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- Educando a romper
POR JOSÉ MANUEL AGUILAR CUENCAhttp://www.abc.es/20121007/cordoba/sevp-asomate-ventana-20121007.html
Ese pudo ser el grito de un padre a su ex mujer hace unos meses, minutos antes de estrellar su coche con su hijo cerca de la vivienda de ésta. Ambos murieron. Unos meses antes una madre en proceso de divorcio asesinó a sus hijos. Casos como estos comienzan a ser frecuentes en las noticias y nos muestran la cara más horrible del divorcio, el paisaje donde las pasiones humanas alcanzan extremos que sólo la imaginación más macabra puede explicar.Hace dos semanas que he vuelto de Medellín, donde he participado un año más en un Congreso Internacional de Familia. El único psicólogo entre jueces de EE.UU., Costa Rica o Colombia. Tras presentar mi ponencia me quedé a escuchar la siguiente, que trataba sobre Derecho comparado. En ella se analizaban las organizaciones judiciales de diferentes países: unas hijas del Derecho romano, otras del anglosajón o el asiático. Una vez comenzó el turno de preguntas, un juez de familia de San José de Costa Rica se dirigió a mí, que había escuchado pacientemente sentado entre los asistentes, preguntándome cuál era mi opinión sobre lo que acababa de escuchar. Mi respuesta devino en forma de pregunta: ¿No se han dado cuenta ustedes de que, independientemente del país de donde procedan, todos se quejan de los mismos problemas? Incumplimientos de visitas, utilización de los hijos, impagos de pensiones, etcétera. En ese momento todos los jueces de la mesa comenzaron a mirarse unos a otros, asintiendo en silencio. Jamás un código o ley resolverá una emoción, concluí.A lo largo de mi carrera profesional he paseado por los foros, universidades y parlamentos de varios países, de México hasta Colombia, pasando por todo nuestro Estado o nuestro vecino Portugal, departido con colegas norteamericanos, israelitas, suecos o australianos. Allí donde he estado los problemas en los divorcios se repiten como gotas de agua, sin que ninguna de las distintas organizaciones, instrumentos, normas y códigos o cantidad de recursos utilizados pareciera dar cumplida cuenta de aquello que es su competencia. Las únicas diferencias las he encontrado en la cultura. Si un país tiene una cultura de divorcio, una cultura de búsqueda de acuerdos en las crisis de pareja, de rechazo de la utilización de los hijos como objetos con los que agredir al otro, de consideración de los menores como deber y derecho común, por encima de los intereses particulares de los miembros de la pareja, las cosas cambian. Indudablemente va a haber problemas, pero resulta muy difícil que una pareja sueca prefiera estar diecisiete años en los juzgados (no es una cifra redonda, es un caso real en mi despacho) cuando puede ir al ayuntamiento, pedir un impreso pagar 500 coronas (aproximadamente 50 euros), cumplimentarlo y entregarlo al funcionario, que les certificará el estado civil de divorciados.En nuestro país no tenemos una cultura del divorcio. Los hijos son usados sin medida, bajo la atenta mirada de muchos operadores judiciales, con la colaboración necesaria de su desidia o impotencia, aceptando que esa violencia es parte del proceso. He afirmado, denunciado y demostrado, que existe otra forma de divorciarse, que esa violencia asumida no tiene por qué existir aun por el mero hecho de encontrarse tan extendida.He exclamado en repetidas ocasiones y durante casi una década que esa violencia se sabe dónde comienza pero nunca dónde termina. Si aceptas un gramo de violencia, de pronto puedes descubrirte nadando en ella. Si aceptas una de sus formas estás exponiéndote a sufrir cualquiera de sus variantes. En los casos más comunes en forma de instrumentalización de los hijos en los procesos judiciales para servir como testigos en denuncias contra el otro progenitor, a someterlos a campañas de difamación de aquél, que los hijos tienen que soportar sin remedio. En los casos más extremos hay padres y madres que violentan a sus hijos rumiando que si ellos no los van a tener nadie va a hacerlo; otros identifican a sus hijos, sus deseos y futuro, con ellos mismos, asesinándolos y luego suicidándose, bajo la creencia de que así no sufrirán más o que así los libraran de un peligro que únicamente ven ellos. Sea como fuere es violencia sobre aquellos que menos capacidad de defensa tienen.Hay pocas cosas que queden en mi ejercicio profesional de lo que aprendí en la Facultad. La práctica diaria con mis pacientes me ha enseñado mucho más y de eso es consciente cada profesional con el que usted se cruce. Una de las cosas que he aprendido es que no conoces a alguien hasta que se va.Ya hemos comprobado que es imposible disminuir la violencia en la familia con leyes o ingentes recursos económicos y publicitarios. O nos educamos para gestionar las pasiones o los titulares volverán a nuestros ojos como caballitos condenados a girar eternamente en tiovivos de colores.
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