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martes, 15 de diciembre de 2009

Así lo veo / Emilio S. Cófreces / Periodista


A golpe de injusticia
14/12/2009
Hace uños años, la por entonces juez decana de Barcelona, María Sanahuja, provocó una fuerte polémica al atreverse a hablar públicamente de las denuncias falsas sobre la violencia de género. Las asociaciones feministas y la progresía oficial se echaron como fieras sobre esta magistrada para que rectificase tamaña osadía.
Más recientemente, un juez de Sevilla ha denunciado que la tan cacareada Ley de Violencia de Género en su afán de perseguir los malos tratos infligidos por hombres no respeta las mínimas garantías jurídicas.
Ambas afirmaciones en ningún caso suponen un agravio para las mujeres maltratadas. Todo lo contrario. La lucha contra esta lacra debe hacerse al amparo de una legalidad cimentada en la justicia. ¿O no defendemos el combate contra el terrorismo estrictamente desde el respeto al Estado de Derecho?
El texto legal alumbrado para proteger a las mujeres contra los maltratadores tiene graves lagunas ya señaladas por juristas que no temen navegar en contra de lo políticamente correcto. Esas lagunas se traducen en injusticias que provocan auténticos dramas para miles de hombres inocentes que han sido detenidos por denuncias falsas, muchas de ellas promovidas interesadamente por sus mujeres para obtener mejores condiciones en las sentencias de separación. Lo grave es que no se actúa con contundencia contra esas desalmadas. Tampoco es de recibo, si todos somos iguales, sobre todo ante la ley, que cuando una mujer presenta una denuncia el juez dicta medidas cautelares casi siempre de forma inmediata, lo que jamás sucede cuando el afectado es un varón.
Eso por no hablar de que la ley de violencia de género no ampara los malos tratos en el hogar si se produce entre una pareja homosexual de dos hombres. Menos mal que ZP era el protector de este colectivo. En esta España del péndulo pretendemos combatir la injusticia del maltrato machista hacia las mujeres con otra injusticia: considerar presuntos culpables a los hombres por el mero hecho de ser hombres.
Y es que la labor de Aído y las cientos de feministas que chupan de la piragua han logrado que casi haya que pedir perdón por ser hombre, blanco, heterosexual y español. Y si se es católico, ya ni hablamos. El acomplejado que quiera sumarse a ese acto de contrición, que lo haga. Pero conmigo que no cuenten. Prefiero enfrentarme a los habituales descalificativos que usan los progres contra quienes no piensan como ellos.
Me siento orgulloso de ser hombre, como me sentiría orgulloso de haber nacido mujer si así lo hubiera querido la naturaleza. Y precisamente por ese orgullo masculino, siento desprecio por todos mis supuestos congéneres que cargan contra sus sufridas compañeras el asco que se dan a sí mismos.
Pero también me producen la misma sensación aquellas mujeres que se burlan de las que sí padecen realmente estos abusos y se aprovechan de una norma quizá bienintencionada, pero que requiere de una revisión urgente para no combatir una indignidad con otra.
http://www.tribuna.net/noticia/47732/OPINI%C3%93N/as%C3%AD-veo-emilio-s-c%C3%B3freces-periodista.html

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