Pese a la enorme cantidad de tiempo que una madre le dedica a su hijo, la mayoría de los bebés pronuncia la palabra “papá” antes que “mamá”. La razón es que el bebé todavía percibe a la madre como una parte de sí mismo. “No dice mamá primero por el mismo motivo que no diría brazo”, explica el doctor Sirgay Sanger desde las páginas de su libro “Usted y el bebé durante el primer año de vida”. Según algunos estudios, entre las 3 y las 6 semanas de vida, el bebé ya distingue al padre como el primer extraño que ronda a su alrededor., y entre los 11 y los 14 meses, decide nombrarlo.
El bebé sabe muy bien en manos de quién está. Su mamá es el contacto primario que él establece para aferrarse al mundo, pero sin su padre su vida sería muy diferente, tal vez un poco más monótona.
El psiquiatra Robert Moradi de la Universidad de California, le dedicó varios años de investigación al tema, y en su libro “Papi y yo” concluyó que el padre ayuda al hijo a independizarse: cuando lo ve gatear, le permite ir un poco más lejos que la madre y si se acerca a algo desconocido, se queda donde está y permite que el niño lo explore. La madre, en cambio, instintivamente tiende a preservarlo de todo lo extraño, le pide que dé marcha atrás y lo atrae hacia ella.
“Los dos modelos de crianza, la desafiante y la protectora, contribuyen al desarrollo emocional del niño”, aclara.
Según el especialista norteamericano, los niños que tienen un padre que asumió un rol activo en su crianza lloran menos cuando se separan de sus progenitores o están ante una persona nueva. “estos niños tienen menos probabilidades de ser violentos y poseen un coeficiente intelectual mayor. El control de sus impulsos, su adaptación social y toda su salud mental es mejor”, afirma Moradi.
Según un estudio de la Universidad de Yale, la madre tiene una manera particular de abrazar a su bebé y la repetirá 9 de cada 10 veces. En el padre, en cambio, es casi siempre diferente, aunque él se encargue de la crianza del niño mientras la madre trabaja.
Cuando juegan con sus hijos, las madres apelan más a los juguetes. Los padres, en cambio, juegan con su propio cuerpo: los alzan sobre sus hombros, los hacen trepar. En general los niños se calman ante la madre y se excitan con la presencia del padre. Para ellos, pocos lazos tienen tanto magnetismo como éste, que une al débil con el poderoso.
Compartir la crianza de los hijos entre el padre y la madre permite, entre otras perspectivas, ahorrar tiempo y energía. La postura de uno de ellos no tiene por qué desplazar a la del otro: basta con que equilibren las necesidades de cada familia. Un hombre y una mujer que llegan a formar una familia tienen un bagaje cultural propio y, a menudo diferente, que los hace tener ideas específicas sobre lo importante y lo accesorio de la vida en común. Esos perfiles singulares se tornan más evidentes cuando llega la hora de educar a sus hijos y poner sus expectativas sobre la mesa.
Es general, el conflicto trata de resolverse focalizando la discusión en las cosas menudas: dónde ir con los chicos el domingo, cómo se organiza la fiesta de cumpleaños o quién les compra la ropa. Es más cómodo, se sabe, pretender que el otro se ajuste a nuestros criterios antes que rescatar lo mejor de las creencias de cada uno y tratar de encontrar nuevas formas de hacer las cosas en común.
La maternidad – paternidad no es tanto un rol social cuanto una tarea cotidiana. Sin embargo, en nuestra cultura, un padre que quiere vivir paso a paso el crecimiento de su hijo debe luchar contra el prejuicio de la organización sexual de la crianza: el padre lleva a pasear al bebé y la madre le cambia los pañales. Para él es todavía más cruel combatir el lugar común que otorga a la madre el “inapelable” primer lugar en el mundo afectivo del hijo.
Es cierto que los varones corren muchas veces con la enorme desventaja de estar muchas horas fuera de la casa. Al regresar escuchan a sus esposas decir: “mi marido me ayuda mucho”. Tal comentario, aunque intenta ser positivo, difícilmente pueda dejar de interpretarse como: “yo cargo con toda la responsabilidad y él me ayuda a hacer mi trabajo”. Una vez que los roles están instalados será más arduo luchar a favor de la democratización, pero no imposible. Sólo es cuestión de pasar de ser la persona que organiza todo a ser una que comparte las decisiones tomadas entre dos.
A veces a los padres les cuesta ponerse de acuerdo. Otras, los mismos hijos se encargan de subir la temperatura del ambiente cuando “prefieren” a uno sobre otro. Es la manera que tienen de rebelarse contra alguna alteración del orden familiar (el nacimiento de un hermanito, la mudanza de uno de los abuelos a vivir con ellos) o una queja indirecta contra el que pasa muchas horas afuera de casa.
