La insatisfacción siempre se ha considerado un valor positivo en la juventud, pues se la suponía unida a la rebeldía y al inconformismo. El panorama que nos presenta el estudio quinquenal de la Fundación SM (Jóvenes españoles 2010) es muy distinto: los españoles entre 14 y 24 años son pesimistas, apáticos y desconfiados, al menos en sus opiniones. Con todo, la sospecha hacia cualquier tipo de organización pública ha acrecentado en ellos la confianza en la familia.
El estudio de SM recoge los resultados de encuestas personales realizadas a cerca de 4.000 jóvenes. En ellas se les pregunta por sus valoraciones, intenciones, filias y fobias; de ahí que el informe suponga una radiografía de la percepción del mundo por parte de los jóvenes, y no tanto un estudio sobre su vida práctica. El contenido está dividido en varios bloques: valores e integración socio-política, familia, creencia y práctica religiosa y ocio. Además, este último informe incorpora un apartado dedicado a los jóvenes inmigrantes.
Los resultados indican que la juventud se ha instalado en un círculo vicioso en el que la desconfianza lleva a la pasividad y de nuevo a la desconfianza: nunca antes los jóvenes se habían sentido tan desvinculados de la política o de cualquier actividad asociativa.
Desconfiados con las instituciones y con las personas
Algunos indicadores no dejan lugar a dudas. El 63,9% de los encuestados piensa que “a la mayoría de la gente, le preocupa poco lo que les pasa a los que están a su alrededor”. Sin embargo, no parece que pretendan criticar a la sociedad por esto, puesto que ellos mismos son los primeros en reconocer su propio desinterés por los demás: un 55,6% se muestra de acuerdo con la afirmación de que “por lo general, es mejor no confiar demasiado en la gente”.
El 81% de los jóvenes no pertenece a ningún tipo de asociación y confía muy poco en ellas
Si el prójimo en general genera desconfianza, es de esperar que sea mayor el recelo hacia las instituciones, con la carga negativa que esta palabra ha tenido tradicionalmente para la juventud. De todas las instituciones propuestas, solo las organizaciones de voluntariado alcanzan la pobre cifra del 15% de encuestados que manifiestan “mucha confianza” en ellas. Si nos fijamos en la desconfianza, destacan datos como que un 51,6% cuenta con poca o ninguna confianza en el Parlamento nacional. La consideración de la Iglesia es aún peor: un 75% no confía en ella. Tampoco se salvan los sindicatos o la prensa, con un índice de desconfianza de un 55% y un 50% respectivamente.
Ni siquiera las asociaciones que defienden las causas ecologista, gay, pro-derechos humanos, pacifista o anti-discriminación racial, salen bien paradas: todas descienden en confianza respecto a los datos del anterior informe. Con estas cifras, es normal que la participación en cualquier tipo de organización sea muy baja. Un 81% de los jóvenes encuestados no pertenece a ninguna asociación, un 10% más que hace diez años. Las deportivas son las que encuentran más socios entre los jóvenes, con un 6,5%.
Los mismos jóvenes que desconfían de las organizaciones se muestran muy poco preocupados por la política: tan solo uno de cada cinco habla con frecuencia de temas políticos. Sigue predominando, con todo, la preferencia por la izquierda –un 52,8%–, pero con más tendencia hacia el centro; aunque visto el poco éxito de los debates políticos, habría que interpretar este centrismo más como indefinición que como una moderación de los planteamientos.
Lo que más les importa
Si se les pregunta por lo que más les importa en la vida, lo más valorado por los encuestados es la familia, la salud y los amigos. Al otro lado de la escala se encuentran la política y la religión, entre las que el informe presenta un curioso maridaje. Así, las comunidades autónomas en las que mayor importancia se da al hecho religioso –Castilla y León y Madrid – son también las que más valoran la política. Lo mismo sucede al contrario: Cataluña, Asturias y Cantabria son las que menos importancia conceden tanto a la política como a la religión.
Otro de los rasgos de esta generación es la poca confianza en el futuro y en sus capacidades personales para modificarlo
Otros aspectos examinados son el trabajo, la vida sexual y de pareja, el ganar dinero o la vida moral y digna. En general, la preocupación por estos temas aumenta con la edad, salvo en lo que se refiere a las amistades, la formación o la religión, más valorada en la franja de los 18 a los 20 años. Por sexos, el hombre concede más importancia que la mujer a los amigos, ganar dinero, el tiempo libre o la vida sexual; mientras que la mujer da mayor prioridad que el hombre a la familia, los estudios, la vida moral o la religión.
