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lunes, 4 de abril de 2011

Cristina Fallarás: ''Hemos recuperado miedos atroces, a ogros que devoran los muslitos de las niñas''

04/04/2011
La periodista y novelista Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968) es la ganadora de la quinta edición del premio L'H Confidencial de literatura negra con su tercera novela, Las niñas perdidas, una escalofriante historia de pederastas, venganzas personales y pactos con el diablo no literales pero casi, ambientada en una Barcelona que huele mal y sabe peor y narrada con una furia que la autora se ha propuesto "que corte como una navaja". La protagonista es Victoria González, una detective embarazada a la que Fallarás le ha prestado su experiencia y sus miedos de madre, pero también su actitud airada. Demasiados vínculos como para que sus peripecias no tengan continuidad. La escritora ya está en ello.
Sus dos primeras novelas también encajaban en la etiqueta de novela negra, pero sin detective. ¿Hace falta un detective para ganar un premio de novela negra?
No, no. Pero como ahora todo el mundo escribe novela negra, lo que sí hace falta es ser un poco original. Y que sea una novela negra, claro. Así murió el poeta Guadalupe, que no la presenté yo sino que me la presentaron al premio Hammet [del que fue finalista], hubo gente que la entendió así, pero yo no me habría atrevido a presentarla porque nunca supe si era una novela negra. Era una novela con muerto, pero para mí siempre fue política. Y para un premio de novela negra en sentido estricto, hace falta seguir los cánones básicos, clásicos y comunes de ese tipo de novela. Y eso es lo que he hecho con ésta, poner un detective, en mi caso una detective, y jugar con eso.
¿De dónde sale Las niñas muertas?
Me encargaron un relato para una antología que se llamaba Barcelona Noir, en que 10 escritores de Barcelona escribían 10 relatos de literatura negra ambientados en 10 barrios. Yo elegí Nou Barris porque mi primera actividad periodística fue hacer periódicos gratuitos de barrio en Nou Barris, y pensé en jugar un poco y poner un detective. Y como entonces estaba embarazada de mi hija Pepa, me salió una detective embarazada. Escribí un relato muy de pasar por ahí, sobre todo para describir el entorno urbano de Nou Barris. Y cuando lo acabé, supe que tanto la detective Victoria González como Jesús, su ayudante, tenían otra vida, otro futuro. Ahí nacieron la detective y esta novela.
La presentó al premio con el título de Memoria de mis niñas muertas.
No. Quise que se llamara así pero me acordé de Memoria de mis putas tristes, así que al final la presenté como Mis niñas muertas, y ahora se llama Las niñas perdidas.
¿Y ese cambio?
Requisitos editoriales, pero también porque cuando dices ''niñas muertas'' el lector ya sabe a lo que se enfrenta, y lo de ''niñas perdidas'' es mucho más amplio. Porque realmente de lo que hablo es de la pérdida de la infancia. Y no sólo de la de las niñas que mueren, así que lo que hicimos con el cambio de título es ampliar el campo. En el centro de la novela hay dos mujeres: la detective y una madre a la que le quitan las hijas porque es drogadicta y no las atiende bien. Y esas dos mujeres también son niñas perdidas. Yo quería tratar dos temas. Por un lado, está la historia de una madre que toma drogas, que bebe y que llega a veces llega a casa reenganchada y a veces no lleva a sus hijas a la guardería porque está con el globo puesto. Y la justicia le quita la custodia porque cree que no las atiende suficientemente. Y eso me interesaba: ¿Hasta qué punto es lícito quitarle a una madre la custodia de sus hijas? A una madre pobre, además. Porque las madres ricas también se drogan y beben, pero tienen una canguro que cuida a las niñas. ¿Hasta qué punto la pobreza incide en el mecanismo de la justicia de retirar la custodia? Y otra pregunta: ¿Por qué una madre hija de puta, fascista, que educa a sus hijas en el dolor y en la disciplina más bestia es mejor que una madre que sencillamente bebe? Ése es uno de los temas.
¿Y el otro?