Pero en esto no hay reglas: algunos niños favorecen al que está más tiempo con ellos y otros al que ven menos. Al poco tiempo sus elecciones también se invierten: si antes todo era “mami, mami”, después el mundo girará alrededor de “papi”.
A pesar de que los niños quieren a ambos padres por igual, es normal que por momentos necesiten apoyarse más en uno que en otro. Y ninguno debería ofenderse. El padre conoce la profundidad del amor que lo une a su hijo, pero el pequeñito necesita reafirmarlo a cada rato.
Por eso, si el niño extraña a su madre cuando está con él, decirle que a pesar de todo seguirá a su lado es lo mejor que puede hacer para consolidar la relación. Si en cambio pudiera sobreponerse al rechazo temporario del hijo y le dijera “entonces no te voy a hablar más”, le estaría enseñando que el vínculo que une a un padre con su hijo es muy frágil y que el amor paterno está condicionado.
Un párrafo aparte merece el tema de los padres separados pero con hijos en común. Lo más difícil de lograr, pero lo más importante, es que los ex esposos puedan mantener una buena comunicación. Tendrán que tomar muchas decisiones sobre el futuro de sus hijos y para ellos va a ser especialmente arduo integrar la experiencia de dos casas y dos familias sin sentir que su vida se divide por dos.
Si entre los ex esposos el diálogo no se caracteriza por ser fluído, los terapeutas familiares recomiendan que un mediador (un amigo en común, un profesional) los ayude a conversar racionalmente, por lo menos en los primeros tiempos.
Lo primero es lo primero: llegó la hora de que aprendan a escucharse y, en los temas que conciernen a sus hijos, acepten un acuerdo sin dilatar las cosas innecesariamente.
Cada pareja debería encontrar su método. Cara a cara, por teléfono o en un lugar público, si así se sienten más seguros. No sólo tendrán que decidir, por ejemplo, si los dejan ir de camping el fin de semana, sino también intercambiar información sobre la escuela, el último resfrío o los nuevos amigos del barrio.
En la medida de lo posible, estar separados no impide que sigan compartiendo pequeñas anécdotas que confirmen el orgullo de ser padres. Igualmente importante es que, al dejar la casa de la madre e instalarse en la del padre – según sea el arreglo preestablecido- los hijos no crean que su vida comprende dos historias paralelas que nunca se encuentran.
Sobre todo los más pequeños, quienes muchas veces sienten que lo que viven con un padre no pueden contárselo a al otro. Para ellos es una gran frustración. Sus mochilas pueden incluír fotos, dibujos, juguetes y todo lo que hayan experimentado en los últimos días y que sea transportable.
A algunos padres les resulta muy práctico que los hijos lleven un diario en el que escriban y dibujen las cosas importantes que han vivido en la casa de la madre, para que cuando el padre los reciba con un beso, esa otra emoción no quede en el olvido.
El bebé sabe muy bien en manos de quién está. Su mamá es el contacto primario que él establece para aferrarse al mundo, pero sin su padre su vida sería muy diferente, tal vez un poco más monótona.
El psiquiatra Robert Moradi de la Universidad de California, le dedicó varios años de investigación al tema, y en su libro “Papi y yo” concluyó que el padre ayuda al hijo a independizarse: cuando lo ve gatear, le permite ir un poco más lejos que la madre y si se acerca a algo desconocido, se queda donde está y permite que el niño lo explore. La madre, en cambio, instintivamente tiende a preservarlo de todo lo extraño, le pide que dé marcha atrás y lo atrae hacia ella.
“Los dos modelos de crianza, la desafiante y la protectora, contribuyen al desarrollo emocional del niño”, aclara.
Según el especialista norteamericano, los niños que tienen un padre que asumió un rol activo en su crianza lloran menos cuando se separan de sus progenitores o están ante una persona nueva. “estos niños tienen menos probabilidades de ser violentos y poseen un coeficiente intelectual mayor. El control de sus impulsos, su adaptación social y toda su salud mental es mejor”, afirma Moradi.
Según un estudio de la Universidad de Yale, la madre tiene una manera particular de abrazar a su bebé y la repetirá 9 de cada 10 veces. En el padre, en cambio, es casi siempre diferente, aunque él se encargue de la crianza del niño mientras la madre trabaja.
Cuando juegan con sus hijos, las madres apelan más a los juguetes. Los padres, en cambio, juegan con su propio cuerpo: los alzan sobre sus hombros, los hacen trepar. En general los niños se calman ante la madre y se excitan con la presencia del padre. Para ellos, pocos lazos tienen tanto magnetismo como éste, que une al débil con el poderoso.
Compartir la crianza de los hijos entre el padre y la madre permite, entre otras perspectivas, ahorrar tiempo y energía. La postura de uno de ellos no tiene por qué desplazar a la del otro: basta con que equilibren las necesidades de cada familia. Un hombre y una mujer que llegan a formar una familia tienen un bagaje cultural propio y, a menudo diferente, que los hace tener ideas específicas sobre lo importante y lo accesorio de la vida en común. Esos perfiles singulares se tornan más evidentes cuando llega la hora de educar a sus hijos y poner sus expectativas sobre la mesa.
