- La abogada gijonesa narra, en la antesala del Día contra la Violencia de Género, su experiencia como víctima de maltrato
- Ana Isabel Ruiz Presidenta de la Asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas de Asturias
21.11.11
Ana Isabel Ruiz, en la sede de la Asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas
«Si sigues con tus clases de baile, a las que sabes que no quiero que vayas, nos tenemos que separar. Y si te divorcias, te mato. Y luego me mato yo. Lo tengo todo organizado para que al crío no le falte nada». El próximo 25 de noviembre Asturias se movilizará en el Día Internacional contra la Violencia de Género. Ana Isabel Ruiz será una de las voces de la jornada. Lo hará porque desde febrero es la presidenta de la Asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas de Asturias. Pero también lo hará porque ella no olvidará nunca el lunes 24 de mayo de 2010.
A las nueve de aquella mañana de hace 18 meses, en el taller propiedad del hombre con el que llevaba casada 29 años, en una oficina cerrada a cal y canto, «la cerró por sorpresa, para estar completamente solos», su marido, el padre de sus dos hijos, el hombre del que se enamoró cuando ella era una colegiala de 14 años y él un joven a punto de cumplir los 20, le dejó claro cuál sería su futuro: o seguir en un matrimonio que la asfixiaba o morir.
«Era evidente que me quería matar. El día antes, el domingo, después de 15 días sin hablarme, después de haberme dado una patada, había estado afilando cuchillos. Y no para cortar jamón. Cuando oí lo que me decía en el taller y le vi la cara, la puesta en escena, lo supe. Me va a matar».
En ese momento, correr hacia una puerta cerrada o gritar en un taller mecánico solitario no serviría de nada. «No sé cómo, de puro pánico, le dije que le amaba, que no me importaba el baile, unas clases a las que acudía con su sobrina, que sólo quería estar con él». Esas palabras fueron su salvación, «porque logré convencerle de que no nos íbamos a separar, de que volviéramos a casa».
«No es amor, es posesión»
48 horas después, «de infierno, de rezar para que, cuando nos íbamos a dormir, no notara que mi corazón se desbocaba, para que no se diera cuenta de que todo era mentira, de que me estaba preparando para huir», Ana Isabel estaba a salvo ya en la Casa Malva de Gijón, el único Centro de Acogida y Tratamiento Integral a Víctimas de Violencia de Género que hay en Asturias. Primero llegó sola. Después se incorporó su hijo adolescente. «Fueron cinco meses que me sirvieron para quitarme el miedo. Sé que saldrá de la cárcel, que intentará matarme. Yo tendré precaución, pero no miedo. Porque soy libre».
Abogada de éxito, mujer de gran formación, sin problemas económicos, con red familiar, Ana Isabel Ruiz reconoce que «cuando me amenazó, no supe qué hacer. No sabía qué salidas tenía. Estaba en shock». Todos sus conocimientos legales desaparecieron, la abogada que sabía qué decir a sus clientes, se encontró con que no sabía qué decirse a ella misma. Pero sí lo supo otra mujer «mi amiga con mayúsculas», también abogada, de la Asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas de Asturias, una entidad que conocía, pero en la que nunca había participado. «Fue María García Freire, mi amiga de toda la vida, la que, tras contarle lo que me había pasado me dijo '¡sal de ahí!' Yo no podía, me sacó ella».
Pero a su ahora exmarido eso le enfadó. No le gustó llegar a casa aquel miércoles, 26 de mayo, y no encontrar a su mujer. Tanto que, días después de preguntar sin respuesta a sus hijos, de visitar a sus suegros «y contarles una sarta de mentiras, tanto que mi padre se murió pensando que yo me había ido a una casa de putas y tortilleras», descubrió, «o dedujo, no lo sé», cuál podría ser la residencia de su mujer. Y decidió plantarse en la puerta de la Casa Malva.
Lo que no contaba es que la Policía Nacional le detendría por ello. Tras dos días en los calabozos, en uno de los juicios rápidos que prevé la Ley Integral contra la Violencia de Género, el marido, padre, compañero de toda la vida, declaró ante ella, ante el juez, ante sus abogados que sí, que la había amenazado, que quería matarla, que no se quería divorciar «y la jueza le manda a prisión, más una orden de alejamiento de 500 metros».
«Me agarró por el hombro»
Pero no la cumplió. Un día, en abril pasado, Ana Isabel paseaba por la calle «y alguien se puso a mis espaldas y me agarró por el hombro. Era él. ¿Ahora qué?, me gritaba», la respuesta de ella fue «ahora, a la policía otra vez». Todavía hubo otro momento, otro intento, «cuando intentó pillarme a solas en mi despacho». Ese fue el último, con ese volvió a prisión, a la espera de juicio, y con una margen de protección ampliado «no puede acercárseme a 800 metros».
Ahora esperan la llegada de un juicio que, como mucho, dejará tres años en la cárcel a la persona que quiere matarla, a la que «ha organizado cómo y a quién», la que tiene una lista «de quiénes caerán conmigo», en la que está «evidentemente, también María García».
Pero la actual presidenta de la Asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas de Asturias, que defiende la Ley contra la Violencia de Género -«yo sólo he visto un trato exquisito y no por ser abogada»-, ahora no tiene miedo. «Sé que lo va a intentar, lo tengo muy claro, pero también sé que, salvo por la muerte de mis padres, estos 18 meses han sido los más felices de mi vida».
Porque por primera vez «he podido salir sola a dar un paseo, a tomar algo con amigas o, simplemente, a comprarme ropa». Porque su ex no era un maltratador físico «algún empujón hubo y, luego, la patada», sino psicológico «yo para él era una posesión. Disfrazaba con amor el hecho de que siempre estuviera a mi lado, que me llevara a trabajar, que me llamara más de treinta veces al día, que no me dejara salir con las amigas, ni ver a mi familia. Que entrara conmigo al probador cuando compraba ropa. Eso no es amor, es posesión».
Escolta y GPS
A la abogada gijonesa le gusta mucho la última campaña publicitaria contra la violencia de género, «la que están varios amigos en una mesa y uno de ellos empieza a humillar a su mujer. Me siento plenamente identificada. A mí me ridiculizaba en público. Como broma me llamaba gorda, me decía que no valía para nada, que el resto de abogados ganaban mucho más que yo».
Y para que las mujeres que puedan estar en su situación también se sientan identificadas, Ana Isabel Ruiz ha querido contar su experiencia a EL COMERCIO. «Que sepan que se puede salir, que la vida son dos días y medio y nos queda muy poquito. Pero lo que nos queda, que lo vivamos en libertad».
Una libertad vigilada, porque ella tiene escolta policial y un dispositivo electrónico, con GPS, que le informa de dónde está su agresor. «Pero vivo sin miedo. La Casa Malva ha sido vital. Hacen falta cien iguales. Te enseñan a no tener miedo, a defenderte y, sobre todo, te arropan». Ella reconoce que nunca pensó tener que recurrir al centro, «pero es que tampoco me pude imaginar nunca que el padre de mis hijos me iba a querer matar».
Ahora el GPS de Ana Isabel está callado. Siempre. Salvo cuando la abogada va a Oviedo. A la altura de Villabona, el aparato pita y dice «agresor cerca». Afortunadamente, está tan cerca como cercado: en el centro penitenciario asturiano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario