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jueves, 25 de abril de 2013

¿Qué hacer cuando un hijo dice “te odio”?

Jueves, 25 de Abril, 2013
NATALIA ECHEVERRI VARGAS
¡Aceptémoslo! Somos una generación de padres que lucha constantemente por no naufragar en los mares bravíos de la tecnología. Es cierto que algunos surfean muy bien sus olas, y que cuestiones como los Iphone y lo último en software son para ellos tan elementales como la golosa o el dominó; pero no hay que ser un estadista consagrado para saber que la mayoría de nosotros tartamudea cuando uno de nuestros hijos adolescentes comienza a hablar ese otro ‘idioma’.
Nos acordamos perfectamente de la vida sin celulares, vimos la evolución de la máquina de escribir al computador y a más de una nos dieron clase de taquigrafía en el colegio. Pero a pesar de todos los adelantos que hemos visto aparecer, y que nos ayudan todos los días  -aunque nos atropellen de vez en cuando-; aun nadie ha creado un programa especializado en crear “mejores padres”.
Sin embargo, henos aquí, tratando de lidiar las decepciones virtuales de nuestros adolescentes y sus caprichos improbables y rebuscados, pero sobre todo,  esas ganas locas que les dan a veces de desaparecernos de la faz de la tierra.
Sí señores, los tiempos han cambiado. Pero al parecer no lo suficiente, como para que esta generación de padres no tropiece con la misma piedra, o mejor, el mismo muro fabricado por el sórdido tejido emocional tan propio de la adolescencia. Pero no se preocupen, porque somos tantos en la misma situación, que podríamos crear un grupo en una red social llamado “Odiado por un adolescente”, y romper los pronósticos de visita.

Y mientras tanto, tenemos que resignarnos con que las únicas caras felices que nos muestran, sean aquellas hechas con letras y signos de puntuación difusos vía whatsapp, para que les prolonguemos algún permiso.

¿Padres restrictivos o indiferentes?

Sin embargo, esperamos que no se sientan lo suficientemente adultos como para que no puedan recordar lo que pasa cuando se es adolescente. Ningún cambio hormonal es fácil –¡qué lo digamos las mujeres!-, y mucho menos, cuando orquesta la entrada a esta época tan temida y poco entendida.
Aun así, la dificultad o facilidad adicional que tengan nuestros hijos para caminarla sin que parezcan ‘poseídos’, provendrá no solo de la relación que construyamos con ellos, sino de la que podamos tener con su otro padre
Comencemos por tocar fibras menos intensas. Cuando los niños dejan de serlo, su cuerpo los está preparando para, entre otras cosas, formar su propio criterio. ¿Y este proceso cómo comienza? Pues muy fácil: cuestionando y poniendo a prueba las reglas que han regido su vida hasta el momento; y por extensión, retando de una manera inclemente nuestra autoridad como padres.
Poder experimentar otras miradas de la realidad es algo que llama poderosamente nuestra atención, en especial cuando entramos a la preadolescencia. Y cómo no, si tantos años de idolatría profunda hacía los padres son generalmente seguidos por un periodo de cambios  necesarios en la consecución de la autonomía e independencia.
No obstante, la intensidad de las pataletas y riñas del adolescente indicarán factores ocultos. Si bien no hay una forma infalible para mantener la armonía en las relaciones familiares, el grado de agresividad, resentimiento e impotencia manifestado por los hijos cuando crecen, está directamente ligado a la forma como hayamos ejercido nuestro papel de padres.
No dude pues, que detrás de ese “te odio” tan propio de los jóvenes, generalmente se esconden sentimientos creados por un modelo educativo muy restrictivo, controlador o, por el contrario, indiferente. También puede reflejar una relación de comunicación inadecuada o inexistente, pero especialmente, la impresión que recibió del lazo creado por sus padres.
Es lógico, ¿no lo cree? No hay mejor vehículo de enseñanza que el ejemplo, y cuando hemos sido un modelo a seguir en temas como la discordia, la incapacidad para llegar a acuerdos y el talento para sentirnos atacados, ¿cómo podemos pedirles algo diferente a ellos?
“Si los jóvenes han visto que las decisiones en casa se toman autoritariamente, imponiendo las ideas sobre los otros o gritándose y recriminándose entre sí, se les dificultará muchísimo resolver sus problemas y ser tolerantes. Claro que otras veces esos sentimientos son una forma de probar a los padres y ver su reacción ante el reto. Pero también les dan rienda suelta para llamar la atención cuando se sienten ignorados; por eso lo mejor, más allá de sus palabras, es tratar de entender qué es lo que están queriendo decir en realidad”, afirma la doctora Ana Fonnegra, sicóloga familiar especialista en niños y adolescentes.

