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miércoles, 27 de octubre de 2010

Igualdad por el morro


Con su arrebato viril, el señor alcalde ha dado munición a la ideología hoy más totalitaria
TOMÁS CUESTA Día 26/10/2010
EL alcalde de Valladolid es un grosero de tono viejoverde. Lo cual no es delito, pero sí horterada. De ahí a convertir su linchamiento en piedra de toque del feminismo español debiera mediar un abismo: el del buen sentido. Lo del señor De la Riva es una vulgaridad de tomo y lomo. Tomar pie en ello, como ha hecho la ministra Sinde, para dictar «el vacío a todos aquéllos que mantienen pensamientos y creencias obsoletas», no es tan sólo un desquicie retórico que convierte a un don nadie en canon del Satán redivivo; es colar por la puerta falsa la idea totalitaria, según la cual «los pensamientos y creencias obsoletas» deben ser depurados. En sensatez básica, lo del alcalde no es ni «pensamiento», ni «creencia», ni «obsoleto». Es una grosería. Y basta. Creer en lo antiguo no es reprochable. Ser un bárbaro con pretensión chistosa, sí.
Y ahí se juega todo. Con su arrebato viril, el señor alcalde ha dado munición a la ideología hoy más totalitaria: ese feminismo que pretende ajustar comportamiento y lengua a jerarquías de valor definidas en términos sexuales (que la tal ideología llama iletradamente «de género»). Una locura. Tras la cual, uno sospecha algo de coartada para enmascarar demasiada incompetencia.
La igualdad jurídica entre los sexos es reciente. Apenas si se consuma en Europa tras la segunda guerra mundial. La pretensión de jerarquizar y discriminar «positivamente» a las mujeres, sobre la cual erige su discurso hoy el feminismo, es una regresión intelectual y política. Reposa sobre una extraña mezcla de oportunismo y desprecio: oportunismo de medrar «con el morro», desprecio hacia la real capacidad de las mujeres para ejercer idénticas funciones que los hombres, sin necesidad de discriminaciones.
Escribe Pascal Bruckner, en La tentación de la inocencia, que «con demasiada frecuencia la desproporción de la carga va en detrimento de la credibilidad del alegato». Las plañideras del feminismo catastrófico pretenden «revestirse a bajo coste con la dignidad del insurrecto». Al prescindir de distinciones y matices, al pretender que una mujer es todas las mujeres, colocan en el mismo plano a una iraní condenada a muerte que a una profesional que en occidente es discriminada por cuestiones de sexo. «Ese comportamiento retrasa al máximo la entrada en la edad de la responsabilidad a fin de gozar de la doble posición de vencedor y de vencido. Manejado sin precaución el narcisismo retórico del perdedor perpetuo recuerda el subterfugio de quien estando sano quiere pasar por enfermo y menoscaba el dolor de las verdaderas víctimas, de las que necesitan un lenguaje exacto para defenderse».
Encerrar a las mujeres en guetos para «mujeres positivamente discriminadas» es destruir la lucha por una igualdad ante la ley, que es siempre igualdad entre diferentes. «Rechazo absolutamente la idea de encerrar a la mujer en un gueto femenino», escribía Simone de Beauvoir, porque «las mujeres no tienen que afirmarse como mujeres, sino como seres humanos de pleno derecho». Montesquieu cifró ese ideal en una fórmula escueta: «Dos cosas destruyen a la República: la ausencia de igualdad y la igualdad extrema». La igualdad democrática es la de la ley que permite respetar a los distintos.
http://www.abc.es/20101026/opinion-colaboraciones/igualdad-morro-20101026.html

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