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martes, 1 de junio de 2010

¿Hijos del amor?


Una cosa es que el amor de pareja caduque y otra, privar de disfrutar de padre y madre a los hijos
Joana Bonet 31/05/2010
Los hijos son de las madres", reza un antiguo mantra que durante siglos ha sido sumamente útil para asumir y excusar responsabilidades, definir roles y enaltecer el orgullo de aquellas que creían autorrealizarse sólo a través de los hijos. No siempre fue así; el derecho romano otorgaba al varón la patria potestad, un poder riguroso y absoluto sobre sus descendientes. Hasta que, en 1873, se promulgó en Gran Bretaña la Custody of Infants Act, una ley que reconocía los mismos derechos para la madre y el padre sobre sus hijos. En España, si una esposa era infiel corría el riesgo de perder la custodia. Muchas sufrieron ese otro exilio, expropiadas de su propia sangre y obligadas a mendigar unas horas de visita para que su hijo no olvidara ni su rostro ni su abrazo. Y así, aquellas parias privadas de ejercer su derecho y su deber materno convirtieron en dios al ministro centrista Fernández Ordóñez cuando, la democracia, aún con olor a barniz, legalizó el desamor con la ley de Divorcio.
En el 2007, el Gobierno aprobó una medida para que el Estado se hiciera cargo de parte de las pensiones impagadas por los que, una vez divorciados de su mujer, también se divorcian de sus hijos –diferentes estudios atestiguan la descapitalización de las mujeres que asumen en solitario los gastos.
Pero también se da el caso contrario. Desde hace más de una década existen varias asociaciones de separados y divorciados que reivindican la custodia compartida, y denuncian su situación: en un 90% de los casos se concede la custodia a ellas, junto al uso exclusivo del domicilio familiar y las pensiones para la ex y los niños. A cambio, disponen de dos fines de semana al mes para verlos crecer. No encuentro argumentos objetivos para defender el atávico esencialismo de los hijos como propiedad exclusiva de las mujeres. O al menos, de quienes creemos en la corresponsabilidad parental y alertamos del gran paradigma que impide la conciliación entre trabajo y familia; las mismas que detestamos convertir nuestra naturaleza reproductora en ideología. El integrismo maternal es tan nocivo como cualquier ortodoxia que no admita el pensamiento dinámico y por tanto la evolución social.
El planteamiento clásico argumenta que la custodia compartida resulta impracticable si no existe entendimiento entre los progenitores. Pero una cosa es que el amor de pareja caduque y se embrutezca, y otra bien distinta representa privar al fruto de aquel amor de su pleno derecho a disfrutar de madre y padre. Es complejo el entendimiento, y la logística; hallar la fórmula correcta exige madurez y solvencia, además de una justicia personalizada. Pero si en Canadá, Suecia o Francia se aplica, ¿por qué aquí no? Aragón y Vizcaya acaban de dar el primer paso, entendiendo la maternidad y la paternidad, en el siglo XXI, como un asunto a cuatro manos.
http://www.lavanguardia.es/ciudadanos/noticias/20100531/53937066691/hijos-del-amor.html

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