La locura y la falta de escrúpulos se dispararon. No hubo límites. Se abrieron todas las compuertas. La foto del joven apareció en todas las portadas y en todos los 'telediarios'
Seguramente, ya conocen la noticia, o les sonará de haberla oído, pero es tremenda. Se la resumo: hace unos días, en Canarias, un chaval de veintitantos años fue a urgencias con una cría pequeña. La niña, de tres años y medio, se había caído de un columpio en el parque y tenía heridas graves. No sé si la caída había sido hacía unos minutos o hacía unas horas. Y, por lo tanto, tampoco sé si era este joven el que estaba al cargo de la niña en el momento mismo del accidente o, simplemente, la estaba cuidando después y, al ver que no mejoraba, decidió llevarla al hospital. En cualquier caso, él era el canguro; la niña no era suya, era de su novia; y él la cuidaba porque los padres, evidentemente separados, estaban trabajando.
El caso es que el primer parte médico que se redactó en urgencias entendía que la niña «presentaba lesiones compatibles con los malos tratos». O algo así. Ya saben que el lenguaje de los médicos, los jueces, los profesores y los economistas está pensado precisamente para que no lo entendamos los demás, la gente normal; debe de ser para darse importancia. También supongo que es mucho más difícil de lo que parece determinar si un golpe, por ejemplo, un ojo morado, está producido por una puerta o por un puño. Soy consciente, además (todos lo somos), de que durante demasiados años, siglos incluso, las palizas a las mujeres se presentaron en público como accidentes domésticos: como cuestiones en las que nadie tenía que entrometerse. Y, por todo eso, la expresión «lesiones compatibles con el maltrato» me parece razonable, profesional. Objetiva, incluso.
Hasta ahí todo más o menos normal dentro de la tragedia. Dentro de la enorme tragedia de todo esto. Y es que no se me ocurre desgarro mayor, tortura más grande, que ver cómo un hijo tuyo pierde la vida. Pero la hay: y es el sentimiento de culpa de pensar que tú podías haberlo evitado. Eso tiene que ser tremendo, lo peor. Y, ya digo: desconozco si este joven de veintitantos años estaba al cargo de la hija de su novia en el momento mismo del accidente o no. Pero la Policía pensó que era sospechoso de las lesiones. Y lo detuvieron.
La madre de la niña declaró a su favor. El padre de la niña, también. Vamos, de hecho, todo el mundo declaró a su favor. Nadie, que yo sepa, lo hizo en su contra. Pero lo detuvieron y lo acusaron, no ya de negligencia o de falta de auxilio a un menor. No, no: lo acusaron directamente de malos tratos y de violación. Y ahí es donde yo ya empecé a no entender nada. ¿Violación a una niña de tres años? ¿Cómo se puede cometer esa barbaridad? Y, sobre todo, ¿en qué pruebas se puede uno basar para sostener esa acusación tan tremenda? Y ya, ya. Ya sé que hay gente muy rara, muy perversa y muy loca. Y que la obligación de la Policía es no descartar ninguna hipótesis por aberrante o antinatural que parezca. Pero una cosa es el sistema de trabajo policial -que, pobres, sabe dios la cantidad de barbaridades que tendrán que ver- y otra, la falta absoluta de rigor con el que trataron el tema los medios de comunicación. Todos. Y es que la noticia era lo bastante jugosa, morbosa y lamentable como para dejar que la realidad acabara arruinándola. Sobre todo cuando la niña falleció a las pocas horas. A partir de ahí, la locura y la falta de escrúpulos se dispararon. No hubo límites. Se abrieron todas las compuertas. La foto del joven apareció en todas las portadas y en todos los 'telediarios'. Y por mucho «presunto», «supuesto» o «sub iudice» que pusieran delante los periodistas (y es que los abogados son muy suyos), el mensaje era claro: señoras y señores, aquí tienen ustedes a un auténtico maltratador, violador y asesino.
El mal ya estaba hecho. A conciencia. Ni presunción de inocencia ni leches. Que viva el cachondeo. Y que vivan la falta de rigor y, sobre todo, la falta de vergüenza. O de decencia profesional, porque aquí, que yo sepa, nadie admitió públicamente el error. Y por eso, cuando, a las pocas horas, la autopsia reveló que la muerte de la niña se había producido por las lesiones derivadas de la caída del columpio y el acusado salió en libertad sin fianza, ni cargos, ni honor, ni nombre, ni nada de nada de nada, yo no vi portadas, ni titulares, ni editoriales, ni declaraciones de perdón en los 'telediarios'. No, yo no vi nada de eso. Más bien oí un silencio cómplice que me hizo pensar que son demasiadas las piedras que se están tirando contra todos nosotros sin necesidad siquiera de esconder las manos porque, al final, nadie pide cuentas por las acusaciones falsas vertidas sin rigor. Para qué.
Todo ello presuntamente, por supuesto
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