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lunes, 1 de julio de 2013

Igualdad

Lunes, 1 de Julio, 2013
JUAN MANUEL DE PRADA
No hay igualdad verdadera si quien hace más que otro no es más que otro
RUBALCABA ha reclamado en una de esas convenciones o fiestorros de fin de semana que los partidos políticos organizan para justificar el pastizal que nos sangran una reforma de la Constitución que consagre «al nivel más alto» la igualdad entre hombres y mujeres. Pero resulta que tal igualdad ya está consagrada en el artículo 14 de la Constitución, donde se proclama que «los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra circunstancia personal o social»; y, más adelante, en su artículo 35, todavía la Constitución insiste que «todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo». Hemos de concluir, pues, que estando la igualdad entre hombres y mujeres sobrada —y hasta redundantemente—consagrada en la Constitución, lo que Rubalcaba está reclamando es otra cosa. ¿Y qué es esa otra cosa?
Al escuchar la reclamación de Rubalcaba me he acordado, inevitablemente, de aquella impagable quintilla del gran Leonardo Castellani: «¡Igualdad!, oigo gritar/ al jorobado Fontova./ Y me pongo a preguntar:/ ¿Querrá verse sin joroba/ o nos querrá jorobar?». La Constitución española consagra la única igualdad que la ley puede consagrar, que es precisamente la «igualdad ante la ley»; y tal «igualdad ante la ley» no es sino el reconocimiento de un principio de derecho natural, a saber: que todos los seres humanos somos iguales en origen y titulares de la misma dignidad. Principio que Cervantes sintetizó de modo magistral en aquella sentencia de don Quijote: «Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro». Pues, en efecto, las personas, que en origen son iguales, esforzándose por hacer valer sus méritos y prendas personales, alcanzan logros distintos. No hay igualdad verdadera si quien hace más que otro no es más que otro. Pero Rubalcaba no reclama igualdad en origen, sino que pretende que seamos iguales independientemente de lo que hagamos. Y disfraza esta pretensión proponiendo «paridad» entre hombres y mujeres, «listas-cremallera» y demás farfollas, según el dictado políticamente correcto propio de nuestra época; pero bajo estas coartadas no se esconde sino la pretensión de todos los jorobados Fontova que en el mundo han sido. Lo que Rubalcaba reclama es, ni más ni menos, la igualdad que siempre han pretendido los resentidos; es decir, la igualdad que hace tabla rasa de los merecimientos, dando al sufrido lo mismo que al flojo, al diligente lo mismo que al perezoso, al sabio lo mismo que al necio. Y todo ello envuelto en el papel de celofán de la llamada “ideología de género”, que es una de las envolturas predilectas del resentimiento, en esta fase funesta de la historia.
El resentimiento, disfrazado de reclamación de igualdad adulterada (puesto que ya no es igualdad de origen, sino negación de los méritos personales de cada uno), es la gran septicemia que corroe a las democracias en fase terminal. Expuesta en lenguaje científico y con las mayores apariencias de objetividad puede llegar a convertirse en ideología, e irradiarse concéntricamente de objeto en objeto —en el ámbito familiar, educativo, laboral, etcétera— hasta gangrenar por completo la vida social. Y como el jorobado nunca puede verse sin joroba, no le queda otra sino jorobar a todos. Esta es la igualdad del resentido que reclama Rubalcaba.
http://www.abc.es/historico-opinion/index.asp?ff=20130610&idn=151491060245#

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