CHILE
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- MI NOMBRE ES COLOMBIA (EBOOK)
- Mi nombre es Colombia (página web)
- Samuel Celis, acusado de abusar de sus hijas, revela su viacrucis, en el libro 'Mi nombre es Colombia'.
- Acusado por su exesposa de abusar sexualmente de sus tres hijas.
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‘Colombia’, el bumangués confinado en una cárcel de ChileLa separación de su esposa y la pelea por la custodia de sus tres hijas lo llevó a una de las cárceles más abarrotadas de Santiago de Chile.
Samuel Celis Rueda recuerda que regresó a Bucaramanga en diciembre de 2009 a celebrar las fiestas de fin de año con su familia. Se tomó el tiempo necesario para reflexionar sobre su trágica vida en Santiago de Chile junto a su esposa y sus tres hijas, y decidió perdonar a todos los que le hicieron daño. Su propósito para 2010 era borrón y cuenta nueva. Sin embargo, a su regreso a tierras chilenas se encontró con su peor pesadilla.
De la familia que un día partió con el sueño de construir una vida mejor en Chile, ya no quedaba nada. Como comenta Celis Rueda, ningún esfuerzo valía la pena, ni su trabajo fijo como especialista en uno de los centros médicos más prestigiosos de ese país, ni mucho menos la tan anhelada estabilidad económica que logró alcanzar después de años de trabajo, si no podía estar cerca de sus tres pequeñas.
De pelear por los días de visita que le correspondían como padre, Samuel Celis Rueda pasó a enfrentarse con los porteros de los edificios donde vivía su exmujer y sus hijas, y con la Policía chilena. Un cara a cara insoportable que lo llevó hasta los altos tribunales y finalmente, al Centro Penitenciario Santiago I, por tres meses, acusado de abusar de sus hijas.
Lo que los colombianos consideran como un estigma en el exterior –ser señalados como narcotraficantes o consumidores de droga–, le sirvió a este hombre para protegerse y salir bien librado de las cárcel. Se apodó ‘Colombia’ y personificó el papel de un reconocido delincuente. Así logró sobrellevar su encierro en medio de maleantes.
Llegada a la cárcel
“Era temporada de primavera en Chile. Para el 23 de septiembre de 2010 mi mamá y mi hermano se encontraban acompañándome en Santiago. Debía presentarme a la audiencia de formalización de cargos, debido a la grave acusación que mi exesposa había hecho en mi contra.
Se suponía que estábamos en etapa de investigación, que se recolectarían pruebas y que yo podría comprobar que nunca le había hecho nada a mis hijas. Sin embargo, el juez formuló los cargos en mi contra tras escuchar al Fiscal, quien solicitó prisión preventiva, basándose en el testimonio que entregó mi exesposa.
Finalmente, el tribunal me decretó prisión preventiva. Fui enviado a prisión por 90 días, tiempo que duraba la investigación. No jugó a mi favor que fuera extranjero, pues uno de los argumentos de la justicia de ese país era que debían encerrarme, porque podía escapar a Colombia.
Salí esposado del Centro de Justicia de Santiago, rumbo a la Centro Penitenciario Santiago I. Mi mamá y mi hermano lo vieron todo. Fue traumático verme entrando a los calabozos del tribunal donde cambiaron mi mundo y mi vida. Al instante fui asediado por el grupo de imputados que allí se encontraban.
Con una acusación de ese calibre, ¿cómo me protegía? Inventé que era un narcotraficante. “Blanqueo capitales y lavo dólares del narcotráfico en Colombia. Tengo negocios con Venezuela y Argentina; vendía equipos médicos y recibía dólares…” “…Vendía el instrumental en Chile y les entregaba el dinero limpiecito a los ‘capos’ en Colombia”.
En los calabozos habitaba mucha gente peligrosa. Entré de saco y corbata, afeitado. Era una mancha en medio de toda esa población. Lo primero que hicieron fue encararme, pero mi fachada creó en mí una imagen de persona importante y de cuidado. Todos los que me escucharon pusieron cara de asombro y de duda. “¿Cómo se cometerá ese delito?” Creo que esto fue lo que muchos se preguntaron.
Desde ese día hubo respeto hacía mi. La intimidación hacia otros reclusos era constante, así como las peleas y los atropellos. Lo que más me preocupaba era que mi mentira se cayera. ¿Saldría en algún momento a relucir mi verdad?”.
