los hijos, un asunto de dos


Juan Perea - 22/12/2009 La mitología griega cuenta que Hefesto, dios del fuego y la forja, no tuvo padre. Su nacimiento es misterioso y según distintos autores, su madre, Hera, lo alumbró sin contacto sexual con su pareja, el gran dios Zeus, en un acto de “autogamia” divina y como venganza por las continuas golferías e infidelidades de su marido. La diosa demostraba así que no necesitaba a dios u hombre alguno para dejar descendencia aunque para entonces ya tenía tres hijos de su consorte: Ares, Hebe e Ilitía. Hefesto era además de lisiado muy feo, incluso para su madre. La diosa no aguantó el producto de su autoreproducción y lo arrojó del Olimpo violentamente.

Difícil destino el del protagonista de este mito. Sin padre y despreciado por su cruel progenitora, nada más y nada menos que ¡la diosa del matrimonio y de las mujeres casadas! Posteriormente fue servidor y bufón de los dioses del Olimpo. Zeus le entregó como mujer a la pasional Afrodita, diosa no muy partidaria de la castidad y fidelidad dentro de la pareja. De hecho, el belicoso y demente Ares se acostaba continuamente con ella y le hizo varios hijos: Harmonía, Deimo (Pánico) y Fobo (Miedo).
No tan dramático pero sí complicado ha sido el destino de Álvaro, un niño de cinco años hijo de Enrique y resultado de la relación que mantuvo con una mujer y que finalizó abruptamente al quedarse ella embarazada. Él no quiso casarse, y ella, como venganza ante la ofensa, decidió no reconocer paternidad alguna para su hijo y negarle a que conociese a su padre. Hace pocos días Enrique le vio por primera vez.
Todos los intentos por llegar a un acuerdo amistoso fueron en vano y el tiempo pasó sin que Enrique pudiese ver al niño. Finalmente, y aunque siempre pensó que recurrir a la vía legal sería, además de perjudicial para su hijo, el inicio de un camino penoso, presentó una demanda de filiación en 2007. Pero el proceso fue mucho más tortuoso de lo que él nunca imaginó. Como sabiamente reza la maldición gitana contenida en “tengas pleitos y los ganes”, Enrique ha sufrido un castigo muy duro.
La demanda pasó por numerosas vicisitudes hasta superar el registro de entrada: huelgas y el ya proverbial retraso de nuestra justicia. Un año después de que la prueba biológica que demostraba la paternidad de Enrique obrase en poder del juez, se celebró el juicio y tres meses más tarde se dictó sentencia. Pero en ésta no se regulaban las relaciones paterno-filiales (cosa del juzgado de familia) por lo que Álvaro seguía ‘huérfano de padre’. Paradójicamente, la demanda se sustanció en un juzgado de lo civil y se le dio el mismo trato que por ejemplo a un desahucio o a una reclamación de cantidad, sin tener en cuenta la importancia que tiene el que un niño tenga contacto con su padre sin dilación. Al asunto no se le dio ninguna prioridad.
Les ahorraré el relato de los distintos vericuetos del laberinto de la justicia. Sólo una pregunta, ¿qué ocurriría con una persona que no tuviera los recursos para acometer este proceso? El feliz resultado para Enrique no elimina el grave perjuicio causado a un menor que no sólo no ha conocido a su padre hasta los cinco años sino que tardará un largo tiempo en ‘normalizar’ su relación con él. El retraso de la justicia se convierte así en la mayor de las injusticias.
Los perjudicados son siempre los menores
Siempre es difícil ser padres y educar a los hijos, máxime cuando se trata de personas separadas. Y se hace imposible cuando la relación entre quienes antes eran pareja es mala o inexistente y no hay comunicación referente a los hijos. Los perjudicados son los menores. Escuchamos a miembros de uniones mal avenidas manifestar que no rompen pues sería muy dañino para sus hijos. La mayoría de las veces este alegato encubre el miedo a dar el paso, a la soledad posterior a la ruptura, a superar creencias profundas sobre la indisolubilidad del vínculo o a los perjuicios económicos. Sin embargo, si tras la separación los progenitores llegan a ser más felices, los hijos (que en el tema de la dicha suelen aprender por imitación) también lo serán aunque tarden un tiempo, a veces largo, en acostumbrarse a la nueva situación. Esto último se facilita en grado sumo si los antiguos compañeros consiguen mantener una buena relación o cuando menos un trato sin continuas disputas.
Nos separamos de nuestra pareja, no de los hijos fruto de esa unión. Y deben protegerse los derechos de los menores y entre ellos el de conocer a quienes le han dado la vida. Un padre (o una madre; aunque ello sea menos frecuente) desaparecido en el combate no es la mejor solución. Las sentencias que adjudican la custodia a uno de los dos adultos (casi siempre favorable a la madre) podrán ser salomónicas en tanto en cuanto no se parte al niño en dos mitades. Pero muchas veces carecen de sabiduría.
Al fin y al cabo no se trata de una disputa entre dos mujeres por el reconocimiento de su maternidad sino entre el padre y la madre de la criatura. ¿Por qué tratamos al menor como un balón con el que meter gol en la portería contraria, la de su otro progenitor? En el fondo, hacer esto significa que no aceptamos la parte que del otro hay en nuestro descendiente. En esta salomónica sentencia queremos dividir algo inseparable, cuya naturaleza viene en un porcentaje igual del padre y de la madre. Por muy malo que podamos juzgar a uno u otro, el niño tiene derecho a conocer de dónde viene.
El síndrome de alienación parental
Los psicólogos llaman ‘síndrome de alienación parental’ al daño que un hijo recibe cuando uno de sus antecesores directos le predispone contra el otro. Aunque no exista en los manuales médicos, se observa cada día más. Javier Urra, psicólogo y antiguo Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, lo definió como un "lavado de cerebro" del niño que piensa que el "no conviviente" no le quiere. Los daños psicológicos posteriores son muy graves. Los padres utilizan a sus hijos como arma de destrucción psicológica y venganza. Son las madres las que manipulan más a los hijos, según los expertos. No es menos cierto que la mayoría de las veces, la mujer es la que más da y más se da en la relación con los menores, sobre todo cuanto más pequeños son estos. Los mayores abusan de este síndrome para ganar la custodia ante un juez.
Los indios huicholes de México piensan que la pareja de la mujer debe compartir el dolor y el placer de dar a luz. Por eso, durante el parto, el marido está sentado en una viga situada encima de ella con una cuerda atada a los testículos. Cada vez que tiene una contracción la parturienta tira de la cuerda. Tras el feliz alumbramiento, el marido siente tanta alegría como la mujer. Yo diría que más, pero claro, arrimo el ascua a mi sardina. Confío en que no tengamos que llegar a este extremo para poder demostrar que los hombres a los que nos hace muy felices ser padres y convivir con nuestros hijos somos mayoría.
Además de felicitarles las fiestas, les deseo lo mejor para 2010 y que les auspicie Harmonía, aquella hija de Ares y Afrodita, diosa de la concordia. Que Deimo y Fobo no les dominen. No se dejen arrastrar por el miedo que tratan de inocularnos. Paz y armonía para todos y que disfruten de todo lo que nos trae la vida con salud y una mirada amorosa. Y si puede ser con menos agobios económicos, mucho mejor. http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/contigo-custodia-hijos-asunto-20091222.html

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