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viernes, 3 de enero de 2014

El Instituto Municipal de la Mujer engatusa a una anciana

Viernes, 3 de Enero, 2013
ANECDOTARIO DE LA DEGENERADA VIOLENCIA "DE GENERO". El Instituto Municipal de la Mujer engatusa a una anciana
23/10/2013
Son muchos los casos de ancianas y dementes seniles, persuadidas por tanto bombo y platillo como aparece en tv, las que sin encomendarse ni a Dios ni al diablo y por tal de quitarse un muerto de encima, denuncian al marido sesentón, septuagenario u octuagenario, haciendo intervenir a la policía sin que dé tiempo a que los hijos, conocedores de la situación, aparezcan y deshagan el entuerto.
Un caso idéntico a éste me contó mi vecino Paco, del Puntal (Padul, Granada) a los pocos días de serme notificada la primera denuncia falsa de mi ex. Resultaba que a su madre -con setenta y tantos años y con una demencia senil acusada y que continuamente necesitaba de los cuidados del marido- no se le ocurrió otra cosa que plantarse en la Policía Municipal de Atarfe (Granada) a denunciar al ya ochentón marido. Se lo llevaron sin ningún miramiento y lo tuvieron una noche entera pasando frío y sin medicinas en el calabozo, hasta que acudieron los hijos a aclarar la situación.

