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viernes, 23 de septiembre de 2011

El sumario de las sorpresas

Las andanzas de Eloy Sánchez Barba, el individuo que pudo contratar a los sicarios que en marzo de 2007 asesinaron a Miguel Ángel Pimentel al parecer por encargo de su ex mujer, la abogada Dolores
POR C. M./N. C./P. M. MADRID.
Actualizado 01/06/2008
Las andanzas de Eloy Sánchez Barba, el individuo que pudo contratar a los sicarios que en marzo de 2007 asesinaron a Miguel Ángel Pimentel al parecer por encargo de su ex mujer, la abogada Dolores Martín Pozo, han puesto al descubierto un peligroso mundo del hampa de Madrid. Según las pesquisas, este sujeto, propietario de una empresa de seguridad que da servicio en discotecas de toda España, mantenía buenas relaciones con personas de cierta relevancia social y económica, a los que también daba servicio de protección.
Los agentes encargados del caso, de la Comandancia de Madrid de la Guardia Civil, comprobaron sorprendidos cómo a lo largo de la investigación Sánchez Barba preparaba por encargo ajustes de cuentas y palizas, algo que además debían saber las personas que le conocían, como demuestra la grabación realizada a Ana García Obregón cuando le pedía que contratara a alguien para que diera una paliza al presentador Jaime Cantizano.
Pero además los investigadores, según fuentes judiciales, pronto se dieron cuenta de que este individuo, que conocía a la letrada porque le había defendido en varios de los juicios en los que estuvo acusado, tenía otras «amistades». Y es que Sánchez Barba «colaboraba con algún grupo de las Fuerzas de Seguridad», lo que además le hacía pensar que gozaba de cierta impunidad para continuar con sus actividades.
Incluso, tuvo la desfachatez de ir a declarar a las dependencias de la Guardia Civil para intentar convencer a los encargados del caso de que tenía noticias de que la muerte de Salgado Pimentel podía estar provocada por un juego de rol. Pero para entonces ya estaba en el punto de mira de los agentes y tenía intervenido el teléfono previa autorización judicial. Es precisamente en esas escuchas cuando sale a relucir Ana García Obregón y su ya famoso encargo de dar «una paliza» a ese «maricón de mierda» (por Jaime Cantizano). Y eso sí: «Que no lo haga cualquiera, quiero que busques a «los Miami»».
De esta forma volvía al primer plano de la actualidad un nombre, los «Miami», un grupo muy conocido en la década de los 90 y que traía en jaque a la Policía, sobre todo de Madrid. Se trataba de una banda de individuos muy violentos que controlaba el tráfico de estupefacientes en buena parte de las discotecas de la capital y que no dudaba en extorsionar y ajustar cuentas con todo aquel que intentaba hacerles frente, hasta el punto de haber estado implicados en algún asesinato. Se hacían llamar «los Miami» en honor a la serie de televisión «Corrupción en Miami», de gran éxito entonces. Para emular a sus protagonistas, viajaban a bordo de deportivos, controlaban las «puertas» -seguridad- de los locales nocturnos y se jactaban de actuar a sus anchas sin que la Policía fuera capaz de echarles el guante.
El principio del fin
Naturalmente, se equivocaban. En octubre de 1996, la Brigada Provincial de Policía Judicial detenía a 18 de sus miembros con 12.000 dosis de éxtasis y cuatro kilos de cocaína. En aquella ocasión cayeron la mayoría de sus líderes, como «Josito Miami», «Víctor», «Care» o «Cachito». Ya nunca volvieron a ser los mismos, aunque alguno de ellos organizó su propia banda, a la que llamaba también «Miami» quizá para infundir respeto en los grupos rivales. En noviembre de 2004 era detenido el último de los «históricos», Álvaro L.T., de 30 años, en busca y captura por homicidio. Al mes siguiente era tiroteado otro de los capos, Juan Carlos Peña, cuando conducía su Porsche por la zona norte de Madrid. Perdió una pierna. Y en octubre de 2005, el abogado del grupo, Rafael Gutiérrez Cobeño, era asesinado.
Alguno de los jefes de «los Miami» llegó a tener ciertas relaciones con personajes populares que frecuentaban los locales de ocio que ellos controlaban, por lo que es posible que Ana García Obregón tuviera noticias de ellos y por eso nombrara a esa banda en la polémica grabación. Las fuentes de la investigación consultadas aseguran sin embargo que el tono que emplea la artista en la conversación sugiere que se trata de un comentario frívolo, fruto de un enfado momentáneo y no un encargo en toda regla de ajustar cuentas. En cualquier caso, la juez no ha ordenado de momento abrir una pieza separada sobre este asunto y para los encargados del caso esa charla tiene un interés policial muy relativo.
Sobre la realidad actual de «los Miami», las mismas fuentes aseguran que «los que ahora se hacen llamar así no tienen nada que ver con la peligrosidad de los de entonces, están de capa caída y no son en este momento una preocupación seria» para las Fuerzas de Seguridad. Se trata, pues, de los últimos rescoldos de un grupo que en su día sí fue peligroso pero que ahora «hacen lo que pueden para sobrevivir. Lo malo es que si se les sigue haciendo propaganda se pueden crecer y provocar problemas».

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