Leí una noticia que decía ''Desmantelan una red de pornografía infantil y rescatan a las 10 cautivas'' o algo así. Y llamé a la policía, para preguntar: ¿Estas cautivas quiénes son? ¿Alguien las reclama? Porque si es pornografía infantil es que las cautivas son niñas. Nadie me supo contestar. ¿Quiénes eran, esas niñas? ¿Por qué cuando hablamos de desmantelamiento de una red de pornografía infantil, sólo nos interesan los consumidores, y no las víctimas? ¿Por qué esta sociedad ha elaborado todo un andamio para combatir la violencia contra la mujer, que me parece estupendo, y no hemos trasladado la transparencia con la que se trata ese tema a la violencia contra los niños?
¿Por qué?
La mujer ha dejado de ser un tabú, ya es un bien de consumo y está ahí, visible y expuesta, ya es algo detrás de un escaparate. ¿Cual es el siguiente tabú? Los niños. Y ahí nos frenamos a lo bestia. Además, hay un problema gordo: por mucho que pongan un teléfono de atención al menor, un niño no se queja. Los niños no se quejan, no pueden. Cuando un hospital llama al juzgado para decir que un niño lleva siete roturas de codo... ¡joder, es la séptima rotura mal cicatrizada! Acuérdate de la niña Alba. Cuando por fin denunciaron que se comía sus vómitos y ya le habían abierto la cabeza, ¿cuántas roturas de huesos mal soldadas llevaba en su cuerpo? Un montón. Así que yo tenía esos dos temas. Éste y el de la madre y la custodia, que se la quitan a las madres pobres, indudablemente. A las madres, digo, porque a ningún padre le quitan la custodia por ser alcohólico.
En la novela sólo hay madres.
¡Claro! Porque los hijos son de las madres, lo siento. Y como esto de la custodia y el niño como víctima del consumo sexual adulto eran mis dos temas de preocupación, una detective embarazada me cubría perfectamente todo ese campo.
Nada que ver con la detective embarazada de Fargo.
No, claro. Porque además yo no quería una superheroína, sino una víctima. Y ya ha habido varias personas que las han comparado, pero no tienen nada que ver. La detective de Fargo es una caricatura. Mi detective es una mujer que sin comerlo ni beberlo, llegada a los 40, preña, y una vez más se plantea: ''¿Aborto o no?'' ¡Una vez más! Y esta vez decide que no, porque ya es su última baza. Y no sólo eso, sino que cuando se enfrenta al caso de esa madre a la que no le tiene ninguna simpatía, se plantea: ''Yo puedo ser madre sobria o ebria, pero seré madre, sobria o ebria, y si alguien me quita a mi hija, la mato''. Y eso me parece una toma de posición brutal.
Habla todo el tiempo del miedo.
Es una novela sobre el miedo.
Por un lado el miedo a la posibilidad del dolor físico, que es el que transmite al lector, como pasaba en su anterior novela. Y luego hay otro, que es el miedo a la pérdida.
Sí, hay un miedo que no está en la novela, pero que es el que yo quiero provocar en el lector, que es el miedo a lo atroz. Yo renuncio a describir lo atroz. Digo ciertas palabras: uñas, dientes, punzón, cuchilla... pero nunca explico qué se hace con eso, y así provoco la sensación de atrocidad. Y luego está el miedo que yo, escritora, tengo como madre y que es el que narro. Habría sido imposible que escribiera esta novela sin tener hijos, porque es el miedo que siento por tener hijos, ese miedo como madre, el que está ahí. Y es un miedo que no tiene nada que ver con el que tenía mi madre a que atropellaran a sus niñas al cruzar la calle. Yo ya he visto CSI y he leído a Dennis Lehane y miles de noticias sobre desmantelamientos de redes de prostitución infantil. Mis miedos son atroces, de una atrocidad inigualable en otras épocas humanas. Y sin embargo son los mismos que narra Caperucita Roja, y Hansel y Gretel. Cuando en el primer capítulo digo ''tú eres el ogro que se come los muslitos de las niñas que ya han engordado'', es porque desde el principio quiero poner la novela en el lugar donde están los cuentos infantiles, que es el de la atrocidad absoluta. En esta sociedad hemos recuperado una atrocidad que ya existía en la sociedad rural. De repente, tras vivir la fantasía de la civilización, que es el atropello del coche, nos volvemos a encontrar con la bestia, que es el ogro que devora los muslitos de las niñas.
Un miedo atávico.
