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martes, 6 de septiembre de 2011

La historia del Cuco

04.09.2011 | Cuando tratamos el tema de la desaparición de menores, a la mayoría de nosotros nos invade una sensación de terror y de estupor que surge de lo más profundo de nuestros propios temores: de los miedos infantiles, y también de los actuales.
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Desde el “Viejo de la Bolsa” hasta “El Lobo Feroz”, pasando por “Hansel y Grettel” y el más actual “Encuentros cercanos del tercer tipo”, los animales monstruosos, extraterrestres, brujas o gente malvada robaban niños para hacer con ellos las peores cosas. Y esos miedos, en el siglo XXI, han variado de cucos; pero no en su esencia.
Hoy los monstruos se esconden detrás del pánico por el robo y la venta de bebés, los secuestros por dinero o venganza, el robo de órganos o la trata de menores con fines de prostitución. Y para colmo de males, la realidad nos muestra que todos los días hay chicos que desaparecen de sus casas o del lado de su familia en circunstancias extrañas, en horas supuestamente “seguras” y sin dejar ningún tipo de rastro.
A nivel nacional, este drama sumó en la última década un total de 6.457 casos. Según las autoridades de Missing Children, los principales grupos de riesgo están compuestos por menores de 10 años, mientras que la problemática se registra principalmente en grandes centros urbanos como la Capital Federal y las grandes ciudades de las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Mendoza y Tucumán. De todas maneras, es importante dejar en claro que es nuestra provincia -con casi el 70% de los casos- la que concentra el mayor porcentaje de desapariciones.
Sólo en 2010 hubo 1.088 denuncias, contra unas 523 de 2007; muchos niños fueron recuperados, pero todavía se busca a 210 menores. El porcentaje de eficacia supera el 90%, pero para la familia del 10% restante la vida se convierte en un infierno.
En la mayor parte de los casos, detrás de un chico que se esfuma se esconde un gran conflicto familiar. Obviamente, en un principio se pretende depositar la responsabilidad del hecho en circunstancias o personas ajenas a la familia, y los padres –ambos o sólo uno de ellos- juran que sus hijos han sido secuestrados por extraños. Pero las estadísticas muestran que estos chicos, en su gran mayoría, sufren por algún conflicto familiar muy cercano.
Gran parte de los chicos denunciados como perdidos son víctimas de una sustracción parental (padre, madre o familiar) que se lleva a cabo cuando la pareja está separada y alguno vulnera el derecho de custodia del otro. Muchas veces los padres se llevan al hijo secuestrado a otra ciudad, a otra provincia o incluso a otro país, alejando al menor de la madre. Existen casos patológicos en los que incluso les hacen creer que su mamá murió y los convencen así de que no la verán nunca más.
En Missing Children recuerdan claramente el caso de un padre que llevó a sus hijos al cementerio y les señaló una tumba afirmándoles que era la de su madre, lo que por supuesto era una mentira. La madre los seguía buscando y al fin los encontró después de que alguien vio sus caras en un aviso.
Es importante dejar en claro que, cada vez con mayor frecuencia, también las mujeres cometen este tipo de delito apartando a los hijos de sus padres. Distinto es el caso de la muy abultada franja de desaparición de adolescentes de entre 13 y 17 años. La inmensa mayoría de estos chicos, lisa y llanamente, se van de sus casas. No son robados ni secuestrados por alguno de sus progenitores.
Por lo general, los psicólogos aseguran que estos chicos se escapan de situaciones de maltrato y/o abuso sexual, falta de atención, situaciones denigrantes o alguna otra situación en el hogar que comprometa su seguridad física o emocional. Más que huir, van en busca de un lugar donde estar a salvo de los desórdenes de los que son víctimas.
Otras veces simplemente buscan salir de un seno familiar extremadamente rígido en lo que se refiere a la disciplina, donde se les niega el permiso de salidas que suelen ser normales para otros chicos de su edad. Adriana Sellán, de Missing Children, afirma que “muchos chicos se van de la casa por problemas familiares, conflictos de adolescentes, problemas de adicciones o simplemente porque repitieron de año en la escuela”. El problema es que no se dan cuenta de que en la calle se enfrentan a un sinfín de peligros, como caer en manos de delincuentes que están en el negocio de la trata de blancas o ser utilizados para la distribución de droga.
El grupo más grande, que corresponde a los adolescentes, no es de chicos perdidos: por algún motivo se fueron y no están queriendo volver. El análisis de la situación de estos chicos incluye políticas públicas para resolver los conflictos, porque hasta puede ser que se hayan ido porque no los dejaron ir a bailar. En estos casos, no sólo se articulan los esfuerzos para encontrarlos sino que desde distintas organizaciones se generan las condiciones para que ese chico vuelva a casa, a través de un trabajo de ayuda para resolver el conflicto y la historia familiar.
Pero, si bien uno no cree en las brujas, que las hay… las hay. Y entonces no podemos negar la suerte del pequeño porcentaje de chicos perdidos que sí son víctimas de delitos gravísimos y a veces aberrantes.
No podemos cerrar los ojos a la existencia de redes delictivas que se dedican a la trata de blancas. En diferentes lugares del país aparecen adolescentes prostituyéndose: en la calle San Jerónimo de Córdoba, la calle Mitre de Rosario o la zona de la vieja terminal de San Miguel de Tucumán aparecieron en la década del ‘90 adolescentes supuestamente desaparecidas en la Capital Federal o el Conurbano Bonaerense. Se comprobó también que la corriente “migratoria” se daba también a la inversa, con adolescentes desaparecidas en provincias del norte del país que llegaban a la Capital Federal por el mismo motivo. Las fuerzas de seguridad en aquel momento liberaron a muchas chicas, pero nunca llegaron al fondo de la cuestión.
También son muy escasos los raptos de niños pequeños. Todos recordamos alguno, como por ejemplo el de la nena de Tierra del Fuego de la que jamás se volvió a saber. Los miembros de entidades que se dedican a buscar chicos aseguran que estos casos tienen similitudes: los secuestros se realizan cerca de los ríos o balnearios porque la policía no toma la denuncia inmediatamente. Las fuerzas de seguridad y los familiares buscan en el agua por un posible accidente y esperan encontrar un cadáver, pasa el tiempo y el cadáver no aparece. Este tiempo es ganado por la organización para desaparecer de la región o incluso sacar al bebe del país. Investigadores y hasta legisladores aseguran que en las provincias de Misiones y Corrientes, las poblaciones más pobres suelen ser víctimas de casos de robo de menores con fines de venta para adopción.
Y es entonces cuando vuelven a nuestras mentes los terribles cuentos infantiles que nos hacían temer a la oscuridad, a los lugares solitarios… Y a los extraños.
La función del Estado