La convivencia
Samuel Celis Rueda ingresó al módulo –patio– donde se encontraban internos miembros de las fuerzas militares y policivas de Chile. A pesar de que no se hacían denuncias sobre la situación que allí se vivía, sí se presentaba violencia física y maltrato entre los que allí permanecían. “Las cosas se resolvían entre internos”, recuerda Celis Rueda.
El momento más duro de los días de reclusión eran las salidas al patio, que compartían 200 imputados. El lugar sólo contaba con tres inodoros a la vista. Las amenazas, los robos y la violencia física eran pan de cada día. Sin embargo, esto no lo atormentaba. Le preocupaba más la mentira que había elaborado. “El problema no era sólo el hecho de que yo estuviera acusado de abusador, ni que me había hecho pasar por ‘narco’. Les había dicho mentiras a todos los internos. Todos los días alimentaba más mi historia para salvarme”, añade.
Los días pasaban y ‘Colombia’ buscaba entre sus recuerdos las historias que un amigo bumangués le contaba de la época en que era soldado contraguerrilla. Enfrentamientos con narcotraficantes, guerrilleros, claves, códigos y la entrega de maletines y dólares en distintos lugares del continente hacían parte de su discurso diario.
En el módulo estaban recluidos dos extranjeros más, un peruano y un boliviano. Ellos llegaron por microtráfico. Nunca fueron parte de ‘la carreta’ –grupo– de amigos de ‘Colombia’, conformada por cinco chilenos condenados por homicidio, robo a mano armada y violencia. Samuel Celis rescata la relación de amistad que entabló con Felipe, un joven conocido como el terror del penal por su historial como maleante.
Cuenta ‘Colombia’ que conoció a Felipe una mañana en la que hacían deporte. El joven se convirtió en el protector del bumangués. “Era un interno pendenciero y fue el que más lloró mi partida de la cárcel. Siempre que hacía algo mal lo recriminaba, y le insistía en que pidiera disculpa a sus víctimas. Creo que en la cárcel también hice una buena labor. Se me sueltan las lágrimas al recordar el cambio que produje en él”, dice Samuel.
El final
“Con mis abogados intentamos en tres oportunidades solicitar una revisión de la medida cautelar, pero el proceso resultaba infructuoso. No lo niego, perdía la fe, pero en la última revisión de la cautelar, el magistrado que revisó la causa se tomó el tiempo para conocer todas las pruebas que tenía mi defensa. Encontró pruebas en mi contra entregadas por el Ministerio Público que se habían inventado y otras que se habían obviado en el momento en que se hizo la formulación de cargos.
En la medida en que iba avanzando el juicio yo sentía que recobraba mi libertad. Finalmente, vi que había luz para volver a la calle. Nació en mí un sentimiento de alegría mezclado con tristeza.
La salida de la cárcel me produjo mucho agobio. Fueron 48 días los que estuve recluido. Mi mundo se transformó y al ver que llegaban las cuentas de los abogados y los embargos, que la clínica donde trabajaba me había dado la espalda y que muchos amigos me traicionaron, sentí que el mundo se acababa.
En medio del desespero quise quitarme la vida, pero logré darme cuenta de que todo era producto de mi ego y descubrí a otra persona que tenía dentro. Dejé que mi espíritu hablara.
Después de recordar a mi madre entrando al penal cada miércoles y cada domingo a las 5:00 de la mañana, en la época en la que una leucemia la agobiaba y que era expuesta a todo tipo de maltratos por tratar de verme, y que no tenía noticias de mis hijas –a pesar de que se comprobó mi inocencia–, mis abogados me aconsejaron que demandara al Estado chileno por lo ocurrido.
Aunque sonaba atractivo, no lo hice. Regresé a la cárcel a visitar a mis compañeros. Les llevé alimentos y dinero. Pude decirles la verdad. En ese momento, conscientes de mi libertad, vieron que existía una clara verdad de mi inocencia. Todos se rieron al escuchar mi confesión. “Nos engañó de nuevo ‘Colombia’”, me dijeron. “Usted no tenía pinta de ‘narco’, pero no dábamos por qué estaba acá”, confesaron otros.
Le hice caso a mi espíritu y tomé la nueva oportunidad que la vida me daba. Decidí regresar a Colombia. Claro está, antes de partir de Chile y dejar atrás 11 años de mi vida, tomé el teléfono, llamé a mi exesposa y le dije: “Hace mucho tiempo te perdoné. Quiero empezar mi vida de cero”.
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