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miércoles, 13 de abril de 2011

Síndrome de alienación parental (Ignacio Bermúdez de Castro)

Martes 12 de abril de 2011
Decía Ortega y Gasset que el amor es un estado de enajenación mental transitorio que conduce a la imbecilidad, a lo que este columnista añadiría que el desamor con despecho, en ocasiones, es un estado de enajenación mental permanente que conduce a la más feroz de las crueldades. ¿Y a qué viene esto?, se preguntarán. Pues a que un juzgado coruñés ha impuesto a una divorciada siete meses de prisión por alentar a su hijo para que no fuera con su padre. Esta actitud se conoce como síndrome de alienación parental, y no es otra cosa que el conjunto de síntomas que resultan del proceso por el cual un progenitor, mediante distintas estrategias, transforma la conciencia de sus hijos con objeto de impedir, obstaculizar o destruir sus vínculos con el otro progenitor, hasta hacerla contradictoria con lo que debiera esperarse de su condición. Para que nos entendamos: un hijo es manipulado por uno de sus padres para que acabe odiando al otro. Más frecuente en los juzgados de familia que la concurrencia de menores a los botellones.
¿Por qué ocurre eso? Del amor al odio solo hay un paso, por lo cual, a la hora de hacerse con las armas que esgrimir frente al eterno enemigo, la más letal de todas se encuentra al alcance de la mano del progenitor custodio. Los hijos menores, el arma arrojadiza por excelencia, la que siempre hace explosión en la línea de flotación del antaño ser querido. Fuego y hundido sin la menor duda. Nada duele como la ausencia de ese niño que años atrás no podía conciliar el sueño si le faltaba el contacto con la protectora mano de ese padre o madre a quien hoy incomprensiblemente odia, y con el que nada quiere saber debido a tanta comedura de coco del otro progenitor. Por eso aplaudo la sentencia contra esa madre. Si se dictaran más a menudo resoluciones judiciales en ese sentido, otro gallo cantaría, pues pueden creerme que las notas emitidas por esa ave del orden de las galliformes resuenan cada día en los tímpanos de miles de gallegos que asisten, impotentes, a un paulatino distanciamiento de sus hijos, quienes con un «papá es malo, me lo dijo mamá», o viceversa, afirman no querer volver a verlos. Va a resultar cierto que la venganza se sirve en plato frío. En este caso, helado.
http://www.lavozdegalicia.es/opinion/2011/04/12/0003_201104G12P16995.htm

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