Sábado 30 de abril de 2011
JUAN JOSÉ MILLÁS La hipoteca debería ser un sacramento. De hecho, imprime más carácter que el matrimonio. Tú puedes irte de casa, puedes mandar a tu cónyuge al cuerno, puedes volver a casarte y descasarte, pero el vínculo de la hipoteca no lo disuelve nadie. El mundo está lleno de exesposas y exmaridos que no se ven jamás, que quizá se odian, que no se llaman por teléfono ni en Navidades. Pero la hipoteca los mantiene simbólicamente unidos casi hasta la muerte. El Tribunal Supremo, que es lo más que hay en tribunales, acaba de fallar que las parejas de divorciados pagarán la hipoteca a partes iguales. Hasta ahora, por lo visto, dependía del salario de cada cual o de las circunstancias personales de cada uno de los excónyuges, pero eso se ha acabado. Tú puedes ser más desigual que tu ex o tu ex más desigual que tú, pero a la hora de pagar la hipoteca no hay razas ni colores, se abona a escote y punto.
Si la hipoteca se paga al 50%, lo lógico es que los excónyuges habiten también la mitad de la casa. Ya hemos visto alguna sentencia en este sentido. Ahora bien, un piso se puede dividir a lo ancho o en sentido longitudinal. Cada alternativa tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Si lo divides a lo ancho, puede que el baño y la cocina queden del mismo lado, con las desventajas evidentes que eso implique para aquél al que le haya tocado la otra parte. Conozco el caso de una pareja divorciada en la que ella le permitía usar el baño a él a cambio de que él le dejara usar a ella la cocina, pues las dos estancias habían caído en territorios separados. Se estableció para ello en el pasillo una servidumbre de paso a lo largo de la cual estaba prohibido colocar muebles u objetos que entorpecieran la circulación.
En principio parece más lógico establecer un corte longitudinal, de modo que cada uno de los exmiembros de la antigua sociedad conyugal pueda disfrutar de la mitad de todas las dependencias. En fin, no somos nadie para dar consejos, que cada uno se arregle como pueda. Sólo pretendíamos señalar el carácter indisoluble del vínculo hipotecario. Lo que el banco unió, que no lo desuna el hombre. Ahora deberíamos inventar una nueva clase de divorcio por la que uno quedara liberado también de esa pesada carga. No será fácil tratándose de un vínculo establecido por su santidad, la banca.
http://www.laopiniondemalaga.es/opinion/2011/04/30/divorcio-economico/418900.html?utm_source=rss
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