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- Lidia Falcón, querellada por una asociación de abuelos
Lidia Falcónhttp://blogs.publico.es/dominiopublico/5717/la-perversa-alianza-del-machismo-con-el-izquierdismo/
Abogada y escritora. Presidenta del Partido Feminista de España
Las decenas de comentarios críticos e insultantes que suscitó mi artículo aparecido en Público el domingo 15 de julio, Hablando el lenguaje de la ONU me han inspirado una reflexión que debería llevar a un debate con profundidad sobre cómo entendemos hoy el feminismo. Cierto es que darle tanta transcendencia a lo que opina un pequeñísimo sector de la sociedad española –la mayoría de los que se dirigen a mí bajo el anonimato y los seudónimos son reconocibles porque tanto su grosería como sus insultos me los repiten en todos los foros de Internet– es concederle un protagonismo que no tiene, pero dado que representan un fenómeno ya repetido en la historia de la lucha feminista internacional, bien vale un artículo.
Merece resaltar que el estilo literario utilizado por esos comunicantes –la mayoría absoluta hombres– denota graves carencias de formación educativa. No sólo se dirigen a mí en términos soeces e insultantes –cosa que se repite constantemente en todos los comentarios que me dedican–, a pesar de que mi artículo no hace ninguna referencia personal sino que trata del fenómeno de ocultación lingüística de las verdaderas categorías políticas y sociales del feminismo, sino que la mayoría de sus intervenciones son incomprensibles por su total ignorancia de las reglas de la sintaxis. Mas como en el fondo lo que pretenden es desautorizándome a mí despreciar el feminismo, su intención es la misma que la de los políticos, periodistas, religiosos y dirigentes sociales que durante setenta años se refirieron a las sufragistas con el único apelativo de “Las Locas”.
Pero es de constatar que esa ofensiva se producía hace un siglo y que, por supuesto, estaba protagonizada por los sectores más reaccionarios de esos países, que se oponían –como siguen haciéndolo– a todo avance e igualdad de las mujeres. Sin embargo mis injuriadores son lectores de Público, lo que normalmente les debe situar en la banda más a la izquierda de la sociedad española, y, a mayor abundamiento, manifiestan otras opiniones claramente de acuerdo con la línea ideológica del periódico. Tan claramente, que respecto a los ejemplos que expuse de lenguaje eufemístico que utilizan la derecha y los poderes fácticos que nos gobiernan sobre la economía, tales como desregulación, deslocalización, externalización, sociedad global, mundo dual, no hacen comentario alguno. Toda su batería de insultos, bromas procaces y calificativos despreciativos los dedican a la parte del artículo en donde critico los términos de género, igualdad, IVE, etc.
No se crea que este sector insignificante, por su minúsculo número, no representa a nadie. Hace un par de años otro artículo mío publicado en Público, “Malos Tiempos para las Mujeres” –tomado del título de una espléndida película inglesa de hace medio siglo– provocó una airada reacción de un colaborador habitual del periódico que al día siguiente me dedicó toda una página para descalificarme. En aquel me mostraba en contra de la custodia compartida –entre otros problemas que se les han creado a las mujeres en estos tiempos modernos–, ahora uno de los objetivos más perseguidos por los que batallan las asociaciones de hombres. El escritor que me dedicó sus invectivas está situado en la extrema izquierda.
Otro artículo mío sobre el término “miembra” que utilizó Bibiana Aído en una comparecencia pública, motivó que tres ilustres escritores, miembros –esos sí– de la Real Academia de la Lengua, que también se creen de izquierda, me dedicaran tantos escritos y declaraciones para criticarme con epítetos insultantes que me dejaron asombrada.
