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lunes, 1 de agosto de 2011

¿Qué culpa tiene el padre?

El padre del asesino de Oslo era banquero, culto, liberal, ex diplomático y abandonó a su hijo cuando tenía un año. Ahora no reconoce la paternidad y sólo le preocupa vivir con la carga de los 76 crímenes.
Jens Breivik se enteró de que su hijo era el autor de la masacre leyendo los periódicos en internet
31 Julio 11 - Madrid - Lidia Jiménez
Cada tarde, en el bucólico pueblo de Cournanel, al sur de Francia, una pareja salía a pasear. Habían elegido este lugar, entre otros muchos, para jubilarse, disfrutar de la vida, descansar. Caminaban entre los árboles de una zona privilegiada, burguesa. El hombre se llama Jens Breivik, tiene 76 años y desde el pasado 22 de julio, es el padre del mayor asesino de la historia moderna de Noruega –si olvidamos los años de la ocupación nazi–, del autor de la matanza más sanguinaria de Europa desde el atentando de 2004 en Madrid. La pareja ya no pasea. Demasiada expectación a las puertas de la casa. El hijo de Jens, Anders Breivik, de 32 años, confesó el asesinato de 76 personas, la mayoría menores, en la capital noruega, Oslo, y en una pequeña isla cercana, Utoeya, donde se reunían los jóvenes del Partido Laborista.
Breivik se erigía como héroe y alegaba querer salvar Europa de la «invasión árabe» y los «principios marxistas». El padre, jubilado banquero, culto, liberal, ex diplomático en Londres y París, había descubierto la brutal noticia mientras consultaba la Prensa en internet. Como si de una pesadilla se tratara, la foto del sospechoso, después asesino confeso, correspondía a la de su descendiente biológico, al que no veía desde niño. A falta de coherencia en el hijo, muchos quisieron escuchar al padre. Jens Breivik, bloqueado, perplejo, asustado, concedió una entrevista un día después. Declaró que hacía 15 años que no sabía nada de Anders, que no se sentía su padre, que debería haberse suicidado tras semejante barbaridad y que no iría a visitarlo a la cárcel. Con gafas de montura plateada y pelo blanco, Jens Breivik aparecía en una fotografía posterior, custodiado por la Policía, con la cabeza hacia el suelo y los hombros hundidos. Sobrepasado.
Odio a «Sex in the city»
A partir de entonces, muchos se hicieron la siguiente pregunta: ¿qué culpa tiene el padre? Cierto es que la relación con su hijo no fue idílica (más bien, ni siquiera existió), pero ¿hasta qué punto un progenitor es responsable de los actos de sus hijos? ¿Alguien puede afirmar que no se «siente» padre? ¿Pudo influir la ausencia de figura paterna en el desarrollo de conductas criminales? Puede que sí y puede que no. Lo que está claro es que la figura del hijo perseguirá al padre el resto de su vida. Anders Breivik había nacido el 13 de febrero de 1979 en Londres, hijo del banquero y de Wenche Behring, una madre cariñosa, atenta y enfermera de profesión. De pequeño era un niño listo, aunque, según su padre, «un tanto encerrado en sí mismo». El diplomático, que venía de un matrimonio anterior también con hijos, había abandonado a Wenche (y a él) cuando apenas contaba con un año de edad. Hasta los 15 tuvieron contactos esporádicos, breves en todo caso, mientras el padre luchaba por su custodia para trasladarle con él –y su nueva mujer– a París. A partir de los 16 años («en la edad del grafiti, la edad difícil», escribió el asesino en su diario de 1.500 páginas), la relación se rompió. Jens Breivik siguió en Francia y no se vieron más. La madre biológica también rehízo su vida con un militar, que ejerció de padrastro del joven y con el que, aparentemente, tenía buena relación. La madre vive en un acomodado barrio de Oslo y los vecinos han declarado a la Prensa local noruega que hablaba mucho de su hijo. Personas del entorno del criminal explican sin dudarlo que se trataba de un «niño bien», con una infancia normal, que tenía «todo lo que quería» y no parecía afectado por la ausencia del padre. Lo que pasará después, no estaría relacionado con esos años.