Lo que se relata a continuación refleja que los "protocolos" se aplican con tanta celeridad que no se hace la más mínima investigación previa, y así se practican detenciones ilegales masivas tan sólo por la palabra de una mujer. No importa que esté loca, que tenga alzheimer, que sea una demente declarada para dar pábulo a la psicosis entre policías o guardias civiles.
(extraido del libro El Varon Castrado, de Diaz Herrera)
Pedro Sanz y Patricia Arapiles, ambos de ochenta y cinco años de edad, eran al final de sus días dos huesos vivientes. Pesaban 45 y 34 kilos respectivamente y, como muchas de las parejas de su edad, andaban como el perro y el gato.
Vivieron hasta su muerte, ocurrida en 2005, en la calle Alberto Alcocer del barrio de Chamartín de Madrid.
Pedro había sido intervenido quirúrgicamente 20 años antes de un cáncer de garganta que se había resuelto con la extirpación del tumor y una laringectomía.
Desde entonces, se expresaba verbalmente con dificultad [Muchas personas a las que se les extirpa un tumor canceroso en la garganta, con la eliminación de las cuerdas vocales,
prácticamente tienen que aprender a hablar de nuevo].
Cada vez que necesitaba hacerse entender, el nerviosismo y la angustia se hacían patentes en su rostro, como en la mayoría de las personas a las que les han quitado parte de las cuerdas vocales y hablan por la garganta.
La enfermedad de uno de los cónyuges y el estado senil de ambos, a veces, hacía difíciles las relaciones de pareja. Un día, al salir a la calle a dar un paseo, a Patricia Arapiles le dieron uno de esos periódicos gratuitos que se reparten en los barrios.
Una rápida lectura le bastó para darse cuenta de que había una solución a los problemas que tenía con su marido. Allí, al lado mismo de su casa, había una oficina del Instituto Municipal de la Mujer donde, gratuitamente, se ofrecían a ayudarla
Convencida de que las psicólogas y asistentes sociales del centro tienen la varita mágica que le van a resolver el problema del marido, a la mañana siguiente se presenta en la oficina. La escuchan pacientemente, elaboran varios informes de manera burocrática, le piden el carnet de identidad, lo fotocopian y le dicen:
-Firme aquí.
Patricia Arapiles estampa su firma al pie del documento y les da las gracias a las jóvenes por la paciencia y la amabilidad que han tenido con ella. Antes de despedirse, en la puerta del centro, le dicen:
-Usted váyase tranquila a casa y descanse. A partir de ahora, nosotras nos encargamos de todo.
Y vaya si se encargaron.
Era el mes de junio y el sol, en su plenitud, lo inundaba todo. A las dos de la tarde de ese día, Jesús Sanz de Arapiles había quedado en tomarse una cerveza en una terraza al aire libre con su amigo Eugenio Sánchez Suárez, canario, piloto de Iberia y simpatizante de la Asociación Pro Pueblo Saharaui.
De pronto, sonó el teléfono. Escuchó la voz de su madre, que vivía a unas pocas manzanas de distancia. Le hablaba en un tono de angustia y desesperación.
-Jesús, vente en seguida, que aquí está la Policía. ¡Quieren llevarse a tu padre!
-Pero ¿ha hecho algo?, ¿qué ha pasado?
-Nada, que vi un anuncio en el periódico y me acerqué a lo de la mujer a contarle lo mal que nos llevamos tu padre y yo. Y ellas han mandado a los agentes a buscarle.
En un santiamén, Sanz Arapiles se planta en la casa de sus padres. Habla con la Policía y se entera de que, efectivamente, hay una denuncia firmada por su madre por supuestos malos tratos y amenazas.
-Tenemos que llevarnos a su padre. No nos queda más remedio.
-Ustedes de aquí no se llevan a nadie -protesta Sanz Arapiles.
-Lo sentimos. Es lo que ordena el protocolo en estos casos.
-Pero ¿ustedes qué son?, ¿robots o qué? ¿No ven el estado de postración en que se encuentra mi padre?
Como los policías insisten, Sanz Arapiles se vuelve hacia su amigo Eugenio Suárez, el piloto de Iberia, que acababa de pasar por un trance de divorcio, le guiña un ojo, se vuelve a los policías y les dice:
-He venido con un mediador social. No se preocupen ustedes que este señor lo va a arreglar todo.
Como no hay ninguna otra persona en la casa, Suárez se da cuenta de que el «mediador social» es él y se siente obligado a intervenir.
-Venga, Patricia y Pedro. Levántense los dos y dense un beso. ¡Que vean estos señores que se quieren, que todo ha sido un malentendido!
La pareja, chapada a la antigua, se niega a besarse en público. Suárez insiste.
-Cójanse de la mano. ¡Venga Patricia, no sea tímida, que se llevan a su marido!
Los dos ancianos acabaron pasando por la humillación para ellos de tener que besarse y abrazarse ante la policía. El hijo de la pareja no puede contener su indignación. Repite:
-A mi padre no se lo llevan ustedes porque se muere. Dígale a la jueza que a las cinco me presento yo en los Juzgados de la plaza de Castilla. Pero no con mi padre, sino con mi madre. Porque si en esta casa hay maltrato es de mi madre hacia mi padre y no al revés.
Al ver que se trataba de un señor mayor con un cáncer de laringe, que estaba pacíficamente sentado en un sillón sin molestar a nadie ni síntoma alguno de violencia, los policías transigieron.
Y a las cinco de la tarde en punto, Jesús Sanz Arapiles, acompañado de sus hermanas María Teresa y Ana y de su madre Patricia cruzan el arco detector de metales de los principales Juzgados de Instrucción madrileños.
Al presentarse ante la secretaria, la jueza, que los está oyendo desde su despacho, los invita a pasar inmediatamente. Tiene sobre la mesa una carpeta azul cuyo contenido acaba de releer.
-Señora, ¿sabe usted que lo que ha declarado es para que su marido duerma en la cárcel hoy?
-Yo no sabía nada. Lo que hice fue desahogarme con unas señoras que me trataron estupendamente.
-Pero seguro que ellas tomaron nota de todo lo que usted les contó y usted firmó la declaración.
-Sí, es cierto que firmé unos papeles.
La jueza repasó de nuevo el informe del Instituto Municipal de la Mujer, observó a Patricia Arapiles y se encontró frente a una anciana asustada y temerosa, inconsciente de que al ir a contarles su problema a aquellas «adorables mujeres» que la atendieron había firmado una denuncia en toda regla contra su marido.
-Su marido, tal vez sea mayor que usted y no puedo mandarle a la cárcel. Pero lo que ha dicho usted aquí es suficiente, por lo menos, para que lo enviara a vivir fuera de su casa. ¿Quiere usted echar a su marido de su lado?
-No, no. ¡Por Dios!
-Pues lo va a pasar mal, sobre todo, por el puñetero Ministerio Fiscal -anuncia a Arapiles.
-Sí, sí -asiente la jueza con la cabeza.
-Pues sí, ése es el problema.
Cuando se presenta el Ministerio Público echan de la sala a los hijos.
Previamente, Arapiles se enfrenta a su madre.
-Recuerda que si aquí hay maltrato, quien ha maltratado verbalmente eres tú, que no le dejas un rato
tranquilo, que te pasas la vida pinchándole. Y ten mucho cuidado con lo que te pregunte la puñetera fiscal. Son unos malvados y le quieren echar de la casa.
-Oiga, ¿qué dice usted? -Protestó el representante público, que había oído al hijo.
-Lo que me da la gana. ¿O es que no puedo pensar que son ustedes unos malignos que se dedican a romper familias sin tener en cuenta las consecuencias? -protestó el primogénito de la familia.
Media hora después, su madre retiraba la denuncia y el asunto se archivaba definitivamente.
http://ifvmes.wordpress.com/2013/10/23/anecdotario-de-la-degenerada-violencia-de-genero-el-instituto-municipal-de-la-mujer-engatusa-a-una-anciana/

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