Es El miedo. Y me sorprende que, pese a todo, hubo una época en que creo que ese miedo atávico, brutal, rural, no urbano, se perdió. Ahora lo hemos recuperado. Es lo que ves cada vez que lees cualquier narración de un asesino en serie, de cualquier bestia urbana. Lo que ves ahí es el lobo que se escapa del zoo. La bestia que se escapa del redil y el bosque en el que se adentran los niños.
Todos los personajes en algún momento hablan de manera torrencial, como una bala. Y con un lenguaje muy abrupto. Las palabras que escoge son muy duras, muy contundentes. Es una novela de carne y sangre.
Es un artefacto literariamente muy pensado. Cuando uno describe el dolor y la atrocidad, tiene que usar palabras certeras y que corten. Si el lobo está en el bosque, no puedes pararte a describir el abedul, lo que importa son las fauces del lobo. Y yo quería que la novela no fuera morosa. Por eso los sentimientos están relatados como acciones. Una sucesión de acciones donde quiero encontrar el filo que corte el sentimiento y lo convierta en sensación. Una sensación es filosa, y un sentimiento es moroso. No quiero sentimientos en esta narración, sino transmitir sensación pura. El corte de la navaja que te lleva, palabra por palabra, a sentir algo. Por eso hay algo torrencial, y de encadenamiento, tanto en los monólogos como en las conversaciones. Sólo me demoro con personajes que no quieren participar de la violencia, como con los padres de Adela, la mujer que ha perdido a sus hijos. O en las escenas del hospital donde ella se refugia, porque es un lugar donde retirarse de la vida, donde dejamos de vivir la realidad y podemos sentirnos nosotros mismos, como en una pausa, porque allí, en ese momento, somos enfermos.
Me gusta la respuesta que le dió a su hijo cuando cuando le preguntó por qué había puesto tantas palabrotas en la novela: ''las cosas terribles no se explican con palabras dulces''.
Hay un problema brutal en la novela actual. En todas, pero sobre todo en la novela negra. Hay policías a los que les gusta la ópera y el jazz, detectives que adoran la alta cocina y disfrutan con la lectura de Ciorán. ¡Una puta mierda! Las palabras que usamos son esas: puta-mierda. Las drogas que tomamos se llaman cocaína y éxtasis. Y el alcohol que bebemos es malo. Todo eso no está en las novelas porque los autores se niegan a decirlo. Y el lenguaje refleja una manera de pensar. Cuando yo digo ‘los bancos, cerilla’, sé lo que quiero decir. Y hay una determinada manera de pensar que es la que lleva a escribir sobre policías que escuchan ópera y leen a Fernando Savater. Un polícia ni lee a Savater ni oye ópera. ¡Porque no sería policía, sería un filósofo, o un catedrático de ética en Deusto! Yo uso el lenguaje que usa la gente que yo describo. Y no sólo eso. Como narradora, yo uso un lenguaje que resulte navaja, que corte el aire.
Los animalistas ya le habrán dicho algo, ¿no?
Sí, ya he recibido varias cartas. Incluso antes de que saliera la novela. Porque la detective Victoria González tiene una rabia radical y bestia, y mata animales. Hay otros protagonistas de novela negra, como los protagonistas de Patricia Highsmith, por ejemplo, que matan personas. La mía mata animales. ¿Por qué? En contraposición a la muerte de personas. Estamos acostumbrados a que en las novelas se mate a personas de las maneras más bestias, y sin embargo yo doy las instrucciones para matar a un hámster y les parece horroroso. ¡Que a alguien le parezca horroroso cómo mato a un hámster y no cómo desmiembro a dos niñas me fascina! Y nadie se ha quejado de cómo desmiembro a dos niñas.
Al final responden a la caricatura que usted hace de los animalistas en la novela.
¡Claro! Para eso pongo en la novela a esa madre de acogida que es una hija de puta radical: que le pesa la muerte de las focas y le importa un pito que le hayan robado a dos niñas que perdió en un parque.
Ha dicho que le encantaría que su novela la piratearan.
