Como es bien sabido, la definición de “Ciencia” incluye dos grandes conceptos conexos entre sí: por un lado se habla de Ciencia para designar un conjunto de conocimientoshttp://www.familiaenderechos.es/2014/03/02/la-judicializacion-del-conflicto-familiar-ciencia-vs-ideologia/
sistemáticamente estructurados referidos a ámbitos específicos, en principio fiables y válidados con valor descriptivo, comprensivo y/o explicativo; y por otro lado, el concepto de “Ciencia”, al imponer que dichos conocimientos provengan de la observación sistemática, de la experimentación y de la utilización del razonamiento, para la obtención de principios y leyes, incluye también un método para la obtención de dichos saberes, que serán científicos en la medida que respeten dicha metódica. Ciencia es conocimiento y método. Sugerimos, modestamente, acaso sea por motivaciones explicativas, incluir una nueva dimensión en la definición del concepto Ciencia, cual es la de la “actitud objetiva del investigador”, sin ignorar que esta viene incluida en la propia concepción del método científico. Valga pues, y permítasenos, poner el énfasis en esta actitud libre de prejuicios, libre de coacciones internas y externas, con las que el investigador, el científico de cualquier materia, debe labrar el fenómeno que estudia y afrontar su trabajo de hacer emerger el conocimiento, la descripción y, en su caso, su explicación.
En la medida en la que tildar de “científico” cualquier saber -o supuesto saber-, conocimiento o afirmación es lo mismo que darle el márchamo de “verdadero” y lo que es más arriesgado, “indiscutible” -contrariamente al presupuesto científico mismo de la falseabilidad-, la Ciencia y el quehacer científico, siempre han estado amenazados por la intromisión de intereses que, ajenos al propio cometido cientítico de alcanzar el conocimiento, y desde la mixtura de lo político, lo económico y lo ideológico, han intentado colonizar su territorio. A modo ilustrativo, proponemos un breve viaje en el tiempo para visitar el laboratorio y quehacer de Trofim Desínovich Lysenko, en la Rusia Soviética de la década de los años treinta del siglo pasado. Lysenko, promovido por el régimen estalinista como rector absoluto del conocimiento y la experimentación agrícola y ganadera, desarrolló durante casi cuatro décadas, todo un cuerpo teórico muy al gusto del poder. Básicamente sus teorías, venían a resumirse en que unas especies podían transformarse en otras bajo la acción del ambiente -”de la experiencia, de la práctica”-, y que los condicionantes genéticos debían ser despreciados. Este énfasis en la “práctica” y la influencia del “ambiente”, encajaba muy bien con el cuerpo ideológico del dogmatismo marxista y por ello, no sólo las ideas del camarada Lysenko recibían el valioso sello de ser reputadas de “antiburguesas”, “anticapitalistas”, y por eso mismo valiosas en aquel contexto totalitario, sino que fueron directrices en la conducción de la agricultura y ganadería soviéticas en el periodo de 1920 a 1960. Aparte del aspecto más o menos simpático de intentar aclimatar canguros en la estepa siberiana, también aconteció la persecución implacable, desde el descrédito profesional, hasta el exterminio llegado el caso, de cualquier opositor que, desde la crítica científica, cuestionara el discurso oficial, encarnado en las elucubraciones pseudocientíficas de Lysenko. Paradójicamente, el resultado de aquellas erróneas teorías -en realidad un conjunto de disparates, por muy ornamentados ideológicamente que estuvieran- fue una errónea práctica, la sucesión de terribles hambrunas y miseria para el pueblo, y el atraso y descrédito de la ciencia en aquel momento y lugar.
