Martes 20/ 09/ 2011
Tenía muchas ganas de retomar mis comentarios en el blog y empezar, además, hablando de la violencia a la que desde hace ya tiempo dedico mi trabajo casi de forma exclusiva.
El verano, que es tiempo de reencuentros y conversaciones interminables, me ha hecho darme cuenta de que hay un cierto ámbito de opinión entre hombres y mujeres de muy diversas procedencias y dedicación profesional, que exteriorizan un claro rechazo ante la sola mención de la expresión. Y que, aunque no acierten a explicar por qué se produce, sí reprochan que se diga que la violencia que ejercen los hombres sobre las mujeres que son o fueron sus parejas tenga una delimitación concreta, precisa y uniforme.
Y piensan –y lo hacen de buena fe, además- que quienes nos dedicamos a esto nos hemos poco menos que inventado una explicación dogmática, irreal y sesgada, que denominan, de forma peyorativa, 'el discurso de género' del que, y esto es lo más sorprendente, parecen sentir la necesidad de autodefenderse.
Desgraciadamente, cuando escribo estas reflexiones, nos encontramos aún, bajo el inmediato impacto de haber conocido la existencia de otras tres mujeres muertas por sus parejas o ex parejas en este pasado domingo, que eleva ya a 44 las víctimas mortales de esta siniestra estadística en el presente año.
Y esta trágica realidad, casi siempre, ha llevado aparejada que, además o, quizás, como consecuencia del consiguiente dolor que genera, resulte muy difícil, al menos durante algún tiempo, el debate sereno que es indispensable para llevarnos a mejorar nuestras respuestas, nuestra lucha para acabar con la violencia de género.
En este 'combate', la sensibilización de la opinión pública frente a ella resulta esencial, y no sólo frente a las manifestaciones más extremas, sino contra cualquiera de las formas en que puede exteriorizarse, para hacer que nadie en nuestra sociedad tenga nunca la tentación de justificar o de tolerar ningún tipo de violencia de género, ni de mirar para otro lado cuando se encuentre con ella.
Me gustaría que quienes se muestran críticos, disgustados y hasta agredidos por eso que llaman 'discurso de género' intentaran reflexionar si no es la desconsideración de la mujer –su mujer- el sentirse superior a ella, la cabeza pensante, ejecutante, el que dirige, domina y controla la relación de pareja, lo que lleva al hombre que es un maltratador a ejercer su dominio contra su pareja de cualquier forma que exprese autoridad, incluido el uso de la fuerza, para que ni le discuta, ni cuestione su criterio, su autoridad, su egoísta y exclusiva posición de prevalencia y hasta de confort.
Casi todo el mundo ve esto muy claro en el que pega a su mujer o ex mujer una brutal paliza, o decide matarla cuando ella rompe o quiere romper la relación.
Pero a quienes compartimos el mismo quehacer nos parece igual de evidente en el que ejerce el mismo tipo de violencia, aunque de consecuencias materiales menos visibles, amenazando, aislando, socavando, hasta anularla, la autoestima de su pareja, puesto que obedece al mismo designio de someter su voluntad a la de él. Puede ser, incluso, la antesala de otras violencias más graves, ante la menor manifestación de libertad o autonomía, por parte de ella, real o sospechada, siquiera.
Me ha parecido, por eso, especialmente acertado el último anuncio del Ministerio de Sanidad que habla de 'señales' y alerta a las mujeres que sufren estas manifestaciones de violencia, más tempranas, menos brutales y hasta toleradas socialmente, en cierta medida, implicando en ello a sus familiares y amigos.
Y que, por eso, no se explica ni define suficientemente como violencia sexista, porque no se basa, tan sólo en las diferencias biológicas que existen entre el agresor (hombre) y la víctima (mujer).
Por el contrario, tiene su raíz en la diferente consideración social, el distinto papel que se atribuye como más apropiado a la condición de cada uno de los miembros de la pareja. Hoy, únicamente, por quienes así actúan, pero que, desgraciadamente, tienen la coartada, la justificación, incluso, de que esta visión desequilibrada del distinto papel atribuido en la pareja a hombres y mujeres, ha representado hasta hace nada la normalidad social, cultural y hasta jurídica en nuestro país y hasta en todo el mundo desarrollado.
Y por eso tantas resistencias, tanto desconcierto, tanta dificultad en la erradicación de una lacra que, desgraciadamente, aún va a seguir produciendo mucho dolor. Lo que no ha de llevarnos al desánimo, sino a redoblar esfuerzos. En todos los sentidos.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/ellas/2011/09/20/por-que-hablamos-de-violencia-de-genero.html
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