Jorge Skibinsky
Estamos en época de fiestas. Buscamos en los escaparates aquellos regalos que podamos hacer a nuestros hijos y los hijos de nuestros familiares y amigos y vuelve la polémica. Leo las recomendaciones de los organismos oficiales de sanidad, familia y bienestar social acerca de comprar juguetes educativos y seguros, que contribuyan a fomentar prácticas formativas como la lectura la música, el deporte o las artes plásticas y – aquí viene lo discutible – evitar aquellos que “tienden a estereotipar y reproducir roles discriminatorios por razón de sexo”.Hace un par de años, en pleno fervor feminista radical, amparado por el gobierno socialista, una exaltada funcionaria de Igualdad sostenía: “Basta de camiones a los niños y muñecas a las niñas, los juguetes no deben favorecer la diferencia de género. La tozuda realidad es bien distinta. Los niños y las niñas son diferentes, guste o no.http://www.alertadigital.com/2011/12/31/juguetes-de-cualquier-genero/?mid=5722448
Desde la quinta semana del embarazo el feto comienza un largo proceso de diferenciación sexual que llevará a los futuros individuos a ser masculinos o femeninos. La madre no sabe aún si está embarazada pero el influjo hormonal que determinará el sexo de la futura criatura ya está actuando. Bajo esa influencia todo el organismo, pero fundamentalmente, el cerebro, adecuará sus receptores hormonales para recibir el estímulo hormonal apropiado en todas las etapas de la vida pero que siempre será el que se haya determinado originalmente, masculino o femenino.
Y así llegamos a la interesante conclusión de que la diferencia sexual entre los individuos está en el cerebro y no en la sociedad. Un interesante experimento, que nos cuenta Louann Brizendine en su libro “El cerebro masculino”, hace referencia a las diferencias de sexo y su diferente relación con los objetos. Debido a que no puede descartarse la influencia social en la evaluación de cómo eligen los juguetes niños y niñas, se decidió hacer el experimento con monos. Los simios no están sujetos a las normas sociales de los hombres así que, su respuesta no estaría contaminada por ellas. En una sala se ponen distintos juguetes de “rol” masculino y femenino a un grupo de monos de ambos sexos.
Los científicos observaron que mientras las hembras eran capaces de mostrar similar interés por todos ellos, los machos sólo se interesaron por aquellos que tenían ruedas, dejando de lado los que representaban muñecas. Aplicando esto a los humanos podríamos inferir que la elección de juguetes en los niños no se debe a algo relacionado con el aprendizaje ni a un estereotipo cultural ni a la influencia de los padres sino a la propia diferenciación sexual biológica de la que no pueden escapar.
Las hormonas, al fin y al cabo, son las responsables de esas diferencias. Los niños vienen “de fábrica” con diferencia de sexo y no es posible cambiarla por más que nos empeñemos. Ampliando el concepto, una lógica consecuencia de todo esto es que tampoco podemos forzar la igualdad en la población general, una ideología totalitaria que, con el apoyo del gobierno saliente y sus leyes de género, equiparaban en todo a hombres y mujeres. Impensable, imposible.
La conclusión es que no podemos regalarle forzadamente un camión a las niñas o una muñeca a un niño porque seguramente, no les gustará. La verdadera lucha por la igualdad está en la educación escolar, en la enseñanza igualitaria de los deberes y derechos de los ciudadanos y en la erradicación de estereotipos tanto machistas como hembristas, pero por lo demás, deberíamos estar orgullosos y disfrutar plenamente de la masculinidad o la feminidad de nuestros hijos.
Como experiencia personal puedo aportar poco pero resulta muy significativo. Tuve dos hijos, niño y niña. Me ocupe personalmente de no elegir sus juguetes sino dejar que ellos los eligieran. La habitación de ella estaba llena de peluches, en la de él casi todos eran coches. Mi hija construyó su primera frase a los 18 meses, mi hijo recién a los 22. Solía conservar los juguetes de uno a otro hijo. Uno en particular era un tornillo plástico en el que se enroscaban varias piezas. El niño descubrió el mecanismo tres meses antes que la niña.
En un cumpleaños de un amigo mi hijo, de 4 años entonces, cogió un cochecito de la piñata y se pasó toda la fiesta tirado en el suelo viendo sus ruedas girar, ignorando al animador payaso que con infernal ruido intentaba llamar la atención de los pequeños invitados. ¿Se ven las diferencias?
Soy padre y no me parece que nadie pueda obligar a mis hijos a jugar con los juguetes que no eligen. Ya lo saben, estas fiestas, si pueden, lleven a los niños a elegir sus propios juguetes. Su elección no les sorprenderá.
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