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jueves, 17 de noviembre de 2011

Una sutil forma de maltrato

Jueves, 17 de noviembre del 2011
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La demolición del llamado estado de bienestar afecta más a unos que a otros. A veces hasta parece que los gobiernos consideran que los ciudadanos hacen cuento cuando se trata de enfermedades. Cuando se habla de adelgazar la Administración, lo hacen por los extremos. Los jóvenes, ya lo ven, registran el índice de paro mayor de Europa. Y los mayores muy mayores ya no buscan un lugar donde caerse muertos sino que les basta un lugar donde permanecer vivos. Tanto hablar de los hombres maltratadores, esa lacra masculina que nos embarga, y tan poco de otro tipo de maltratos que también afectan a la gente. Sobre todo a la gente mayor, y más en concreto de las señoras mayores.
Son las ocho de la mañana y el metro va más lleno de lo habitual. No en vano en el exterior llueve. Una mujer de cabellos blancos con su biografía escrita en las arrugas del rostro se sostiene agarrada a una de las barras. Los escasos asientos están ocupados por gente joven. Ellos dormitan con la boca abierta y algunas de ellas se inhiben de lo que sucede a su alrededor inmersas en la lectura de un libro inacabable. Nadie hace el más mínimo ademán para que la anciana ocupe su lugar. Nadie piensa que un frenazo del convoy puede acabar con la mujer mayor en el suelo. Ninguno de los jóvenes, tal vez deportistas y en el mejor de los casos mileuristas, piensan en la fragilidad de los huesos de las mujeres de edad. «¿La osteoporosis? ¿Qué es eso?». El hombre joven es un lobo para la anciana. Si a los padres los jóvenes ya les llaman viejos, ¿cómo van a ser los viejos de verdad?
 Tres horas después, en una cafetería de esas que te piden el nombre para darte un café, una señora mayor se sienta en una mesa cerca de la ventana. Viste con lo que ha encontrado en el fondo cada vez más profundo del armario. No es, sin duda, una mujer decorativa. Dos ejecutivos de una oficina cercana buscan sitio y el camarero invita a la señora a sentarse en una mesa interior para que los dos hombres puedan sacar sus ordenadores portátiles y convertir el café en un anexo de la sala del consejo de administración. La señora mayor, que se entretenía viendo la lluvia y los saltos de los transeúntes se ha convertido en una mercancía fuera de los ojos de los clientes. También es un maltrato.
 Me acerco a un Carrefour del norte de Catalunya y paseo por los anaqueles de informática. Una señora que no quiere saber que ya es mayor pregunta por unas ofertas de ordenadores. Me dice. La vendedora, sorprendida, le pregunta para qué lo quiere. La señora dice que ya ha tenido cuatro ordenadores y que con ellos chatea con una peña de la tercera edad y que la entretiene mucho. La señora confunde algunas palabras. Dice «Windsor» en vez de «Windows», pero demuestra una capacitación informática que ya quisiera yo para mí.

Alterar todas las leyes

La oferta de Carrefour permite adquirir esos ordenadores en cómodos plazos. La señora se dispone a firmar y la vendedora le pregunta la edad. «91 años», dice con el orgullo de quien se sabe sobreviviente de una guerra civil, de una posguerra y de más de 100.000 kilómetros conduciendo su coche. La vendedora, alterando todas las leyes del comercio, dice que no pueden venderle el ordenador porque es demasiado mayor. La mujer, que ha intuido en mi un apoyo claro, me busca como testigo. «Acaban de renovarme el carnet de conducir. Estoy en plena forma. Hubiera podido pagarlo al contado, pero mis 91 años no son una garantía para Carrefour. ¿A usted qué le parece?»
 No todas las abuelas ni bisabuelas son personas invisibles. A ellas les debemos lo que hoy somos. Negar el asiento, apartarlas de la presencia pública o considerarlas incapaces es también una sutil manera de maltrato.
http://www.elperiodico.com/es/noticias/barcelona/una-sutil-forma-maltrato-1224722

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