Aunque la distancia con los hombres aún es enorme, no encarnan el modelo de sumisión que a veces Occidente les adjudica. Testimonios de una realidad que desafía todos los estereotipos
Domingo 28 de agosto de 2011
Hoy Darya ha iniciado una serie de encuentros semanales con diez mujeres en su departamento. Mientras beben té y comen masas -luciendo sin excepción unas uñas de los pies con arreglo y pintura perfectos- discuten sobre las semejanzas y diferencias entre la cultura iraní y la norteamericana, tema que Darya abordará en su tesis doctoral. Son un grupo de lo más heterogéneo: una periodista, un ama de casa, una licenciada en derecho. Solamente tienen dos cosas en común: son mujeres y hablan inglés. A pesar de que la primera intención de Darya era conseguir un grupo mixto, no fue capaz de encontrar a un solo hombre dispuesto a participar.
Hace años que en Irán las mujeres son mayoría en la Universidad, su porcentaje cada vez es más alto en puestos docentes progresivamente están surgiendo en el país más mujeres cineastas, escritoras, artistas... La escalada de la posición de la mujer en los ámbitos educativos y laborales ha sido vertiginosa. Pero a pesar de todos los logros a nivel profesional, la distancia legal entre hombres y mujeres todavía es abismal.Cada jueves, a las 18, Rayhaneh tiene una cita con su hijo, Moshen. El encuentro está bien delimitado: 24 horas por semana. Es el tiempo que los tribunales le permiten ver a su hijo desde que hace cinco años decidió divorciarse, lo que no ha logrado todavía. Para una mujer, obtener el divorcio en Irán no es fácil. Es necesaria la aceptación del hombre, lo que normalmente se consigue si se renuncia al derecho a recibir una compensación económica -suma pactada antes de la boda y de la que, supuestamente, la mujer puede hacer uso en cualquier momento-. Rayhaneh no está dispuesta a rechazar este dinero, a pesar de ganar suficiente con su trabajo como fotógrafa de bodas y eventos familiares. "Cuando me iba a casar no quería aceptar la dote, me daba la sensación de que me estaban poniendo un precio -comenta-. Pero mi madre me dijo que no fuera ingenua y la aceptara." Al continuar legalmente casada, su marido tiene la potestad para impedirle salir del país y no puede mantener relaciones con otros hombres, puesto que sería considerado adulterio. Es extremadamente cautelosa en este aspecto, no quiere repetir la experiencia de cinco años atrás, cuando su marido la acusó de tener relaciones sexuales con un compañero de trabajo. Tras ser interrogada y pasar un día en la cárcel, fue condenada a recibir cincuenta latigazos.
Al igual que Rayhaneh, Nazanin no tiene la custodia de su hijo -las leyes iraníes nunca conceden la tutoría legal a las madres, sólo pueden permanecer con ellas hasta los 7 años-. Se divorció hace diez meses, momento en el que decidió retomar sus estudios, y actualmente vive en una residencia universitaria junto a otras siete chicas. Para ella esta nueva situación no tiene más que ventajas: se vuelve a sentir joven (a pesar de que sólo tiene 32) y liberada por no tener que realizar tareas domésticas, pero sobre todo por haber retomado el rumbo de su vida. Durante los doce años que estuvo casada, su marido, al que conoció tres semanas antes de la boda, no le permitía trabajar, viajar al extranjero, conducir.
Ahora, después de haber presentado su tesis doctoral, Nazanin necesita un cambio, pero no tiene muy claro qué hacer con su vida. "Me siento ahogada aquí", afirma con su sempiterna y dulce sonrisa. Baraja varias posibilidades, entre ellas ir a mejorar sus conocimientos de idiomas a Europa. Le preocupa el hecho de sentirse rechazada por utilizar pañuelo y, por otro lado, no quiere ser incoherente con sus ideas y su religión. Dice no encontrar su sitio fácilmente, es religiosa y a la vez se considera una persona de mentalidad abierta.
Quizá Nazanin sea sólo un ejemplo más de las contradicciones internas de este país. Una de las frases más repetidas es que en Irán hay una vida pública y otra privada, completamente distintas e incluso contrapuestas. En la vida pública el recato y la modestia han de ser las actitudes predominantes en cualquier mujer que quiera ser respetada. Cualquier gesto, cualquier mirada, una sonrisa, pueden ser interpretadas por los varones como un acto de flirteo. Por otro lado está la vida privada, las fiestas y las reuniones familiares o de amigos, en las que la mayoría de las mujeres cantan y bailan a sus anchas, lucen generosos escotes y exhiben gruesas capas de maquillaje.