Lo justificable y lo intolerable
En cuanto a aspectos morales concretos, la juventud española se mimetiza, en términos generales, con el discurso oficial. En una escala de 10 a 1 (según se acepte más o menos una conducta), se muestran más partidarios que la media con la eutanasia (5,51), si bien es un problema que les queda lejos; tampoco tienen muchas prevenciones a la adopción por parte de parejas homosexuales (5,55) o a que una mujer sin relación estable decida tener un hijo (6,8). En cambio, los que invocan la conducta de los jóvenes para pedir la legalización de la marihuana, se encuentran con la sorpresa del rechazo mayoritario a cualquier tipo de droga (3,09).
Algunos datos revelan de manera especialmente clara la identidad moral de la juventud española actual: un 52% justifica en todos los casos el divorcio, un 40% la eutanasia y un 31% el aborto. En estos dos últimos temas se percibe, sin embargo, cierta polarización, puesto que más de un 25% en el primer caso y casi un 30% en el segundo no los justifican nunca. Los comportamientos que los jóvenes condenan mayoritariamente son el terrorismo, la violencia de género o el vandalismo.
No obstante, lo que más llama la atención son ciertas “lagunas de moralidad”. Un ejemplo es la infidelidad matrimonial: el 47,7% no la justificaría nunca, pero un llamativo 36,4% lo haría en algunos casos. Lo mismo ocurre con la mentira en beneficio personal, que un 46% aprueba según qué circunstancias.
La familia, un refugio a la medida
La única institución que se salva de la quema es la familia. Nunca antes los jóvenes españoles se han sentido tan cómodos dentro del núcleo familiar. En ella ven un “espacio de libertad y autonomía” y casi un 70% considera que su familia se rige por un “modelo democrático”. Lo difícil es interpretar estas dos afirmaciones.
Por un lado, el informe revela una coincidencia de pareceres entre padres e hijos respecto de algunos temas importantes, como la secularización, la tolerancia o la importancia de la propia familia.
Se discute poco en la familia, y cuando se hace, casi nunca se tratan temas de fondo. Además, solo un 33,8% de los jóvenes trata de sus asuntos personales en el ámbito doméstico. Todo apunta a que la juventud española ha encontrado en la familia un refugio cómodo, un “espacio de libertad y autonomía” con pocas exigencias. Acuerdo en lo teórico e independencia en lo práctico.
De hecho, los temas que más fricciones provocan entre padres e hijos son la colaboración en el trabajo doméstico, los estudios, la hora de llegada por la noche y el dinero. Por otra parte, a la vez que las relaciones paterno-filiales se calman, el informe señala un empobrecimiento de las relaciones entre los cónyuges, vistas desde la óptica de sus hijos. Para esta generación que no se toma la molestia de discutir, puede que cualquier forma de confrontación constituya un “empobrecimiento de las relaciones”.
El futuro soñado
Otro de los rasgos de esta generación es la poca confianza en el futuro y en sus capacidades personales para modificarlo. Cuando la actual juventud se proyecta hacia el futuro, el primer horizonte que se les aparece es el de la emancipación. La desean a los 27 años, pero la esperan para dos años más adelante.
Entre las razones para abandonar la casa paterna, retrocede la de “irse a vivir con la pareja” y aumenta, curiosamente, la de búsqueda de “una mayor independencia”. Otra contradicción: se sienten cómodos en el “espacio democrático” de la casa de sus padres, pero suspiran por lograr más independencia.
Pese a que la tasa de los que viven en pareja pero sin haberse casado es más del doble de los que sí lo han hecho –un 5,4% frente a un 1,9%–, el 55% se imagina a sí mismo casado, y entre ellos la gran mayoría preferiría casarse por la Iglesia. Resulta paradójico – y muy elocuente del papel de la religión para esta juventud– que la mayoría de ellos elijan para formalizar su unión una institución a la que dicen conceder tan poca credibilidad.
Los hijos son también parte indispensable de ese futuro. No obstante, en este punto se vuelve a manifestar el pesimismo endémico de esta generación: prácticamente todos creen que tendrán menos hijos de los que les gustaría. A casi uno de cada tres les gustaría tener tres; la siguiente opción, por porcentaje, es la de tener dos; en tercer lugar, por encima de los que optarían por tener un solo hijo o no tener ninguno, está el 7,4% de jóvenes que desean tener tres o más.
