6 de Julio, 2011
La foto corresponde a la noticia:
Una esposa despechada organizó el asesinato a tiros de una mujer en Dénia
En el mejor de los casos las leyes y normativas que regulan nuestra vida en sociedad responden a un pacto. En el peor, a una imposición. A veces son un crimen. Una ley, una norma, no es en sí misma buena. Pero el ser humano está por encima, o más allá, de las leyes y normas que regulan su vida en sociedad. Puede oponerse a ellas, puede denunciarlas, puede incluso violarlas. Sencillamente, después tiene que hacerse cargo de su falta/delito y cumplir con la pena que le sea impuesta. Eso, o decidir convertirse definitivamente en un antisocial/asocial.
Pongo un ejemplo para que nadie grite aún. Yo violaría aquí y en China cualquier ley que prohibiera el derecho a la reunión o a la libertad de expresión o a la educación por cuestión de sexo, cualquier ley que exigiera violencia o encierro contra un grupo humano por edad, por sexo o por colores.
Estos ejemplos, de tan simples, ni ejemplos parecen. Sin embargo, hay casos más difíciles, y últimamente parece cundir la sensación de que también son revisables. Por ejemplo: si usted no paga la casa que habita, yo le desahucio. Por ejemplo, y ahí quiero llegar, el derecho a la mujer a defender su vida y su integridad física y las de sus hijos con todos los medios a su alcance. A no delegar en otros su integridad y la de los suyos.
Desde hace ya tiempo vengo espantada con la consigna que le dice a las mujeres agredidas: si tu marido te pega, te ata, te empotra contra el canto del armario, te viola o te echa la sopa hirviendo por la cabeza porque le apetecía pollo, denúncialo que nosotros le impondremos una orden de alejamiento.
Que me perdonen los jueces y los sabios, pero una orden de alejamiento es una de las bobadas más siniestras de entre las muchas bobadas que nos toca vivir. Y es además una trampa de paso a falta de una solución mejor, esa solución que aún no hemos encontrado.
Consiste en lo siguiente. Tienes a tu lado a una bestia en forma de macho humano capaz de romperte las costillas o el culo con asiduidad, o de saltarte los dientes, a ti o a tus hijos, o de marcarte el pecho a puñal. Entonces, te armas de valor y te vas hasta la comisaría más cercana y les cuentas lo que esa bestia te hace. Como poco a poco nos civilizamos, suele ocurrir que al tipo lo mandan preso y, al tiempo, dictan una orden de alejamiento que le prohíba acercarse a ti o a tu entorno.
Y entonces, vuelve a la calle. Y vuelve a la calle sabiendo lo que le has hecho, que ha sido castigado por tu culpa, que te has permitido el lujo de ser valiente, sabiendo que la víctima eres tú y sigues viva.
Esa orden de alejamiento es una medida que podría valer para cualquier ser humano supercivilizado, porque no coloca a tu alrededor una malla eléctrica que lo fríe si la cruza ni un cordón de mozos armados para la defensa. Es una imposición oral que confía en la buena disposición del castigado. En su obediencia. Confía en la buena disposición y la obediencia de un castigado que ha sido capaz de meterte la cabeza en la taza del váter hasta dejarte morada, que te ha quemado el vientre con cigarrillos o que te ha pateado los riñones hasta la sangre.
Que me perdonen los legisladores y la gente de buena voluntad, pero yo soy un ser humano que no cree a ciegas en las recetas de los médicos, ni en las firmas de los notarios, ni en la función social de los bancos, ni en la ONU, ni en la intervención humanitaria del ejército. Yo soy un ser humano libre de creer o no en las normas y consignas que rigen mi vida aquí y ahora. De entre ellas, la orden de alejamiento me parece las más siniestra. No seré yo quien, llegado el caso, me ciña a ella y me siente a esperar a que la bestia reaparezca con hambre.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/ellas/2011/07/06/la-siniestra-bobada-del-alejamiento.html
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