Estos son ejemplos que ilustran lo que pretendo decir aquí y que está explicitado en el título. Cualquiera –aunque la mayoría son hombres– puede situarse en la izquierda política o sociológica y ser profundamente antifeminista. Porque el feminismo vino al mundo para corregir los olvidos, descuidos y hasta antagonismos de que los programas revolucionarios anteriores –anarquista, socialista, comunista– habían culpablemente hecho víctimas a las mujeres mostrándose coléricamente hostiles a las demandas feministas. Porque el feminismo, como todos los movimientos sociales, los partidos políticos y las ideologías filosóficas, es también una moral de conducta, y afecta más profundamente que otras a la vida privada de los individuos, a su conducta personal, a sus miedos y fobias, y sobre todo, a la comodidad de que los hombres han disfrutado hasta ahora en un sistema profundamente patriarcal.
El que se cree comunista y defiende en discursos, artículos y libros la propiedad colectiva de los medios de producción, puede mostrarse iracundo ante la obligación de tener que pagarle la pensión alimenticia de sus hijos a la esposa de la que se ha divorciado; casos hay en que incluso la maltrata. Dirigentes sindicales, militantes en partidos de izquierda, abanderados de manifestaciones y acciones subversivas del orden establecido hay que están defendiendo la prostitución. Legisladores, fiscales y jueces progresistas que imponen la custodia compartida a los hijos que han sido víctimas de malos tratos o de abusos por parte del padre. El militante socialista que acosa sexualmente a su compañera de partido o de trabajo. La lista de injusticias, agresiones, desprecios y marginaciones de que algunos hombres situados en la izquierda política pueden hacer víctimas a las mujeres de su entorno es larga. Pero aún peor, si cabe, es que se conviertan en publicistas de la ideología que hoy ya se denomina “neomachismo”, aunque de nuevo tenga poco.
En los últimos años, una cohorte de hombres se ha organizado en asociaciones que denominan inocentemente de “separados” o “divorciados” o “por la custodia compartida”, que expresan sus reivindicaciones en actos públicos –algunos subvencionados con fondos estatales–, artículos, entrevistas y programas de televisión, y se presentan como víctimas de las agresiones e injusticias de las mujeres, de las reivindicaciones feministas, de la parcialidad de la justicia y del sesgo “antihombre” de las últimas leyes aprobadas, especialmente la Ley de Violencia de Género.
La ofensiva de esos varones, bien orquestada porque no les faltan los medios económicos y disfrutan de una evidente benevolencia por parte de los poderes públicos, cuando no éstos comparten identidad de posiciones, está teniendo cada vez más éxito. Recuerdo en este punto el libro de la feminista estadounidense Susan Faludi Backlash (Reacción en la traducción al castellano), donde analizaba exhaustivamente el resurgir del machismo en Estados Unidos como respuesta al feminismo. En España las estrategias de estos grupos de hombres están siendo igualmente organizadas y cada vez más agresivas, y tienen muchos foros donde desarrollarse. Aparte de televisiones y radios que les acogen con gusto, Internet es la herramienta por excelencia para hacer la campaña contra el feminismo, en la que naturalmente me incluyen. No hay debate sobre los temas más candentes de la represión y marginación de las mujeres en el que no participen para apoyar las tesis de la reacción machista. Pero lo más lamentable es que no todos son de derechas y que sus declaraciones se publican en medios públicos y privados que presumen de objetivos.
Este aspecto del machismo no está suficientemente comentado por las representantes del feminismo institucional, que por ejemplo en el tema de la custodia compartida se han manifestado indiferentes o directamente a favor, como si la convivencia con los hijos se produjese en un ámbito aparte de aquel en que se ha producido la violencia contra la madre. El resultado de esta dejación de la defensa de las mujeres es que se ha dado carta blanca a que los maltratadores reivindiquen, con gran prepotencia, su derecho a tener en custodia a los menores y ha permitido que los fiscales y los jueces la concedan independientemente de que se esté tramitando una causa penal contra el padre.
En definitiva, el machismo avanza y vuelve a tener cada vez mayor presencia en todos los foros sociales, reivindicado por personajes que se autocalifican de izquierdas, sin que haya una respuesta adecuada por parte de la vanguardia feminista.
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