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viernes, 22 de julio de 2011

«Tenía comida, cama y trabajo, y en cuatro días me quedé tirado»

Más de mil personas usan cada día los centros para gente sin techo
17/7/2011
Es viernes. Son las cinco de la tarde. En el refugio de la institución benéfico social Padre Rubinos, en A Coruña, empieza la proyección de una película. El aforo está abarrotado. La mayoría de los espectadores tienen el rostro lastimado por el sol. Es la huella de las horas y horas que pasan en la calle cada día. Porque ellos son solo una muestra de los cientos de personas sin hogar que recurren cada día a alguno de los más de cuarenta centros de ayuda que hay en Galicia para ciudadanos que carecen de recursos.
Solo el año pasado, según los datos hechos públicos esta semana por el Instituto Nacional de Estadística (INE), la media diaria de usuarios de estas instituciones fue de 1.107, 432 más que en el 2008, el año en el que estalló la crisis.
Desde entonces, en los últimos dos años y medio, mucho han cambiado las cosas en los albergues para transeúntes. «Llevo aquí tres años y medio. El perfil de la gente que viene está cambiando. Junto con los carrilanos [personas que tienen la rutina de ir de centro en centro durante años] estamos empezando a ver muchas personas que llegan porque se han quedado en el paro, hombres separados, desempleados del sector de la edificación que han de reciclarse para poder buscar un puesto en otro campo, o mayores que están a la espera de una plaza en una institución para jubilados. Antes venían a cuentagotas, pero ahora cada vez ves llegar más personas que tenían una empresa y lo han perdido todo, o parados», explica Patricia Amil, una de las educadoras sociales que trabaja en el centro Padre Rubinos.

Curvas de la vida

Cada historia es diferente. Todas forman un mosaico en el que cualquiera podría entrar en cualquier momento. Hasta hace mes y medio, por ejemplo, la de Pepe Luis era igual a la de muchos de los trabajadores de la construcción que se han pasado la vida recorriendo España. Esos que han levantado autopistas, túneles o traviesas del AVE por toda la Península. Pero su vida sufrió un giro brusco de timón. «Estaba bien, tenía comida, cama, oficio y en cuatro días quedé tirado, perdido», explica este trabajador de la construcción con más de 29 años abonados a la seguridad social.
Durante dos décadas trabajó en Dragados, una de las grandes constructoras de obra civil de España. Pero acabó en el paro, un varapalo que unió al de su separación. «Tenía una casa y un apartamento. Ahora nada», dice.
Y la vida lo condujo hasta el Padre Rubinos. «Gracias a ellos no estoy en la calle», explica. El relato está inundado de paradas. En cada una lanza la misma cuestión. «Pregunta, qué quieres saber». En ese momento, el pudor entra en la conversación. «Que cómo estoy. Imagínate, fatal. No te acostumbras nunca. Cada día me levantaba por las mañanas e iba a trabajar. Ahora estoy tirado», asegura.
Durante unos días fue usuario del dormitorio colectivo, pero ahora con la paga que recibe, de 465 euros, hace números para pagar un cuarto y ahorrar 240 para una de sus descendientes, que todavía estudia. «Puede que no coma, pero a ella le paso la paga. Es mi hija», cuenta. Ahora va al refugio a pasar el tiempo, a ver una película y a almorzar y cenar.

Estancia

Y es que en los centros de corta estancia como este las noches están limitadas. «Normalmente son ocho días para los que no reciben ningún tipo de ayuda y cuatro para los que tienen algún tipo de subvención», explica la educadora social. Hay excepciones. «Cada semana hay unas reuniones en las que vemos cada caso. Hay algunos que llegan a estar hasta tres meses porque están en un curso de formación para encontrar trabajo o tienen algún contexto especial», dice.
Entre ellos hay algunos que se acaban incluso quedando. Uno de los que lo hizo es Francisco. Lleva ya seis años en el albergue. Llegó a A Coruña desde Barcelona buscando trabajo.
Era camarero y un día cogió la maleta, «para cambiar de ambiente» cuando perdió el empleo. Ahora colabora en el albergue. Su función es variada. Colabora en dar el desayuno y la comida, limpia los baños y, como dice, «también echo una mano en la cocina. También cocino».
«Empezamos a ver parados, separados o mayores que esperan plaza en un centro»
«No te acostumbras nunca. Cada día me levantaba e iba a trabajar. Ahora estoy tirado»

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