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- Policías de Ferrol se volcaron en el rescate
Mónica Bright abraza esta semana a su hija de nueve años en su domicilio de Perlío, A CoruñaFue una pesadilla de 48 días. Los que duró su secuestro en Nigeria, la tierra natal de sus padres y adonde su progenitor se la llevó irregularmente, con turbios planes, un 18 de julio para dejarla enclaustrada en una chabola de Benin City a cargo de unos parientes que eran extraños para ella, vigilada día y noche por tres matones contratados para custodiarla, lejos de su familia y de todo lo que había sido su vida.
R. I. son las iniciales de la niña. El 11 de febrero cumplirá diez años. De piel negra y acento gallego, no habla otra cosa que no sea castellano. Tenía tres meses cuando llegó a Galicia sin papeles ni partida de nacimiento para poder tramitarlos. Vuelve del colegio con su mochila rosa y una sudadera de Minnie, y pide ir a cenar al Burger King. Dulce y algo tímida, va metiendo en el armario del olvido las últimas semanas de su viaje a África con un hombre, O. I., al que apenas conoce y que resulta ser su padre. Tuvo un miedo atroz a que su familia gallega la hubiera olvidado. Tanto que prácticamente dejó de comer y beber para no hacerse sus necesidades encima, presa del pánico.
En los planes siniestros de su padre biológico, que supuestamente negociaba la venta de su hija en Dubái como esclava sexual con otro nombre —la iba a llamar Blessing I.—, se cruzó el grupo operativo de extranjería de la comisaría de Ferrol. Detuvieron al progenitor en España mientras la madre volaba sola a Nigeria a jugarse una carta muy peligrosa. La mujer no sabía dónde ocultaban a la niña y gastó más de mil euros de dinero prestado en sobornar a los funcionarios para traerla de vuelta en un rescate improvisado que salió bien “de milagro”, cuenta ahora. Ha pasado un mes y Mónica Bright (Nigeria, 1981) todavía tiene que medicarse para que no le estalle la cabeza. “Mi vida ha sido como una película de terror”, relata desde el sofá de su casa de Perlío (A Coruña).
La niña nació en tránsito. En el largo éxodo de un año cruzando fronteras a pie que su madre emprendió en Benin City y que la trajo a España en la primavera de 2004. La parió en la casa de un pastor de cabras al norte de Marruecos y le puso el nombre de la comadrona que la ayudó. La amamantó camino de la costa y la acunó en una patera durante un viaje infernal que las desembarcó en Motril y terminó en un prostíbulo de Pontedeume, a medio camino entre A Coruña y Ferrol, donde Mónica quedó atrapada en la diabólica red que le tejieron su marido y su cuñada para explotarla sexualmente a las pocas semanas de parir.
Su primer marido, explica, era una “mala bestia” que la forzó a prostituirse y la desquició a golpes. Escapó en septiembre de 2005 y con la ayuda de las monjas del centro de O Mencer logró abrirse las puertas de otra vida. Fregó platos, peló patatas, se formó en geriatría y hace años que está al cuidado de un anciano. Por el camino, conoció a Ángel, un exguardia civil, con el que se casó y rehizo su vida en 2006. “Si no fuera por él, la niña y yo estaríamos muertas”, asegura. Juntos tuvieron otra niña, un torbellino de cuatro años que se cuelga del cuello de su papá cada vez que tiene ocasión.
Su calma se turbó en febrero de 2012, cuando el padre biológico de R. comenzó a acosarlos en el portal justo cuando la cría acababa de cumplir ocho años. “Nunca jamás me dio un pañal, y vino por ella cuando empezó a ser una mujer”, dice Mónica, convencida de que su exmarido quería comerciar con su propia hija como mercancía sexual. “Lo que no pudo acabar conmigo se lo iba a hacer a ella”, insiste.
Él llegó a España en patera, cuentan fuentes del caso, le denegaron el asilo, lo expulsaron y regresó con el dinero que su hermana le confiscaba a su mujer noche tras noche en el puticlub. Encontró trabajo en una siderúrgica de la ría y sufrió un accidente laboral que lo dejó medio manco y con una pensión vitalicia. Denunciado por maltrato y con antecedentes por conducir sin carné, tiene órdenes de alejamiento de dos mujeres distintas y convive con una ferrolana y dos hijos más. Abandonó a R. con un año, pero recurrió al juzgado para verla siete años después.
“La niña llora y monta follón para no ir con él. No es su padre para ella”, se lamenta Mónica, que temía que algo así acabara pasando y no comprende por qué un juez la obligaba a dejar a su hija bajo la custodia de un hombre con esos antecedentes.
Este verano, O. I. viajó a Nigeria con su hijo pequeño. Regresó con él y volvió a marcharse a Benin City con R. el 18 de julio sin notificárselo al servicio de mediación familiar. Ya sabía probablemente que, sin el pasaporte nigeriano, la niña —en situación irregular— salía de España para no volver. Él sí regresó, pero subió solo al avión tras gastarse unos 4.000 euros en billetes, calculan los investigadores.
Mónica fue llorando a la policía local el 23 de julio después de varios días sin hablar con su hija. Arrancó así una investigación contra reloj de la brigada ferrolana de extranjería, que aplazó las vacaciones, y dedicó agosto a rastrear las llamadas, cuentas bancarias y movimientos del sospechoso con el apoyo de la fiscalía y de los tres juzgados de instrucción de la ciudad que intervinieron en el caso. “Estábamos convencidos al 95% de que el plan era venderla en Dubái, donde él tenía un hermano. Incluso le dijo a la niña que la llevaría allí”, exponen fuentes de la investigación. Un movimiento en falso, un simple SMS, era la última pista antes de que la niña se hubiese perdido en la telaraña caótica de Benin City.
El 30 de agosto arrestaron en Ferrol al padre biológico por tráfico de seres humanos y sustracción de menores. Lo mantuvieron incomunicado 72 horas, una medida excepcional que se aplica a terroristas para evitar que alertase a los matones de barrio a los que pagaba por vigilar a R. Mientras él dormía en el calabozo, Mónica viajó sola de Madrid a Lagos con un billete que le pagaron sus suegros, desesperados por recuperar a su nieta. Reclutó a un primo policía, una sobrina y a dos guardaespaldas callejeros y se plantó con un coche en la casa de la familia de su exmarido sin saber con certeza si era allí donde retenían a la niña. “Estaba sucia, meada y llena de tierra. Se abrazó a mí y me dijo que la salvase. Recuerdo que llorábamos y llorábamos”, relata.
Durante cinco noches, madre e hija se ocultaron en varios hoteles de Benín y Lagos, mientras en la comisaría de Ferrol buscaban la fórmula diplomática para traer de vuelta a una niña atrapada en un limbo legal. Nigeria no la dejaba salir sin permiso paterno ni podía entrar en España sin papeles. El último cuño que necesitaba su visado se lo colocaron a las cuatro de la tarde en un consulado que ya había cerrado sus puertas y pocas horas antes del vuelo que la trajo de vuelta a Galicia el 4 de septiembre, cuenta Mónica.
“Nunca jamás podremos agradecerles lo que han hecho”, añade su marido. Se deshacen en halagos hacia los policías que se volcaron con su caso y ayudaron a traer de vuelta a R., que ahora sí espera su tarjeta de residente. Su abogado ya ha solicitado una orden de protección para que O. I., en libertad con cargos pendiente del juicio, no pueda acercarse a la niña ni a su madre.
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