Una prueba de fuego

Recapitulemos. La adolescencia es esa época de la vida en que los cambios hormonales y físicos son solo el aspecto visible de toda una revolución. Pero a pesar de los conceptos preconcebidos y avalados por nuestra sociedad,
la rebeldía de los jóvenes no es un capricho. Porque muchos de ellos podrán, a través de ella, dar el paso preparatorio para salir de sus hogares.
Además, muchos de los conflictos que se experimentan se pueden relacionar directamente con lo acontecido en el periodo de la infancia. Los traumas afrontados cuando somos niños y las situaciones difíciles no resueltas, pueden encontrar el terreno adecuado para florecer a los 14 años.
“Cuando han tenido que enfrentar desde muy niños situaciones de abandono por separación o divorcio, casi siempre  no saben qué esperar afectivamente de cada uno de los padres y eso hace que el proceso de la adolescencia sea mucho más complicado. Porque en ese momento –indica la sicóloga-,  toda la rabia reprimida, los problemas que no se resolvieron a tiempo o los vacíos que quedaron dentro de ellos, salen a flote con mucha intensidad. Es como si nos dijeran: ‘Tú no has sido consistente conmigo. Tú me decías que me querías, pero me abandonaste’. Es un momento en que se proyectan al mundo con mucha rabia”.
Pero si pensamos a nuestros hijos como seres independientes y humanos, podríamos entender que toda esa frustración e ira sentidas, son producto del mismo dolor que implica crecer. Por eso no es raro que prefieran la compañía de sus amigos y contemporáneos, o incluso estar solos en su habitación; aun así, lejos de cuestionar esas costumbres, debemos intentar tolerarlas y entenderlas.
Lo más inteligente, si decidimos hacerle honor a nuestro título de adultos, sería armarnos de paciencia y conciencia. La primera, para entender que a veces lo que nos molesta profundamente es que otros no hagan las cosas como creemos que están bien. Al parecer no nos han educado para aceptar la diferencia, y sobre todo, cuando de nuestros hijos se trata, es difícil hacerlo.
La segunda es especialmente importante si no queremos salir con quemaduras de tercer grado de esta prueba de fuego. Por lo general, los gritos, portazos, indiferencia y rabietas de los chicos, son propiciados por nuestra intransigencia o falta de herramientas para encararlos de una forma diferente a castigarlos.
Además, solo siendo conscientes podremos echar para atrás y reconocer los momentos o actitudes que pudieron generar esa batalla campal. O lograremos, por el contrario,  darnos cuenta que hemos actuado de la mejor forma posible.
Porque tampoco podemos complacerlos en todo para demostrarles nuestro amor o comprensión. No se trata de no decir nada o no corregirlos, se trata de saber imponer los límites y las reglas del juego.
Pero no podemos pedir lo que no damos, y si nuestra función se ha basado en pagar a la nana para que ellos no estén solos, muy lejos estamos de poder entender quiénes son y qué necesitan realmente. Todos sabemos que no se trata de estar con ellos las 24 horas del día, pero sí de compartir, acompañar y escucharlos cuando nos necesiten.
De esta forma se puede planear también un modus operandi adecuado para educarlos; porque otra falla muy habitual se da cuando los padres no han dialogado sobre las reglas y valores con los que quieren hacerlo. Incluso, es normal que ni siquiera lo hagan para solucionar sus problemas de pareja, lo cual es definitivo en la personalidad de los hijos.
“Hay que tratar de ubicar esta reacción ante qué circunstancia se está dando y no generalizarla. Si hay momentos de compartir, cuando la relación aflora de manera positiva, donde se pueden compartir puntos de vista y comunicarse, pues hay que decirles a los adolescentes: ‘Yo sé que tu comportamiento se sale de control cuando pasa ‘esto’, miremos cómo llegamos a un acuerdo para poder manejarlo mejor’.
Y cuando hay cambios de comportamiento fuertes y se pierde el manejo total de la autoridad o cuando los hijos se fugan de la casa y hacen lo que quieren por encima de todo límite, lo mejor es buscar ayuda especializada”, concluye la doctora Fonnegra.

UNA LUZ EN LA OSCURIDAD

No existe una fórmula infalible para educar a los hijos. Tampoco –como lo decíamos al principio- un software que nos potencie como padres. Cada familia es distinta, de la misma manera que lo son los miembros que la conforman; por eso será muy útil que respire y pida ayuda divina para que la tolerancia y la paciencia no le abandonen.
Pero si aun después de respirar sigue perdida o perdido en ese laberinto adolescente que la(o) desdeña casi a diario, lo invitamos a leer algunas recomendaciones de la sicóloga Ana Fonnegra.
- Dialogar. Lo principal es hablar sobre sus sentimientos y lograr averiguar por qué está molesto, triste o angustiado.
- Entender. Si la causa es la separación de los padres, por ejemplo, se debe ser muy sincero y admitir que a veces la vida nos pone en situaciones difíciles, de las cuales también nosotros debemos aprender.
- Explicar. Es indispensable que los hijos no sientan que tienen algo que ver con los problemas de los adultos y de paso que puedan entender las razones que tenemos para hacer lo que hacemos.
- Compartir. No importa qué tan ocupada esté, dedíquele el mayor tiempo posible. Llévelo a hacer lo que más le gusta y aproveche para contarle también cosas de usted.
- Amar. Las manifestaciones de afecto como los mimos, besos y abrazos son necesarias para fortalecer los lazos y demostrar todo el amor que le tiene.
- Validar. Si su hijo le dice que lo(a) odia, dígale que lo entiende, pero que sabe que en el fondo simplemente está enojado; validar sus sentimientos es una buena forma de demostrarle comprensión.
- Aceptar. Sea sincero(a) y acepte que usted también se equivoca.
- Calmarse. Muy importante: si su casa es un campo de batalla, intente bajar el tono autoritario, no se encierre en sus razones y escuche los sentimientos de su hijo.
- Monitorear. Estar al tanto de la percepción que tienen profesores, amigos y otros padres de familia sobre nuestros hijos, es una forma útil de saber qué tan grave es la problemática.
Porque aunque no se trata de victimizarnos (recordemos que somos los adultos del paseo), son tan complejos los procesos que forjan la personalidad, que es muy -pero muy probable- que ese ser a quien le dimos la vida (sí, el mismo que nos recuerda de vez en cuando que no pidió venir al mundo), tenga varias quejas y reclamos bajo la manga.
http://www.eluniversal.com.co/especiales/nueva/que-hacer-cuando-un-hijo-dice-te-odio-115910

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