El Registro Nacional de Menores Extraviados fue creado recién en el año 2003 por el ex presidente Néstor Kirchner. Con anterioridad, cada provincia se movía de forma autónoma. Pero quienes trabajan con la problemática insisten en la falta de organización a la hora de rastrear a los menores. No hay, por lo general, una investigación profunda ni se entrecruza la información. No se trabaja en red. Las distintas dependencias que trabajan con menores no están intercomunicadas y las fuerzas de seguridad no suelen manejar la misma información.
En lo que respecta al Estado, las opiniones de los familiares se dividen en dos: los que buscan desde hace poco y los que hace ya tiempo que sufren esta pesadilla. Los primeros aseguran que la Policía moviliza sus recursos con allanamientos o interviniendo teléfonos para dar con el menor en cuestión. Los otros aseguran que la pesquisa se va apagando con los años, ante la falta de pistas.

¿Qué hacer?
La “Asociación Pibe” recomienda realizar estos pasos en las primeras 48 horas:
1- Comuníquese con los amigos, la escuela, los vecinos y los parientes, o con cualquiera que pudiera saber su paradero.
2- Avise a la Policía y haga la denuncia. Averigüe el nombre del policía y el número de denuncia. Pregúntele quién va a seguir la investigación del caso.
3- Mantenga un cuaderno y anote toda la información acerca de la investigación.
4- Entregue a la policía una foto reciente del niño. Facilite la manera de obtener las huellas digitales y la ficha dental del niño.
5- Mande hacer carteles o volantes. Péguelos en las ventanas de los comercios y distribúyalos en los lugares de descanso que hay en las rutas, así como en las paradas de colectivos o de otro tipo de transporte público, y también en negocios frecuentados por los más jóvenes.
6- Llame o vaya a los lugares a los que el menor acostumbra a frecuentar, y busque en los hospitales y otros centros de salud del área.

http://www.noticiasyprotagonistas.com/noticias/29330-la-historia-del-cuco/

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