Cara y ceca
Para muchas mujeres estas dos caras de la realidad además de obligatorias son necesarias, principalmente por la actitud de la mayoría de los hombres. Tal y como dice Shideh, una ingeniera electrónica de 29 años: "Si de pronto nos dicen que podemos ir sin pañuelo por la calle, yo no lo haría. Mucha gente no está preparada para enfrentarse a ello". La imposición del uso del hijab generalmente no es una preocupación, sino algo más con lo que han aprendido a vivir y que cada una utiliza según a su personalidad y creencias. Las iraníes afirman tener muchas más cosas que resolver antes de las cuestiones relativas a la vestimenta. Por eso en Irán el activismo feminista es una realidad. Ejemplo de eso es la organización con la que colabora Sayareh, en la que se lucha por poner fin a las lapidaciones (forma de castigo por adulterio poco frecuente, pero que aún aparece en el Código Penal), así como por los derechos de las mujeres en general. Ella, una gran fanática del fútbol, lucha dentro de esta agrupación para que, además, se suprima la prohibición para las mujeres de acceder a los estadios. Pero no sólo les está vedado el ingreso a estos espacios deportivos. En los autobuses hay dos espacios diferenciados por sexos. Las playas disponen de un toldo que separa el sector masculino del femenino. Existe incluso una compañía de taxis donde tanto trabajadoras como clientas son exclusivamente mujeres. Esto, que en Occidente se acostumbra a llamar discriminación, en Irán está considerado protección. No obstante, las consecuencias de esta separación de sexos son claras: la lejanía provoca un aumento de la curiosidad y el deseo. De hecho, esta segregación no es únicamente algo forzado. Muchas mujeres prefieren estar lejos de los hombres. Sayareh, por ejemplo, hace unos meses adquirió un auto que, además de proporcionarle independencia, le otorga cierta seguridad: "Así cuando quedo con alguien, evito estar esperando en la calle, donde los hombres pueden molestarme", asegura.
En muchos espacios deportivos hay diferentes horarios para hombres y mujeres. Así ocurre en el gimnasio que dirige la familia de Vanda. Por las mañanas, tanto la clientela como las empleadas son exclusivamente mujeres, que andan por el recinto sin pañuelo y con ropa deportiva ajustada. Cuando finaliza su jornada laboral como entrenadora, Vanda suele ir a las montañas del norte de Teherán a jugar tenis. Haciendo deporte es como pasa la mayoría de su tiempo: "No hay muchas más opciones de diversión aquí", asegura.
La falta de distracciones, sin embargo, representa para Mahvash un aliciente para estudiar. Se ha volcado al aprendizaje del inglés, al tiempo que trabaja como secretaria en una clínica de desintoxicación de adictos a las drogas. "Para las mujeres iraníes las cejas son sumamente importantes", dice esta joven a la que le hubiera gustado ser peluquera o esteticista, mientras se peina las suyas con un cepillo de dientes. Para ellas no solamente son primordiales las cejas, sino todo aquello que les está permitido mostrar: el óvalo de la cara y las manos.
Quizá por eso Irán es uno de los países líderes en operaciones de nariz. Muchas gastan sumas astronómicas en tratamientos para la piel y se maquillan para ir de compras como si fueran a una boda. Algunos interpretan el exceso de maquillaje de las mujeres como un pequeño acto de rebeldía ante normas tan estrictas, pero a menudo es algo más sencillo: "En Irán siempre me maquillo aunque sea un poquito. Cuando vivía en Francia, sin el pañuelo y con el pelo suelto ya me veía suficientemente linda", cuenta Niyoosha, tras su regreso a Irán después de vivir cuatro años en Marsella.
Mahvash ha decidido completar sus estudios en el extranjero porque en su país se siente limitada. "Aquí está prohibido bailar, tener novio, incluso reírse. Si te reís demasiado fuerte la gente puede pensar que sos una prostituta -afirma-. Pero al mismo tiempo, podemos estudiar, trabajar en lo que queremos, conducir, votar." Todo esto es cierto, aunque con muchos matices. En Irán las mujeres tienen más libertades que en otros países, incluso pudieron votar muchos años antes que en Suiza o Andorra. Pero en lo que se refiere a los otros derechos elementales a los que se refiere Mahvash, pueden gozar de ellos únicamente si tienen el permiso de su tutor legal y, en el caso de las mujeres casadas, cuando en su contrato de matrimonio se especifique su libertad de decisión en esos temas. A Mahvash (25) le parece impensable casarse con un hombre que apenas conozca. Sin embargo, los obstáculos para mantener una relación son demasiados. Hace cinco años la policía la detuvo en la calle junto al que era su novio y se lo comunicaron a su familia, que desconocía la relación. Pero esto no es lo peor que le puede pasar a una soltera. "Si alguien denuncia que te encuentras en una casa con un hombre que no es un familiar, la policía te detiene y te castiga físicamente. Pueden llegar a obligarte a casarte con él y jamás podrás acceder a un puesto en la administración pública. No eres una buena musulmana, entonces ¿cómo vas a poder trabajar para una república islámica?", comenta, indignada, Mahvash.
