UNA ABOGADO relata cómo la miran mal por defender a hombres que son inocentes Soy abogado, mujer y creo que cada día es más difícil defender a un hombre. Comencé mi andadura en esta profesión en 1993 y me alegra que, aunque sea en contadas ocasiones, por fin juristas valientes hablen en público de lo que no es "políticamente correcto". De que la sociedad empiece a conocer datos que ha interesado silenciar o sesgar. -MARÍA TERESA OLMEDO BUTLER (Abogado)
Los aportados por el juez Francisco Serrano el domingo pasado en este suplemento son perfectamente susceptibles de coexistir con los que se ofrecen a diario sobre la violencia hacia las mujeres. Realmente, hay muchos juristas en desacuerdo con una ley que, entre otras cosas, supone una clara vulneración de uno de los más sagrados principios constitucionales: el de igualdad.
Desde que la ley entró en vigor me he rebelado contra quienes consideran justo agravar la pena a un hombre por el simple hecho de serlo. Discrepo en esta matería, sobre todo, con abogados, fiscales, jueces y magistrados, precisamente por los conocimientos jurídicos que poseen.
Me parece también lamentable que el Consejo General del Poder Judicial pretenda acallar unos datos que están ahí y que merecen ser tenidos en cuenta. Lo digo por las posibles responsabilidades a que hacía referencia el comunicado emitido por la presidenta del Observatorio contra la Violencia de Género, cuando del reportaje de Crónica no puede sustraerse la idea de que el juez Serrano impute ligereza o arbitrariedad a jueces o magistrados. Parece más bien un ataque de corporativismo, cuando lo que necesitamos todos es un bocado de realidad.El testimonio del juez de Familia no me sorprendió. Al contrario. Me gustó su valentía, como en su día la de la decana María Sanahuja, mujer como yo. Es cierto que conocía los datos pero no las cifras reales y exactas, que me parecen muy reveladoras. Los conocía porque a mi despacho, como a los de otros muchos compañeros que piensan como yo, han acudido en más de una ocasión hombres asustados y desesperados por una situación que podía llevarles, como poco, esposados a la comisaría o, en el peor de los casos, a la prisión preventiva, por la simple circunstancia de su condición masculina, sin que la presunción de inocencia pudiera evitarlo. En estos años de ejercicio profesional, la legislación se ha ido adaptando pero, como exponía el juez Serrano, en algunas cuestiones es posible que se haya ido demasiado lejos en lo que él denomina «feminismo radical» o «feminazismo», que no sería más que la expresión de un machismo ejercido por las mujeres, tan execrable como el machismo del que se intenta huir, y contra el que es necesario hacer frente común.
Pero mi intención como abogado es aportar otro punto de vista, el de las historias personales, vidas rotas, con la diferencia de que están protagonizada por hombres y no por mujeres, como es habitual. El primero de los casos que vino a confirmar mi idea de que la recién estrenada Ley de Violencia de Género no se adecuaba a la realidad y podía convertirse en un arma de doble filo en manos inadecuadas, fue el de Antonio (nombre ficticio). Su mujer, más de un año después de dejarle a cargo de la casa, los hijos y su propio trabajo, decidió que quería la separación. Pero no sin antes acabar con él. Le amenazó con denunciarle por malos tratos para, según ella, verle en la cárcel y quedarse con todo. Le dije que acudiera a la Guardia Civil para interponer la oportuna denuncia por amenazas. Eso le evitó, cuando ella consumó su amenaza, no sólo ser detenido, sino dar con sus huesos en el Centro Penitenciario.
El de Sebastián, empresario, es otro caso lamentable. Vivía en pareja con Alicia y los dos hijos menores de ésta. La relación se rompió tras 10 años de convivencia, y la mujer inició una guerra judicial, como le dijo, para quedarse con todo su patrimonio. Interpuso para ello una denuncia por agresión sexual (10 años después) a su hija de entonces ocho. Es tremendo intentar convencer a un cliente como él de que la justicia existe. Después de más de cuatro años de instrucción, una medida de alejamiento y una pena social intensa que viene sufriendo por parte de algunos vecinos, todas las pruebas indican que dicha denuncia fue absolutamente falsa. Mientras tanto y durante estos años, ella ha seguido acosándole en los tribunales con denuncias penales, que han sido archivadas, y demandas civiles (hasta seis) con las que intentaba dejarlo sin patrimonio, y que también han sido desestimadas. Pese a que tanto la juez, que dictó el auto de conclusión sin procesamiento, como el fiscal que reitera la petición de archivo, ella insiste en querer que sea juzgado. ¿Hasta cuándo tengo que demostrar mi inocencia, si ella no ha demostrado mi culpabilidad?, me repite Sebastián.Por último y como muy clarificador está el caso de Luis, que vivía en pareja con Sonia, letrada del Turno de Violencia Doméstica. Cuando se encontraban negociando las condiciones económicas de su ruptura, ella lo llamó por teléfono y, además de decirle que las negociaciones se habían roto, le adelantó que iba a denunciarlo por agresión y maltrato psicológico en el Juzgado de Violencia Doméstica. Ella estaba en ese Turno y, según se le dijo, lo iban a encarcelar. Cuando Luis llamó a mi despacho llorando, le insté a ir a la Policía e interponer la oportuna denuncia. Es descorazonador ver cómo se sentía después de que la policía le informara de que, pese al contenido de su denuncia, si ella lo denunciaba irían a detenerlo, porque era el trámite habitual. También le dijeron que seguramente la creerían a ella por ser mujer. Más descorazonador fue cuando a la semana, en la vista del juicio de faltas, la condición masculina de Luis, lo coherente de su relato y las lágrimas que no pudo evitar al narrar el miedo y la angustia que le habían provocado las amenazas de su ex pareja, no pudieran contrarrestar el hecho de que la Sala estuviera ese día formada por una juez, una fiscal y su propia ex pareja, quien además había elegido defenderse a sí misma, en un intento de aparecer como la víctima. Es más, me reprendían con la mirada por no entender que una mujer, yo, pudiera defender a un hombre con tanta vehemencia, acusando a la denunciada por entender que la situación era más grave que en otros casos: por su doble condición de letrada y de especialista en Violencia Doméstica y por un uso tan bastardo de su posición y sus conocimientos. Pese a que la absolvieron, mantenemos la esperanza de que se haga justicia en apelación.
Me gustaría que todo esto sirviera para alcanzar una Igualdad real.
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