Viernes 23 de Septiembre de 2011
William Wordsworth, considerado el padre de la poesía moderna, escribió en uno de sus versos: "el niño es padre del hombre". También podría decirse que el hombre es la larga sombra que el niño proyectará en el tiempo (lo dijo Jorge Luis Borges) o la copa del árbol que la infancia alimenta (palabras de Graham Greene). De hecho, muchos pensadores han intuido que educar a un niño es como preparar la llegada de la historia. Así lo entendió, por ejemplo, Lewis Carroll que acabó por sacrificar su mágico genio de narrador de pesadillas a la redacción laboriosa de obras didácticas. Otros escritores (es imposible no pensar en Stevenson) también advirtieron que conjurar de un modo armonioso la sabiduría, el conocimiento y la información es el arduo problema que debe resolver la enseñanza. Un problema que hoy se manifiesta en forma concreta. Incluso a nivel físico.
En una nota publicada por nuestro diario días atrás, la Sociedad Argentina de Pediatría reveló que los grandes males de la infancia de este siglo son las adicciones y la obesidad, ambos frutos de las problemáticas sociales. Reunidos en Buenos Aires, los pediatras de todo el mundo arribaron a conclusiones poco esperanzadoras: el 90% de los niños argentinos son hijos de padres separados y crecen en marcos sociales sin modelos fuertes que sean ejemplos para su formación integral. Así, las adiciones derivan del descontrol en la crianza y en la educación. "El niño aprende lo que vive y toma ejemplo de lo que ve todos los días. Y, para colmo, no tiene modelos", dijeron. Sin embargo, semejante advertencia no tiene que ser tomada como un apocalipsis. El cambio es posible. Y, según los científicos reunidos en Buenos Aires, esa salida tiene que ver con la educación y el rescate de los valores. Para educar a un niño no hay nada mejor que el ejemplo. Los chicos necesitan modelos. Si no los tienen, seguirán lo que encuentren. Y, lo que abunda en esta sociedad hiperconsumista, histérica y abrumada por la tecnología, no son precisamente valores y conductas dignas. El mismo Borges señalaba que el mayor problema de nuestro tiempo es la ética. Y, con otras palabras, pero con igual convicción, Domingo Faustino Sarmiento ya advertía en el 1800 que es la educación de los niños la que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. "Las escuelas son la base de la civilización", decía. Y aún más. Una buena educación es el germen de toda virtud. Entonces, no puede nunca quedar encerrada dentro de los límites de la escuela.
La familia, esa célula básica en la que se inscribe el genoma de cualquier sociedad, también debe esforzarse por educar. No ya desde el punto de vista intelectual, sino más bien con el ejemplo. Es importante que el hijo vea que los adultos hacen lo que dicen. Si en casa llaman al padre por teléfono y él le dice a su hijo que conteste que no está, eso marca una conducta ambivalente. En cambio, si el padre dice la verdad, trata con respeto a todo el mundo -desde el barrendero al presidente-, no tira papeles en la calle y respeta las leyes, es más sencillo que el hijo entienda el mensaje y, muy probablemente, se comporte de la misma manera. Dar el ejemplo es, entonces, la base para construir una sociedad menos agresiva. Ese ejemplo debe comenzar en los hogares y luego seguir en las escuelas, en una suerte de sinergia que nunca debió romperse. En una carta publicada en esta misma página, un lector se queja amargamente del divorcio entre hogar y escuela. Va siendo tiempo entonces que se restauren los lazos entre ambas y que la educación se vuelva una sola. Tal vez de esta manera los niños argentinos tengan menos problemas de adicciones y se conviertan definitivamente en los padres de los hombres futuros, como quería Wordsworth.
http://www.lagaceta.com.ar/nota/456553/Opinion/ni%C3%B1o-padre-hombre.html
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