Por otro lado, una mujer únicamente se puede casar en primeras nupcias con la autorización de su padre, y si éste considera que el hombre no es el adecuado, el matrimonio no se celebra. En cualquier caso, raramente los padres obligan a sus hijas a casarse con alguien de su elección. "Tuve varios pretendientes -dice Fereshteh, originaria de una pequeña ciudad a las orillas del mar Caspio-. Pero finalmente yo tomé la decisión de con quién me casaría." Apenas conocía a su actual marido el día de la boda, aunque se considera afortunada por haberlo elegido a él. En Irán las cosas funcionan así, es la tradición. El amor tiene que venir tras el matrimonio.
Sin embargo, Raha y su novio tienen claro que no van a casarse. Ella es peculiar en muchos aspectos: vegetariana, adora a Teresa de Calcuta, confecciona su propia ropa, se mueve por Teherán en bicicleta y ha viajado por varios países asiáticos con su mochila como única compañera. Hace diez años que finalizó su formación en la Escuela de Cine de Teherán y se alegra de haber estudiado en una época en la que las restricciones para hacer cine eran menores. A pesar de las limitaciones actuales, el año último Raha obtuvo el premio al mejor documental en un festival nacional. Para ella el hecho de ser mujer en un ámbito en el que los hombres son mayoría no supone ningún tipo de ventaja ni de desventaja: "Lo importante es tener algo que contar y saber cómo hacerlo", afirma.
Un punto de vista más convencional sobre la familia lo tiene Niyoosha, casada desde hace cinco años con Hamid y madre de una preciosa hija de enormes ojos grises. Poco después de celebrarse la boda, el gobierno concedió a su marido una beca para estudiar en Francia. Los primeros meses fueron muy duros para ella, porque no hablaba francés y echaba de menos a su familia. Pero poco a poco, gracias al apoyo de su marido y a la distribución de las tareas domésticas, fue aprendiendo el idioma y se pudo matricular en la Universidad para estudiar un máster. En septiembre de 2010, agotada la beca y finalizados los estudios de Niyoosha, regresaron a Irán y se instalaron en un modesto piso en el sur de la capital. Pero al poco tiempo de llegar se dieron cuenta de que, después de tantos años, su vida ya estaba encaminada en Francia. Entonces decidieron no comprar ni un solo mueble más y probar suerte con el visado para regresar. Otra de las razones de peso para su marido es que dentro de un mes van a ser padres de otra niña, y le disgusta pensar que sus hijas en unos pocos años estarán obligadas a cubrirse el cabello. En la sociedad iraní los hijos son de suma importancia. Los iraníes adoran a los niños y tanto hombres como mujeres no dejan escapar una sola oportunidad para demostrarlo. Sin embargo, Ziba se niega rotundamente a tener hijos. Vive junto a su marido en la planta baja de la casa de los padres de él (una opción muy común entre las parejas jóvenes, debido al desorbitado precio de la vivienda en Teherán), donde trabaja como ayudante de un investigador en lingüística, da clases particulares de inglés y practica piano varias horas al día.
Tradicionalmente el hombre es el encargado de mantener a la familia. En caso de que la mujer trabaje, ella tiene derecho a ahorrar todo lo que gana y el marido la obligación de proporcionarle dinero para sus gastos personales. El sueldo de la mujer es teóricamente intocable. Pero esto está cambiando y hoy en día cada vez son más las familias que necesitan de los sueldos de ambos para salir a flote. Una vez más, la economía se impone a la cultura y las tradiciones de una sociedad.
La sociedad iraní se está transformando en muchos aspectos, tanto a nivel global como en lo que se refiere a las mujeres. Para ellas cualquier pequeño paso es un símbolo de avance, una señal de que en un futuro -quizá lejano, pero futuro al fin y al cabo-, la situación de la mujer va a mejorar. Así lo demuestra Sayareh cuando se refiere, orgullosa, a los recientes cambios en las leyes referidas a las indemnizaciones que se dan en caso de accidente a las mujeres. "Hasta ahora, el dinero que recibía una mujer era la mitad del que recibía un hombre, a pesar de pagar la misma cuota a las aseguradoras -comenta, esperanzada-. Con la modificación de la ley, hombres y mujeres cobrarán lo mismo. Es sólo un paso, pero para nosotras significa un gran avance."
Nota: Todos los nombres han sido modificados con el fin de preservar la privacidad de las entrevistadas. .
http://www.lanacion.com.ar/1400982-mujeres-en-iran-entre-la-fe-y-el-desafio
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