Es general, el conflicto trata de resolverse focalizando la discusión en las cosas menudas: dónde ir con los chicos el domingo, cómo se organiza la fiesta de cumpleaños o quién les compra la ropa. Es más cómodo, se sabe, pretender que el otro se ajuste a nuestros criterios antes que rescatar lo mejor de las creencias de cada uno y tratar de encontrar nuevas formas de hacer las cosas en común.
La maternidad – paternidad no es tanto un rol social cuanto una tarea cotidiana. Sin embargo, en nuestra cultura, un padre que quiere vivir paso a paso el crecimiento de su hijo debe luchar contra el prejuicio de la organización sexual de la crianza: el padre lleva a pasear al bebé y la madre le cambia los pañales. Para él es todavía más cruel combatir el lugar común que otorga a la madre el “inapelable” primer lugar en el mundo afectivo del hijo.
Es cierto que los varones corren muchas veces con la enorme desventaja de estar muchas horas fuera de la casa. Al regresar escuchan a sus esposas decir: “mi marido me ayuda mucho”. Tal comentario, aunque intenta ser positivo, difícilmente pueda dejar de interpretarse como: “yo cargo con toda la responsabilidad y él me ayuda a hacer mi trabajo”. Una vez que los roles están instalados será más arduo luchar a favor de la democratización, pero no imposible. Sólo es cuestión de pasar de ser la persona que organiza todo a ser una que comparte las decisiones tomadas entre dos.
A veces a los padres les cuesta ponerse de acuerdo. Otras, los mismos hijos se encargan de subir la temperatura del ambiente cuando “prefieren” a uno sobre otro. Es la manera que tienen de rebelarse contra alguna alteración del orden familiar (el nacimiento de un hermanito, la mudanza de uno de los abuelos a vivir con ellos) o una queja indirecta contra el que pasa muchas horas afuera de casa.
Pero en esto no hay reglas: algunos niños favorecen al que está más tiempo con ellos y otros al que ven menos. Al poco tiempo sus elecciones también se invierten: si antes todo era “mami, mami”, después el mundo girará alrededor de “papi”.
A pesar de que los niños quieren a ambos padres por igual, es normal que por momentos necesiten apoyarse más en uno que en otro. Y ninguno debería ofenderse. El padre conoce la profundidad del amor que lo une a su hijo, pero el pequeñito necesita reafirmarlo a cada rato.
Por eso, si el niño extraña a su madre cuando está con él, decirle que a pesar de todo seguirá a su lado es lo mejor que puede hacer para consolidar la relación. Si en cambio pudiera sobreponerse al rechazo temporario del hijo y le dijera “entonces no te voy a hablar más”, le estaría enseñando que el vínculo que une a un padre con su hijo es muy frágil y que el amor paterno está condicionado.
Un párrafo aparte merece el tema de los padres separados pero con hijos en común. Lo más difícil de lograr, pero lo más importante, es que los ex esposos puedan mantener una buena comunicación. Tendrán que tomar muchas decisiones sobre el futuro de sus hijos y para ellos va a ser especialmente arduo integrar la experiencia de dos casas y dos familias sin sentir que su vida se divide por dos.
Si entre los ex esposos el diálogo no se caracteriza por ser fluído, los terapeutas familiares recomiendan que un mediador (un amigo en común, un profesional) los ayude a conversar racionalmente, por lo menos en los primeros tiempos.
Lo primero es lo primero: llegó la hora de que aprendan a escucharse y, en los temas que conciernen a sus hijos, acepten un acuerdo sin dilatar las cosas innecesariamente.
Cada pareja debería encontrar su método. Cara a cara, por teléfono o en un lugar público, si así se sienten más seguros. No sólo tendrán que decidir, por ejemplo, si los dejan ir de camping el fin de semana, sino también intercambiar información sobre la escuela, el último resfrío o los nuevos amigos del barrio.
En la medida de lo posible, estar separados no impide que sigan compartiendo pequeñas anécdotas que confirmen el orgullo de ser padres. Igualmente importante es que, al dejar la casa de la madre e instalarse en la del padre – según sea el arreglo preestablecido- los hijos no crean que su vida comprende dos historias paralelas que nunca se encuentran.
Sobre todo los más pequeños, quienes muchas veces sienten que lo que viven con un padre no pueden contárselo a al otro. Para ellos es una gran frustración. Sus mochilas pueden incluír fotos, dibujos, juguetes y todo lo que hayan experimentado en los últimos días y que sea transportable.
A algunos padres les resulta muy práctico que los hijos lleven un diario en el que escriban y dibujen las cosas importantes que han vivido en la casa de la madre, para que cuando el padre los reciba con un beso, esa otra emoción no quede en el olvido.
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