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miércoles, 16 de enero de 2013

Violencia de género

Miércoles, 16 de Enero, 2013
“¡Rajá, turrito, rajá!”
Roberto Arlt
El tipo está preocupado, nunca se imaginó que iba a pasarle. Pero la realidad siempre se impone y la sensación (la soberbia) de la propia impunidad un día se acaba, más bien se derrumba. Eso es lo que le está pasando ahora al tipo. Y está muy preocupado, no se siente nada bien.
El tipo es un golpeador, un abusador de mujeres, de esos que creen que siempre van a tener inmovilizada a la víctima, encerrada en un dispositivo del que nunca va a poder salir.
La relación del tipo con la mujer fue más bien breve, pero para la mujer fue un infierno interminable. Hasta que pudo salir. Y lo dejó. Que lo dejara, claro, fue una cosa que el tipo no pudo aceptar. La mujer le pertenecía (era suya), creía el tipo; también creía que la dominación era una situación de poder inmóvil, eterna.
Entonces empezó a acosarla con la misma violencia con la que antes la había sometido y la había golpeado. Pero la soberbia de la impunidad es, finalmente, una forma grave de estupidez y el tipo se descuidó, cometió errores gruesos, se puso al descubierto.
Y de qué manera. Empezó a enviarle, desde su propia dirección de correo electrónico, emails amenazantes a la mujer. En algunos le pedía que volviera, que todo se podía arreglar, que nunca volvería a maltratarla; en otros la insultaba; en otros la amenazaba, a ella y también a los hijos de ella. En algunos, incluso, reconocía que la había golpeado y también otras cosas. Ese fue uno de los errores del tipo. Pero no le alcanzó.
Otro error fue utilizar su propio teléfono para mandar mensajes de texto con amenazas al teléfono de la mujer. Del mismo tenor que los correos electrónicos, aunque más breves. Y, si esto fuera posible, aún más siniestros, quizás por imperio de esa brevedad.
La mujer, al principio, respondió a los mensajes, pidiéndole que la dejara tranquila, que por favor basta. Hasta que dejó de contestarle. Y finalmente cambió el número de teléfono, pero dejó al otro en funcionamiento y allí siguieron llegando los mensajes, con el teléfono del tipo registrado. La mujer, también, se mudó.
Eso hizo que el tipo (preso de su propia violencia pero, también –vale insistir–, de la estupidez de su propia sensación de impunidad) cometiera un nuevo error. Empezó a enviar, usando nuevamente su propia dirección de correo electrónico, emails difamatorios sobre la mujer, dirigidos a sus amigos y conocidos. No produjeron, tampoco, el efecto deseado. Eso lo desquició aún más.
Entonces el tipo se volvió a equivocar. Le escribió –también desde su propia dirección de correo electrónico– dos correos al exmarido de la mujer. Y en ellos nombró a los hijos de la expareja. Buscaba atacar por otro frente, pero tampoco resultó.
Todos esos correos electrónicos quedaron guardados. También casi doscientos mensajes de texto enviados desde el teléfono móvil del tipo al viejo celular de la mujer.
Esta semana el tipo fue objeto de una denuncia por este acoso en una comisaría de la mujer. El caso va a llegar a los tribunales. Los correos electrónicos y los mensajes serán una de las tantas pruebas.
Este material también llegó a manos de un periodista. El periodista llamó por teléfono al tipo para decirle que era objeto de una investigación periodística sobre violencia de género. Y le pidió que confirmara o desmintiera, que dijera lo que tenía que decir. Le habló de la denuncia policial, de los correos y de los mensajes de texto. El tipo dijo que pasaría el miércoles por la redacción de Miradas al Sur para aclarar todo, pero no apareció.
El tipo quedó preocupado hasta las patas. La sensación de impunidad se le derrumbó. Estrepitosamente, por elegir un adverbio.
El tipo tiene un primer nombre de pila poco común y en sus presentaciones de todos los días utiliza su segundo nombre como si fuera el único que tiene. También en su dirección de correo electrónico y en sus actividades políticas utiliza un apellido que no es exactamente el suyo. Le ha cambiado una letra, quizás para que suene más fuerte.
El tipo es un dirigente político de tercera o cuarta línea, con un cargo de poca importancia en un municipio de la provincia de Buenos Aires, donde vive su familia. También tiene cierta actividad política en La Plata, donde revolotea alrededor de un senador provincial. Allí, donde revolotea, nadie sabe de su otra dedicación.
También relata a quien quiera escucharlo un pasado político de fuerte militancia en la década de los ’70 que es muy difícil de comprobar. Primero que nada por la edad del tipo, que en marzo de 1976 tenía apenas 15 años. Su número de documento se encuentra entre los que empiezan con 14 millones. Segundo, porque ninguno de los militantes de la organización a la que dice que perteneció en aquella época lo confirma. Y no fueron pocos los que consultó el periodista. (Lo hizo porque, cuando habló con él, este supuesto pasado fue la primera cosa con la que el tipo intentó chapear, como si le diera algún derecho.)
Con la sensación de impunidad derrumbada, el tipo quedó realmente preocupado, por no decir otra cosa. Tanto que, conociendo que el periodista que lo investigaba había militado en una organización revolucionaria armada de la década de los ’70, habló con algunos otros miembros de esa organización. Quería averiguar todo lo posible sobre el periodista, pero nunca aclaró la razón. También dijo que el periodista lo estaba persiguiendo.
Tal vez el tipo haya empezado a sentir una ínfima parte de lo que le hacía sentir a la mujer, primero con sus golpes y abusos, después con sus mensajes y sus correos (otra manera de golpear y abusar). El tipo sabe que ha sido descubierto, que su nombre va a quedar impreso (sólo es cuestión de tiempo) y que, a partir de ahora, cualquier nuevo abuso se sumará a la cuenta que deberá pagar.
Sin embargo, toda comparación es imposible. Eso es lo que piensa el periodista mientras escribe estas líneas. En las historias reales, cómo ésta, hay infiernos que son imposibles de comparar. Mientras investigaba el caso, sentía que cada documento –cada mensaje, cada correo, cada prueba– era una herida abierta.
Y una historia que hay que cerrar de la única manera posible. En la Justicia.
Continuará.
http://www.infonews.com/2013/01/13/sociedad-56493-violencia-de-genero-violencia-de-genero.php

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