Martes, 4 de Diciembre, 2012
Cuando llega el momento de la separación, los padres tienden a llevar a su terreno el cariño de sus hijos o se inmiscuyen en luchas dialécticas por conseguir su custodia.
Prácticamente, obligan al niño a elegir entre papá o mamá, lo que convierte la separación en algo muy traumático para el menor.
En determinados casos, la separación de la pareja se convierte en una opción inevitable, sobre todo si de lo que se trata es de defender la dignidad de la persona o evitar traumas más profundos. “Cuando no se da la separación y las peleas o faltas de respeto persisten, los hijos optan por huir de la situación estando el menor tiempo posible en casa o aislándose de la vida familiar”, revela Ana Marín, psicóloga y mediadora familiar.
La separación de la unidad de convivencia afecta de una forma muy intensa a los niños. “El proyecto de vida que ellos hicieron un día se viene abajo, lo cual provoca incertidumbre sobre su futuro”, explica la psicóloga. Los niños en edad preescolar (de 3 a 6 años) tienen más dificultad para entender el cambio. En ocasiones, refieren sintomatología ansiosa, malestar o confusión, y tienen la creencia de que ellos son los responsables. Si son algo mayores (entre 7 y 12 años), los pensamientos van en otra dirección, ya que comprenden mejor la pérdida, pero suelen darse casos de tristeza y depresión. A partir de los 12 años, es usual que culpabilicen a una de las dos partes y que aparezcan sentimientos de ira.
Asumamos, pues, que la separación se acerca y que ésta puede causar un daño irreparable en el menor. ¿Cómo enfocarla para que los hijos sufran lo menos posible? Ante todo, hay que percibirla como un cambio y no como una tragedia.
Hay que evitar cualquier tipo de insulto o menosprecio al cónyuge. “A los niños, como a cualquier persona, no les gusta que nadie humille o falte al respeto a personas que quieren, y más siendo los dos vínculos más importantes de su vida: su madre y su padre. Sus hijos, además, no tienen aún formada su personalidad, con lo cual son más sensibles ante estas realidades”, puntualiza el psicólogo Miguel Ángel Gil Gómez. El experto explica que el problema nace cuando uno de los dos progenitores manipula a su hijo para que esté en contra del otro, lo que se conoce como síndrome de alienación parental: “Es muy destructivo para los niños”. Al final, la separación se convierte en una guerra contra el otro en la que se impone el ganar a cualquier precio.
Los padres nunca deben perder de vista sus roles como tales: “Lo ideal es que le expliquemos a los niños que las dos partes van a estar con ellos, que la separación es de los padres, pero que la responsabilidad sobre sus hijos sigue existiendo. Se les debe dejar claro que nada de lo que está pasando es por su culpa. La escucha al menor resulta también fundamental”, destaca Marín, y añade que “puede ser muy negativo que un progenitor se convierta en el malo, el que se encarga de los cuidados diarios del niño, de que éste lleve a cabo sus responsabilidades, mientras que el otro es quien se encarga de hacer todo lo divertido”.
Quizá lo primero sería que los padres recobraran la confianza en ellos mismos, “que se den cuenta de que sus hijos los quieren a ambos, que no tienen que elegir entre ellos y que les pueden ayudar a afrontar este cambio si lo hacen civilizadamente e intentando cuidarles”, exhorta Gil Gómez. Esto es de vital importancia, ya que si no se desempeñan bien las funciones de padre y madre, puede ocurrir que “los niños muestren cierta inseguridad sobre su capacidad de mantener una relación duradera con su futura pareja -asegura Marín-. Las relaciones que se establezcan con la figura materna y paterna serán la clave de futuras relaciones a lo largo de sus vidas”.
A su vez, los hijos también deben cumplir sus roles. El problema no lo han causado ellos, por lo que tampoco deberían solucionarlo. Marín reprende a esos padres que descargan sus problemas de pareja con el mayor, ya que “el hijo sigue siendo hijo, no tiene por qué pasar a ser amigo. En el caso de hacerlo, el niño puede sentirse responsable de los resultados que tengan las decisiones que tomen sus padres y esto le conllevará estados de ansiedad y malestar. Al mismo tiempo, tomará partido por una parte de la pareja”.
Lo ideal para los hijos es que puedan seguir teniendo una buena relación tanto con su padre como con su madre, “que tengan un espacio en su casa o en sus dos casas en el que estén cómodos, que puedan mantener a sus amigos, que en cualquiera de sus casas no se desprecie al otro progenitor”, aconseja Gil Gómez.
Una adecuada custodia compartida cuenta con grandes ventajas sobre el hijo, como explica la psicóloga, ya que aumenta el contacto con el padre (suele darse la custodia a la madre antes que al hombre), provocando de esta manera que su implicación en los cuidados del niño sea mayor. “Ambos deben tener los mismos derechos y responsabilidades que tenían sobre sus hijos antes de la separación. El hecho de que tengan que compartir las decisiones, responsabilidades, etc. sobre el hijo les obliga a entenderse”, señala Marín. “En mi opinión” -considera el psicólogo- “en el caso de que se pueda, la custodia compartida es mejor y deja a los cónyuges en una situación más igualitaria, a nivel de madre y padre”. Si bien es cierto que toda separación conlleva pérdidas, muchas veces se convierte en la mejor vía para que la familia siga adelante, sobre todo si anteriormente se han producido casos de maltrato, de humillaciones o faltas de respeto. Con ella, hay menos discusiones en la familia, lo que promueve el desarrollo emocional de los miembros que la componen. Ana Marín recuerda que en la actualidad, muchas parejas divorciadas consiguen un buen nivel de comunicación con sus hijos, un hecho que minimiza los posibles daños que pudiera provocar una separación. Incluso algunas veces el niño recupera a sus padres mejorando la relación con ellos. Todo depende de lo que los progenitores hayan valorado más en todo el proceso: si a los hijos o a ellos mismos.
http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/sociedad/quien-quieres-mas
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