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Sitúan a Antonia Carrasco como “captadora” de clientes para el despacho de José Luis Sariego
Enrique de Diego.
Parece una historia irreal salida de algún sainete de ficción, del recodo de una novela picaresca: la denuncia y el juicio en la Audiencia Provincial de Madrid de Antonia Carrasco, presidenta de GenMad, contra su expareja Germán Polo, también fundador de esa Asociación, merecen formar parte del cuadro de honor del esperpento judicial; desde luego, del frontispicio de lo que comúnmente se conoce como denuncia falsa, al margen de su calificación penal: presuntas agresiones que se denuncian sin parte de lesiones, dimes y diretes, hechos que se denuncian años después, testigos que se contradicen, una Antonia Carrasco que lleva fatal que se la contradiga y se expresa caóticamente, y un abogado, José Luis Sariego…Del abogado, hablaremos después.
La denuncia y el juicio fue un auténtico terremoto en el movimiento plural y desunido de la “custodia compartida“. Se trataba de la denuncia de la presidenta de GenMad, asociación que presuntamente luchaba contra los abusos de la Ley Integral contra la Violencia de Género, y que acudía a ella, con una batería de los malos usos de esa Ley, tal y como se desmontó en la sentencia de la Audiencia Provincial. Y testigos y entornos se movían en ese ámbito, como Marisa Culebras, presidenta de Feministas por la Igualdad, o Francisco Zugasti, de ProJusticia, que tuvo una intervención memorable en la que calificó a Antonia Carrasco de “ególatra perdida“. Los psicólogos que se aducen por parte de Antonia Carrasco, que la asesoran en la ruptura, eran de “su” Asociación, aunque tampoco se presentó ningún informe. Un auténtico caos. Un total despropósito.
Tras la sentencia, lo lógico es que Antonia Carrasco, en un rasgo de decencia, hubiera dimitido de la presidencia o cerrado GenMad. No ha sido así. Luego veremos por qué. Porque el hecho evidente es que, tras este juicio y la subsiguiente sentencia, la idea de la “custodia compartida” sigue siendo válida, pero una parte amplia del movimiento que la propugna ha caído en completo descrédito. La línea seguida, bienintencionada, por algunos de ocultar este episodio tan lamentable y risible para no dañar la idea resulta tan curiosa como contraproducente, oscila entre la hipocresía y la cobardía, sugiere como que hubiera cuestiones que ocultar. ¿Es que hay chiriguitos alternativos buscando su nicho de mercado? Sólo se salva en el desenlace del esperpento Francisco Zugasti, de ProJusticia, que no establece ninguna doble vara de medir. Actúa como un hombre sólido y de principios.
El juicio fue la presentación en sociedad de la nueva pareja de Antonia Carrasco, el abogado sevillano, José Luis Sariego. Si bien ella sigue viviendo en Las Rozas y él, en Sevilla. La actuación de Sariego en sala es patética, bochornosa, de vergüenza ajena. Produce hilaridad. La juez no se priva de mostrar su enfado y su desaprobación hacia la deficiente labor en sala. Es como si hubiera preparado a los testigos como figurantes o deficientes mentales. Un modus operandi que suele ser habitual en juicios por denuncias de violencia de género de las que comúnmente se conocen como falsas. “Hace usted el relato para que diga sí o no“, el testigo. Es decir, que, a la postre, el único testigo es Sariego. “Da la respuesta ya hecha“, le reconviene la juez, que se muestra pedagógica para que aprenda a hacer un interrogatorio judicial: preguntar para que se responda. Sariego no aprende. “No tiene nada que ver”, le dice cuando se pierde en hilos del culebrón. Alguna testigo, como María Antonia Lladó, sobreactúa: “no es ni la sombra“, incluso sitúa adelgazar como una prueba de violencia de género: perdió 10 kilos. Cotilleos insustanciales con las redes sociales con la nueva corrala moderna para una picaresca que suena y huele a vetusta. Es todo penoso.
Sitúan a Antonia Carrasco como “captadora” de clientes para el despacho de José Luis Sariego
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