Por supuesto. No estoy pidiendo que mi novela se piratee, para nada, pero si se piratea es porque hay mucha gente a la que le interesa, también fuera de Internet. Si no, mira a quién piratean: Harry Potter, a Pérez Reverte y cuatro más. A mí no me da miedo en absoluto la piratería. Yo tengo una oficina en el Raval para no olvidarme de que soy pobre, y no aspiro a ganar dinero con la literatura porque no lo he ganado en mi vida, así que el hecho de que me pirateen significa que le intereso a mucha gente, y eso a mí como escritora es lo que me llena. Si hubiera un aluvión de gente que se bajara mi novela pirateada y no la comprara, sería feliz igual.
De las dos aspiraciones que tiene un escritor siempre, difundir su trabajo y ganar dinero con ello, Internet resuelve una.
¡Hace mucho tiempo que ningún escritor gana dinero con su trabajo! O muy pocos. Pero imagina que piratean mi novela y hay 50.000 personas que se la bajan. Yo ahí me convierto en alguien. Y me contratan aquí y allá para hacer columnas y con eso sí gano dinero, pero no va a haber 20.000 que la compren en papel. Si vieras las cifras de los libros que se venden en papel, las verdaderas, te harías cruces. Y no me extraña, porque nadie paga 20 euros por un libro. Nadie puede pagarlos ¿Qué miedo le da el pirateo al ha vendido 800 ejemplares? ¿Que te han pirateado en turco? Pues esa suerte que tienes, que te van a leer en Turquía.
La van a matar los editores, si va diciendo eso por ahí. Y los libreros.
Pues lo digo aquí y en todas partes. Y creo sinceramente que el e-book, el libro clásico en Internet, es un producto viejo que no va a triunfar. El problema con Internet es que las editoriales, los libreros y todos nos estamos planteando en términos industriales un producto de un sistema que ya no es industrial. Y eso te genera unos conflictos que no puedes resolver.
¿Y qué va a triunfar en Internet?
No lo sé, ni lo sabe nadie. Sé lo que están haciendo los escritores en Internet: ofrecerle al lector, gratis, sus textos en sus blogs o en su Facebook. Textos que son suyos y buenos y que no aspiran a ser publicados en papel. Y nadie se plantea qué pasa con eso. Antes todo eso se agrupaba, le ponías un título y era un libro. Ahora, si nos preguntamos qué es eso, pues está claro: eso es creación. Si la pregunta es cómo puedo ganar dinero con ello, no hay respuesta todavía. Pero plantearlo en términos industriales es imbécil. Trasladar la industria editorial, tal cual está en el mundo analógico, de papel, al mundo digital, es una idiotez. No sé cómo se tiene que plantear, pero eso ya es viejo. Que a mi me interese un escritor ahora ya no significa que me interesen sus libros, porque ya lo leo, a diario o semanalmente, en su blog.
¿Y si no se gana dinero, qué?
Yo ahí no entro, porque ya te he dicho que no he ganado dinero con nada, así que ya he claudicado.
¿Con su revista digital, Sigueleyendo.com, tampoco?
Con nada.
Pero aspirará a llegar a ganar dinero con ella.

Por lo pronto, aspiro a encontrar la fórmula, y a estar en la pomada. Sé que en el terreno digital, tras los cambios sufridos por la industria del cine y la musical, que no tienen marcha atrás, el siguiente paso es el gran cambio de la industria editorial. Y yo quiero estar ahí cuando eso pase. Bueno, ya estoy ahí: tengo entre 70.000 y 100.000 lectores, y eso es una barbaridad en tres meses de funcionamiento. Ahora vamos a empezar a ofrecer gratis la biblioteca imprescindible de Sigueleyendo. Libros clásicos libres de derechos que editaremos nosotros, en una edición digital y gratuita. Entre los primeros estarán el Decamerón, Las mil y una noches, el Diario del Che en Bolivia o Una modesta proposición, de Jonathan Swift.
Y todo eso, de momento, a base de echarle horas gratis.
¡Como a todo! ¡Como a las novelas! ¿Sabes lo que se está pagando de adelanto por derechos de autor por una novela? Una novela tardas en escribirla uno o dos años. Y de adelanto te pagan 1.500 o 2.000 euros. ¡Algunas editoriales, 800!
http://www.lavanguardia.es/libros/20110404/54134984803/cristina-fallaras-hemos-recuperado-miedos-atroces-a-ogros-que-devoran-los-muslitos-de-las.html

1 comentario:

Anónimo dijo...
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