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domingo, 17 de octubre de 2010

Familia o trabajo


Domingo, 17 de Octubre, 2010
GUILLERMO BUSUTIL El mayor reto de los padres es equilibrar el horario laboral con la atención a los hijos. En España, según el informe de la Comisión europea de 2009, los trabajadores cumplen 41,1 horas semanales. Este dato, que convierte al país en el tercero de Europa que más labora, puede que se haya quedado corto. La actual crisis económica ha provocado que en muchas empresas haya que arrimar el hombro unas cuántas horas de más, sin que el esfuerzo suponga el cobro de este tiempo extra, la compensación en días libres o el reconocimiento de los jefes. Son muchas las personas que, desde el pasado año especialmente, escuchan a sus directores decir que hay empleados que todavía no tienen claro, sobre si todo si son mujeres, que es lo que desean en la vida: trabajar o tener familia. Este to be o no to be suele ser la premisa existencial de unos perfiles muy concretos de jefes. Aquellos, hombres en su mayoría, que han relegado la responsabilidad en sus esposas y en el personal de servicio; hombres divorciados cuyos hijos están a cargo de sus exmujeres y hombres y mujeres, solteros, sin hijos, sin una vida propia al otro lado de la jornada laboral, para los que el trabajo es su principal felicidad. Hay que aclarar que este deísmo laboral a tiempo completo no es nuevo. Si usted rebobina la memoria o tira de archivos comprobará que en la década de los ochenta ya se popularizó lo de casarse con la empresa o con el trabajo, que no es lo mismo pero termina siéndolo, y con la denuncia de las numerosas entrevistas de trabajo en las que a las mujeres aspirantes se las interrogaba acerca de si tenían novio, si pensaban casarse y tener hijos. Una sola respuesta afirmativa suponía no ser elegida para un empleo, por mucho curriculum o experiencia que se tuviera.

Esta realidad ha provocado la exigencia a los abuelos de que se reconviertan en canguros gratuitos; la utilización de las tecnologías del ocio (televisión, ordenadores, plays) en ´educadores´ y compañeros de juego; el consentimiento de los caprichos materiales de los hijos producidos por el cansancio de los padres para cumplir con su función educativa y que el cuadro de estrés e insatisfacción de los adultos se desparrame en casa. Lo curioso es que ante este grave problema, producido por una sociedad que ha convertido el consumo, el vivir por encima de las posibilidades y el trabajo como únicas medidas de valor de la vida, las únicas soluciones encaminadas a conciliar el empleo y la familia pasan por extender el horario de los centros escolares. En septiembre de este año la Confederación Española de Asociaciones de padres exigió que los colegios abriesen los fines de semana y, en estos días, 21 colegios públicos de Marbella se han adherido al Plan de Apertura de la Junta que facilita que su hijo entre en el colegio a las siete de la mañana y usted pueda recogerlo a las ocho de la tarde. Perfecto. Seguimos delegando en los educadores lo que nos corresponde como padres, pero, eso sí, sin que puedan ejercer autoridad. En cualquier caso, al margen del coste económico que supone ofrecer y pagar estos servicios, está claro que la infancia está en peligro de extinción. Nuestros hijos han perdido ya la capacidad de imaginación, el contacto con su entorno natural y el valor de esforzarse para conseguir algo. La mayoría no lee, se aburre enseguida con cualquier juguete de última generación y son adictos al móvil, a la play, al ordenador, además de enclaustrarse en sus cuartos antes de que la adolescencia les exija esa toma de actitud rebelde. El irse a pescar, a patear un balón o a dar un paseo con los padres, es cada vez más raro. No es extraño que haya aumentado los conflictos con los progenitores, que los hijos los vean como extraños o cenicientas sufridoras y que consideren el trabajo, al que deberán entregarse mañana, como algo tóxico y excesivamente perjudicial. Tal vez la sociedad debería pensar detenidamente en estas cuestiones que terminarán pasando factura y buscar otras mejoras formas, no ya de conciliar el empleo y la familia, para que volvamos a trabajar para vivir y no a vivir para trabajar. Y de paso que no tengamos que sacrificar el fabuloso tiempo de juego y la educación de los hijos. Un tiempo que une a la familia, que enriquece la personalidad y supone un valioso paréntesis de felicidad.
http://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2010/10/17/familia-o-trabajo/374328.html

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