04.06.10 - 01:06 - ANDREA GREPPI
A pesar de la que está cayendo con la crisis, hay temas de la vida cotidiana que tienen todavía fuerza suficiente para hacerse hueco en la agenda pública. Están ahí agazapados, a la espera de que alguien los levante. Y cuándo salta la liebre nos preguntamos cómo es que no la habíamos visto antes.
Hace unos días el Parlamento de Aragón, que tiene competencia en materia de derecho de familia, aprobó una ley en la que se establece la custodia compartida de los hijos como régimen preferente en casos de separación o divorcio. La reforma se hace eco de una justa reivindicación de los padres separados. La idea es sencilla: cuando la pareja se rompe, son los progenitores los que tienen que alejarse, no los hijos. Un buen ejemplo, que debería extenderse a otros territorios. En efecto, el Código Civil recoge desde 2005 la figura de la custodia compartida, pero la considera como un régimen excepcional, que sólo puede ser acordado cuando ambos progenitores, de común acuerdo, así lo soliciten. En la práctica, lamentablemente, hasta el 95% de las custodias van a las madres.
Hay que reconocer que la preferencia por la madre, y la discriminación del padre, tenía nobles propósitos, y hasta cierta utilidad práctica. Era una espada de Damocles que compensaba la debilidad de la mujer en la ruptura familiar y, de paso, atacaba la imagen patriarcal del hombre que dispone a su antojo de la casa y la prole. Lo interesante del caso es observar cómo esta función simbólica ha ido desgastándose y cómo la norma se ha convertido en instrumento legal que cristaliza el rol de la madre amante de sus hijos, y el padre insensible, de la madre dispuesta a dar su vida por sus criaturas, y el padre que anda con otras cosas por la cabeza.
En este, como en otros casos, es hora de dejar atrás los estereotipos de la política de género. La mejor solución, la que rompe prejuicios, es hoy la que atiende por igual al derecho de padres y madres, eliminando una inútil sobreprotección a la mujer y poniendo al hombre en condición de asumir sus responsabilidades con los hijos. Es la única solución coherente con un mundo en el que, con independencia de la identidad sexual de cada uno, nos vemos obligados a reinventar continuamente nuestros roles como padres y madres. En esta tarea de reinvención no hay privilegios de género. La ventaja de la mujer sobre los hijos, además de ser injusta, además de traer sufrimiento inútil para unos y otros, puede ser conveniente para simplificar el trabajo de los jueces que se enfrentan a situaciones muy complicadas, pero crea un nuevo techo de cristal, un límite invisible a la libre definición de las identidades. Paradójicamente, no hace más que reproducir valores sexistas.
http://www.lasprovincias.es/v/20100604/opinion/techos-cristal-20100604.html
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