El vínculo con la pareja es otra historia. Casi un 73% declara que lo rompería por causa de la infidelidad de su pareja. Sorprende este dato en cuanto que solo un 47% no justificaba este comportamiento en ningún caso. Además, el romanticismo es otro de los enemigos de los futuros hijos: un 65,7% de los encuestados rompería el vínculo con su pareja si se produjera la “pérdida del amor inicial”.
El escaso papel de la religión
Solo un 42% de los jóvenes españoles se consideran religiosos. Pero ¿en qué consiste ser “religioso” para ellos? En primer lugar, con buen criterio, en creer en Dios; después, en ser una persona honrada; en tercer lugar, en prestar ayuda a los necesitados; y en último lugar, en rezar. Este orden puede explicar la brecha entre la creencia y la práctica religiosa en la juventud.
El 53,5% se consideran católicos, pero solo un 7% acude a misa los domingos. El caso de la religión resulta paradigmático de la falta de vinculación de los jóvenes. Los datos en este apartado son especialmente difíciles de interpretar, y quizá reflejan más ignorancia que posturas definidas. Por ejemplo: solo un 30,9% cree que Jesucristo es Dios. Entonces, ¿qué catolicismo, sin la divinidad de Jesucristo, creen el resto –un 22%– de los que se consideran católicos?
Además, entre los que no creen en Dios, un 32% afirma que “es un invento de la Iglesia y de los curas”, como si el concepto de Dios fuera patrimonio del catolicismo. Por otro lado, un 53% de los jóvenes considera que para ser un buen católico no hace falta secundar todas las directrices de la Iglesia, lo cual puede interpretarse como que no hace falta ser coherente con lo que se cree. Con esta confusión en materia religiosa no sorprende el aumento de la creencia en “métodos pararreligiosos”.
Pero más allá de la confusión, el informe refleja una creciente pérdida de influencia de la religión en la vida de los jóvenes. Más de un 60% manifiesta no rezar nunca. Además, solo un 3% opina que la Iglesia tiene algo importante que decir en cuanto a ideas e interpretación del mundo. Con todo, dos tercios piensan que se mete demasiado en política y en sus vidas personales; aunque, según el valor que conceden a sus opiniones, no les debería asustar.
Pese a todo, son muchos más los que tienen un recuerdo positivo de sus experiencias con la Iglesia –un 32%–, que los que la recuerdan negativamente –un 10% –. También aumenta la satisfacción con la clase de religión, aunque haya descendido el número de alumnos.
El ocio, tecnologizado
Entre las tres actividades de ocio preferidas por los jóvenes, dos tienen que ver con el uso de tecnologías: escuchar música, preferentemente en dispositivos personales, y ver la televisión. La tercera es ir a bares o cafeterías. En la cola de las preferencias está el deporte o asistir a museos o actividades culturales. Destaca, sin embargo, el aumento de la lectura, aunque habría que saber qué se lee.
El mayor crecimiento se produce en la utilización de las redes sociales. Ya llega al 70% su uso frecuente entre los jóvenes. Las utilizan fundamentalmente para “pasar el rato”, en primer lugar, y para “hacer amigos”. El auge de las redes sociales contrasta con el descalabro en las inscripciones en otros tipos de redes “no virtuales” como las asociaciones de tiempo libre, los partidos políticos o los clubes juveniles, quizá porque exigen un grado de vinculación más real y efectivo.
Destaca, asimismo, que cada vez los jóvenes valoran menos el beber o el ir de botellón: en el informe de 2005, un 31% lo consideraba importante, mientras que ahora la cifra se queda en el 26%.
No obstante, en este tema vuelve a observarse una cierta incoherencia entre las opiniones y la práctica. Según la encuesta Nacional sobre Alcohol y Drogas en España, hecha pública por el Ministerio de Sanidad el 7 de diciembre, en 2009 los hombres y las mujeres españoles de 15 a 34 años se emborracharon más que en ningún año de la última década. En los varones, un 44% reconoce haberse emborrachado durante el año, mientras que en el caso de las mujeres la tasa, aunque también asciende, se queda en el 25,9%. Además, los jóvenes entre 15 y 24 años –ellos y ellas – son los que más inciden en el “atracón”, traducción del inglés bringe drinking: beber más de cuatro copas, tres entre las mujeres, en un espacio de dos horas. En el mes anterior al que se realizó la encuesta, lo habían hecho un 28,4% de los hombres y un 17,9% de las mujeres.
Fuera del alcohol, las diferencias por sexos en cuanto a las actividades de ocio son las esperables. Ellas prefieren ir de compras o leer, mientras que ellos son clara mayoría en el consumo de videojuegos.
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