Retornando al momento presente, y a nuestro territorio profesional del conflicto de pareja y su proyeción forense en el ámbito judicial, tanto penal como civil, nadie quedará sorprendido, ni nada nuevo aportará el recordar y decir, porque es de todos conocido, que en el contexto de la pareja y de la denominada “violencia doméstica”, los hombres son más violentos que las mujeres, los hombres son los principales, si no los únicos responsables de la violencia intrafamiliar, los hombres como género son los principales responsables del maltrato hacia los propios hijos y, en definitiva, nada nuevo se dice cuando se afirma que son los varones los principales actores de toda la violencia -psicológica y física- intrafamiliar. Efectivamente, he dicho que “es de todos conocido”, pero no he dicho que sea cierto, ni que sea verdadero, ni que dichas afirmaciones tengan el suficiente soporte ni respaldo científico. Por el contrario, cuando el conflicto familiar, como fenómeno de estudio, es analizado con la óptica de la Ciencia, con su método, los resultados, que se replican una y otra vez, desde distintos ámbitos académicos libres, son que la violencia dentro de la pareja es bidireccional, que aproximadamente en la mitad de las ocasiones la violencia -tanto verbal como física- es ejercida por ambos sexos, y que en la otra mitad restante, la violencia es perpetrada, en partes iguales, tanto por la mujer como por el hombre. A estos resultados de igual responsabilidad entre hombres y mujeres, e igual inclinación hacia la violencia como forma disfuncional de afrontar el conflicto, llegan multitud de estudios cuando la metodología utilizada carece de sesgos, prejuicios y, en definitiva, es científica. Por ejemplo, estas últimas son conclusiones expuestas en el reciente IV Congreso Español de Victimología, en la ponencia del reconocido profesor de sociología, fundador y codirector del Laboratorio de Investigación de la Familia de la Universidad de New Hampshire (USA) Dr. Murray A. Strauss. Sin embargo, lo llamativo y preocupante no es que concepciones absolutamente erróneas hayan sido popularizadas por determinados lobies político-ideológicos, sino que estos mismos prejuicios, hayan trascendido los límites no tan sólo del Derecho, en leyes de controvertida constitucionalidad, sino del mismo quehacer científico en el ámbito de las pericias psicológicas y forenses, como ha venido a suceder en nuestro país, contaminando métodos y conclusiones de investigación. En el ejercicio de nuestra profesión, hemos podido encontrarnos, y no de manera puntual, sino reiteradamente y como parte de un sistema, con un intenso vector de criminalización del varón, sesgo que ha llegado a extenderse a la propia investigación pericial psicológica y forense, y que partiendo de una carencia de rigor y método científico, ha venido a avalar, a través de la reconstrucción justificativa del prejuicio, dictámenes con graves consecuencias para los justiciables y sus entornos, como, en mejor momento, y posibilidad de mayor extensión, podrá acreditarse. No obstante, sirva de ejemplo, en el ámbito civil de la atribución de la custodia de los hijos, la invocación de la misma circunstancia, interpretada en negativo para el hombre y positivo para la mujer; por ejemplo, si la mujer no trabaja, la interpretación es “disponibilidad plena para la atención de los hijos”, si el que no trabaja es el varón, “este ofrece un modelo no productivo e inconveniente para la educación de los hijos”-. La inmediata consecuencia: el alejamiento sistemático de la figura paterna de la vida de los hijos, con todo el sufrimiento personal, para menores y adultos, y las graves consecuencias sociales que ello tendrá a medio y largo plazo para buena parte de una generación que ha sufrido la imposición institucional de la satelización de la figura del padre, con todas las carencias en la socialización que ello conlleva. En el ámbito penal, también recuperamos como ejemplo de sesgos acientíficos, casos donde el imputado en supuestos de violencia de género, era obligado por el forense a responder, con un “Sí” o un “No” a un test orientado supuestamente a identificar maltratadores, que contenía preguntas del tipo “Las denuncias de maltrato que hacen las mujeres son falsas”, de tal manera que una respuesta afirmativa era “indicativo forense de perfil de personalidad violenta, machista y por tanto maltratadora”, pero, adviértase, que la respuesta en negativo no dejaba en mejor lugar al justiciable, ya que éste podría venír a reconocer que la denuncia que él mismo sufría también debía ser cierta. Este “Test”, carente de todo rigor desde el punto de vista psicológico y forense, ha venido siendo aplicado y ha servido de soporte para informes periciales forenses, con valor de prueba de cargo, informes periciales de los que se presuponía su cientificidad, en los Juzgados Penales de Tenerife.En el ejercicio de nuestra profesión, hemos podido encontrarnos un intenso vector de criminalización del varón.
La contaminación de la ciencia agrícola soviética por prejuicios ideológicos, encarnada en la figura de Trofim Lysenko, trajo hambre, miseria y dolor a aquella sociedad. En la nuestra, el sesgo ideológico que advertimos, y que por analogía bien podríamos calificar de “lysenkismo de género”, también tiene consecuencias, entre las que no son las menores, la injusta inculpación sistemática por razón de sexo, la incapacidad para comprender y por ende intervenir eficazmente en problemas de trascendencia social, como el bienestar y proteción de los menores en contextos de divorcio, o la violencia en el seno del grupo familiar y de la pareja, y, finalmente, la consecuencia del descrédito social del trabajo psicológico y pericial forense. La perversión de lo que hemos denominado con valor expositivo lysenkismo de género, ha traído la devastacion del rigor científico y una hambruna de libertad en el ejercicio y la difusión del saber, tanto en su vertiente pura como aplicada.
Aunque resulte obvio, hoy nos es necesario volver a afirmar que la Ciencia y su ejercicio precisan de libertad y respeto. Libertad para cuestionar, investigar y razonar. Respeto para aceptar los insobornables resultados del trabajo científico, aun cuando éstos comprometan o contradigan intereses distintos de aquellos que sean los del puro saber y conocer.
Por Julio Bronchal Cambra, Psicólogo Clínico y Forense.
Reunión de los lunes
martes, 4 de marzo de 2014
La judicialización del conflicto familiar. Ciencia vs. ideología
Martes, 4 de Marzo, 2014
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