Anders Breivik, de hecho, escribe en su diario sentirse agradecido por crecer en un ambiente de gente «inteligente y culta». Apunta no haber sufrido «ninguna experiencia negativa» en su niñez. Después, eso sí, carga contra los valores liberales de las sociedades modernas (ataca, por ejemplo, la libertina serie «Sex in the city») y la promiscuidad de su propia madre, su padrastro, hermana y amigos. La gestión emocional del sexo, en su caso, es cuando menos problemática. Anders escribe que añora la vida de antes, «con familias normales», en las que la madre esperaba en casa la vuelta de los niños de clase. Pero, ¿hasta qué punto una vida desestructurada en el entorno familiar influye en el desarrollo de instintos de violencia? Y, si así fuera, ¿qué se puede hacer? ¿Cómo se evita una tragedia tan impensable como la que ha asolado Noruega? La tendencia es pensar que de «buenas familias» surgen chicos buenos, y de las «malas» (fragmentadas), chicos inestables (violentos). Pero no es así. No siempre. El doctor en Psicología James Garbarino, profesor de la Universidad de Loyola, en Chicago, lleva 30 años estudiando el comportamiento de psicópatas y asesinos en relación con su entorno familiar. Con 15 libros publicados, Garbarino explica vía mail cómo la familia es uno de los factores preponderantes, pero pesan más, sobre todo últimamente, los «elementos socialmente tóxicos», como la violencia constante en televisión o la profusión de webs fomentando la violencia, el racismo y posturas extremistas.
¿Y los 76 muertos?
Garbarino cree que a veces los padres perfectos acaban topándose con hijos indeseables. Y viceversa. La familia de uno de los asesinos de la masacre de Columbine, en Colorado, Estados Unidos, 1999, era ejemplar, según el profesor. Y sin embargo, el hijo, con 17 años, entró en la escuela secundaria y mató a sangre fría a 13 personas. El experto aclara los términos: «Existe responsabilidad en los padres, pero no culpabilidad». El matiz es importante. Garbarino recuerda, además, la predisposición genética y el contexto socioeconómico –amigos, compañeros, parejas, nivel de vida–. Garbarino viene a decir que la culpa es de todos. El cóctel de ingredientes peligrosos (soledad, frustración, trastornos, abusos, radicalismo político, atmósfera de violencia…) se produce en muchísimas ocasiones, pero sólo en algunos casos explota de repente. La frustración de Anders es evidente. A pesar de contar con un buen físico, de no padecer problemas económicos, de estar preparado y formado, el asesino se queja de la soledad del trabajo. También protesta por haber tenido que volver a casa, con su madre, con 31 años.
La profesora británica y columnista del «Daily Telegraph», Katharine Birbalsingh, es de las más críticas con la huella que dejó Jens Breivik en su hijo. Su artículo en la edición del pasado martes del «Daily Telegraph» despertó una gran controversia. «Jens Breivik dice que no se “siente como su padre”. ¿Ah sí? Me pregunto si se sentía como padre de Anders cuando le abandonó para casarse con otra mujer. Me pregunto si pensaba sobre la estabilidad de su hijo cuando pensó en trasladarse a París y exponer a su hijo a la dura prueba de una batalla por la custodia en la que él y su esposa lucharon para apartarlo de su madre y su país». La columnista prosigue: «Claramente, algo más [además de la vida familiar] no funcionaba bien en Anders Breivik. Pero su padre está profundamente confundido. ¿Cómo podría él solo estar allí y matar a tantas personas inocentes y sólo parece pensar que lo que hizo estuvo bien? Bueno, quizás no tenía un padre cuando estaba creciendo para enseñarle la diferencia entre el bien y el mal. Lo que quiero saber es por qué su padre no siente sentimiento de remordimiento por haber fallado a su hijo».
La afirmación de Jens Breivik sobre la pena que siente por tener que vivir toda la vida vinculado al horripilante asesinato saca de quicio a la profesora, que ironiza sin piedad: «Sí, eso es Jens, eso es, después de todo, eso es lo más importante. No importa que 76 personas estén muertas. No importa si fuiste un padre ausente, que abandonaste a dos familias diferentes. Lo realmente importante es su reputación: que la gente debe entender que “no te sientes como padre de Anders”, que usted no tenía nada que ver con su hijo». Opiniones aparte, la cuestión es que millones de niños (cada vez más) crecen con figura paterna/materna ausente (o peor, con figuras dañinas, autores de abusos) y no desarrollan comportamientos violentos ni criminales. Incluso todo lo contrario. El radicalismo de los extremistas europeos da miedo. En algunas páginas web se muestra desde cómo fabricar un arma hasta dónde encontrar a homosexuales, africanos o árabes para aniquilarlos. «El problema es más bien el nuevo discurso anti multicultural y anti musulmán que se ha creado», declaran desde el Centro contra el Racismo de Oslo. Pero ahora, el origen del terror no puede achacarse, como se ha hecho últimamente, al radicalismo islámico. No ha sido un terrorista árabe sino un hombre que se declaraba cristiano y masón. Europeo y culto. Ahora el enemigo está en la casa rica del mejor barrio de la ciudad. La sociedad noruega, idílica y tolerante, aún se encuentra en estado de shock. No es para menos.
http://www.larazon.es/noticia/5456-que-culpa-tiene-el-padre

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