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miércoles, 13 de julio de 2011

El efecto tabloide

El caso Aitana o la manipulación del acontecimiento informativo(enlace)

Los periodistas no son así. ¿O acaso todos los conductores de autobuses van borrachos?

ALBERTO GARCÍA REYES
Día 11/07/2011
No hay profesión en la que no haya aprovechados que se pasan por la faja el código deontólogico de ese oficio o hasta las normas morales básicas de una sociedad con tal de sacar tajada. Hay promotores corruptos, jueces vendidos, abogados que mienten, médicos negligentes, policías traficantes, informáticos piratas, funcionarios comprados, contables que defraudan a Hacienda, notarios que firman sin leer, mecánicos que arreglan lo que no está averiado, prejubilados en empresas que jamás pisaron y hasta conductores de autobuses borrachos. Con todos estos indecentes hay que ser implacables. No puede haber indulgencia gremial. Porque hacen el mismo daño a sus profesiones que el que provocan a las mujeres las que ponen denuncias falsas por malos tratos. Así que vaya por delante que el escándalo del «News of the World» no puede ser justificado desde el periodismo. Pinchar teléfonos ilegalmente sólo para obtener noticias o pagar suculentas cantidades a personas del entorno de alguien relevante para que cuente sin pudor todas sus intimidades es repugnante. Como periodista, detesto a quienes recurran en esta profesión a ardides de cañería para dar una exclusiva. Pero como ciudadano también me provocan repelencia los consumidores de cierto tipo de información. Para mí es tan sinvergüenza el contable que defrauda a Hacienda como el cliente que lo instiga a hacerlo. Es tan detestable una entrevista pagada a un mayordomo que va a contar a qué hora defeca su famoso señor como quienes se sientan ante la pantalla para alimentarse de ese morbo. Muchas veces he escrito ya que tan patético es que Belén Esteban sea una líder de opinión en este país como que cada vez que sale en la tele bata récords de audiencia.
A raíz del escándalo inglés han sido muchos los medios españoles que se han echado las manos a la cabeza. Los que más se han ofuscado, sin embargo, han sido precisamente los que importaron la filosofía de los tabloides sensacionalistas y, por encima de valores inherentes a la prensa como el compromiso social o la fiscalización de los poderes públicos, han situado un solo objetivo: la máxima audiencia, el mayor ingreso económico. Es cierto que en tanto que los medios son, mayoritariamente, empresas privadas, están abocados a la rentabilidad. Pero también es verdad que hay maneras y maneras de ganar dinero. El «laissez faire» del libre mercado salvaje es un propuesta caníbal, pero con fecha de caducidad. Dicho de un modo más rural: el euro más importante no es el que tienes delante, sino el del final del camino. Y aunque en el periodismo, como en casi nada, no es mejor quien más amigos hace, tiene mucho ganado quien comprende que el pan para hoy puede ser hambre para mañana. Hay líneas que no se pueden superar por mucho que la audiencia nos empuje. Ahora bien: un juez que prevarica no es suficiente para dudar de la seriedad de la Justicia. Y a los ladrones hay que seguir metiéndolos en la cárcel.

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